sábado, 23 de septiembre de 2017

Sólo era un sueño


¿Alguna vez te has despertado desorientado, sin saber dónde estás? Sin saber si estás del derecho o del revés, a que lado está la ventana de tu habitación y a que lado el armario. ¿Tal vez de niño? O quizás ya no lo recuerdes.

Esa es la cuestión, recordar o no, distinguir el recuerdo primigenio de construcciones posteriores que tratan de enmendarlo, completarlo o reconstruirlo. Al final se hace casi imposible desentrañar lo que es producto de la memoria y lo que es producto de la imaginación.

Tal vez lo recuerdo y no debería recordarlo. Tal vez debería recordarlo y no lo recuerdo. Tal vez algunas experiencias a lo largo de la vida encierran el potencial para desencadenar recuerdos profundamente dormidos, aletargados en algún rincón inaccesible del subconsciente.

Yo sí recuerdo haber despertado desorientado, muchas veces, cuando era niño. Es una sensación particular y extraña, con algunas semejanzas a la de volver al hogar tras unas largas vacaciones. Todo parece un poco más ajeno, menos propio, distinto.

No guardas memoria de tu posición en los dos ejes del plano, como si hubieras estado en otro lugar que no recuerdas y no hubieras llegado allí por tus propios medios. Tal vez eso sea lo que hace la mente al soñar: viajar. Quién sabe.
Le llaman borrachera del sueño y es un fenómeno conocido por la ciencia, descrito por un porcentaje significativo de personas, en su mayor parte niños. Sin más trascendencia, la situación no reviste mayor gravedad que levantar un párpado para volver a hallar las referencias de la posición.

Tampoco parece que lo experimente todo el mundo así que es algo que no pasa de la curiosidad y queda en un segundo plano totalmente desapercibido. Y es que, desde luego, como fenómeno aislado no tiene mayor recorrido.

Sin embargo, con el paso de los años, se ha ido despertando en mí una sutil sospecha. Como decía, ni siquiera sé si lo que voy a relatar son recuerdos o imaginaciones; ensoñaciones sin lugar a dudas.
Recuerdo algunos sueños de cuando era niño. Algunos supongo que irrelevantes para el caso que nos ocupa y otros en los que intuyo una estrecha relación.

Realmente me ha costado darle forma a los hechos que voy a exponer y han sido reconstruidos de forma casi inadvertida, juntando unas pocas piezas de un enorme puzzle que sin embargo, aunque muy limitada, pueden dar cierta idea de la imagen general.

Una de esas experiencias que parece desenterrar un recuerdo latente, y no hablo de un dejavu, si no de algo más racional y menos sensitivo, fue leyendo el relato de un usuario en un foro de la red.
Narraba un sueño con un tarro de galletas. Su madre le prohibía coger galletas del tarro y lo situaba en un lugar elevado, luego él a hurtadillas trataba de alcanzarlas pero, al tratar de agarrar el bote, éste estaba demasiado alto así que terminaba cayendo y rompiéndose en el suelo de la cocina. Ese sueño.

Me resultó muy familiar. Claro que yo no soñé con su madre ni con su tarro de galletas ni con su cocina sino con la mía. Como una plantilla con los mismos campos y diferentes respuestas. Pero con calcado desarrollo.

Recuerdo otro, repetido en más de una ocasión. En realidad lo que recuerdo es la sensación de frustración e impotencia condensada en una simple acción: pegar puñetazos al aire. Golpear sin hallar objetivo.

Entiendo que lo que voy a plantear, y más basado en tan escuetos datos, no tiene rigor alguno pero con el paso de los años, cada vez más, considero que hay que dejar que la intuición señale el camino.

En realidad forma parte de un test, o eso creo. Sí, un test. Como en un examen, digamos. Una serie de pruebas en las que se valoran diferentes aptitudes del sujeto. Un problema al que se le enfrenta hasta que halle la solución correcta. Así, en el sueño del tarro de galletas, lo que se vence cuando el resultado positivo es la tentación de ir a buscarlas. Siempre se alcanza la misma conclusión pero en muy diversos números de intentos.

Muy parecido es el caso de los puñetazos al vacío. Se provoca al sujeto para medir su respuesta más primaria, la de la acción violenta y el sueño no cesa hasta que el sujeto huye de la provocación eludiendo el enfrentamiento. No está tan claro en mis suposiciones si forma parte de una evaluación o de una enseñanza, quizás ambas a la vez.

Es muy posible que haya muchos más, estos breves retazos son casi todo lo que he podido rescatar.
Desconozco si sucede así en todos los casos pero en el mío el sueño que pone fin a la evaluación supone el reconocimiento de los examinadores. ¿Cuánto mide un niño de 5 o 6 años, un metro? ¿quizás menos? Recuerdo la imagen, pero no vista en primera persona si no desde un lateral. Un ser más bajito que yo, quizás el mismo que me provocaba para que le golpeara sin poder alcanzarlo nunca, depositando su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, como señal de aprobación y respeto. Ésa fue la sensación. Y ésa es la historia, no hay mucho más que contar a fecha de hoy.

Bueno, quizás un pequeño detalle. Siendo ya adolescente, unos diez años después, recuerdo estar con una prima lejana en una discoteca en un pueblo de la costa. Era aún muy joven, estaba allí plantado en un lateral observando el panorama, sin interactuar. Mi prima iba y venía, yo estaba de visita y ella conocía a algunas personas de por allí.

En un momento dado se acercó un chaval, algo mayor que yo. Iba acompañado de otro y parecían estar persiguiéndose entre los que ocupaban la pista de baile, jugando, pasándolo bien. Se acercó hacia mí seguido del otro y se paró delante, divertido, sonriendo, casi con algo de burla y me situó solemnemente la mano derecha sobre el hombro izquierdo. Volvió a reír y desapareció junto con el otro entre la gente, entre risas. Mi prima, que lo vio, se sorprendió tanto o más que yo, que quedé bastante estupefacto. No por el sueño, no, no contemplé la posibilidad de relacionar ambos acontecimientos aislados en las antípodas de la mente hasta muchos años después. Ni siquiera tengo la certeza de que por entonces lo recordara. Por el hecho en sí, era extraño.

No desentonaba tanto, una broma en el ambiente festivo de una discoteca de la costa en verano. Recuerdo que lo comentamos sorprendidos en el regreso en coche junto a nuestros padres. -Sería gay. Fue la forma más razonable de explicar el curioso gesto y quizás no haya ninguna otra.

Sin embargo algo en mí no puede renunciar a contemplar otras posibilidades por descabelladas que puedan parecer. Soy muy consciente de que ofrezco más preguntas que respuestas porque en realidad es todo lo que tengo.
Un 17% de los niños experimentan la llamada borrachera del sueño, según los datos. Con toda sinceridad, no creo que me moviera en toda la noche de la cama. De eso estoy convencido, por los menos en el caso de mi cuerpo. Pero ¿y la mente?

¿Es posible que una sexta parte de los niños esté siendo abducida en la misma seguridad y tranquilidad de sus hogares sin ni siquiera tener constancia nadie de ello? ¿Tal vez más y no todos lo recuerdan, ni siquiera de forma parcial y velada? ¿Con qué finalidad? ¿Realmente era una evaluación, algún tipo de enseñanza o sólo unos cuantos recuerdos sesgados e inconexos que con los años la mente ha articulado con el pegamento de la imaginación?

Entonces, ¿por qué eran pequeños hombrecillos verdes antes de saber que debían ser pequeños hombrecillo verdes? ¿Una incorporación posterior construida por la mente consciente? Tal vez sólo un sueño. Al fin y al cabo eso es lo que nos dicen nuestros padres cuando despertamos por las noches tras sufrir tremendos terrores nocturnos: no te preocupes hijo, sólo ha sido un sueño. Sólo era un sueño. ¿Sólo era un sueño?

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