viernes, 26 de mayo de 2023

Indiana Jones y la leyenda de Eldorado

 


 

 1984

 1.-

 

-¿Doctor Jones?- La secretaria abrió la puerta del despacho sin hallar rastro del profesor, miró a un lado, al otro, incluso entreabrió la puerta de un armario cercano a la entrada mientras repetía más alto:

-¡¿Doctor Jones?! -¿Sí?- Respondió una voz desde detrás del escritorio sepultado de libros, alargando la sílaba. También los alrededores de la mesa estaban rodeados de tomos en un pequeño caos de equlibrio precario. Al no poder rodear la mesa, por no haber paso, la secretaria tuvo que recolocar algunas piezas de aquella enorme jenga para establecer contacto visual, mientras repetía aún más fuerte: -¡Doctor Jones!


El profesor se hallaba ensimismado tras sus gafas estudiando cuidadosamente un pesado volumen de antiguos mapas, elevó la mirada por encima de los cristales con parsimonia al percibir el rediseño de su pequeña obra arquitectónica.


La secretaria, Liu, se desesperaba. No terminaba de comprender a aquel hombre al que todos en la universidad, sin excepción, reverenciaban como una eminencia viendo que en su día a día era el desastre más absoluto.


-¡Doctor Jones! -Sí, sí, ¿qué es tan urgente? -Tiene una visita. -¿Una visita? Pues dile que pase. -Doctor Jones, no la puede recibir aquí, ¡apenas se puede pisar el suelo!- Algunos papeles sueltos se desmoronaron al terminar la frase mientras intercambiaban una mirada. -No la puedo recibir aquí, está bien. ¿Quién es? Las tutorías son los…- Intentaba recordar el día, Liu le terminó la frase mientras recogía los papeles: -Los jueves, Doctor Jones, los jueves. Las tutorías son los jueves. -¡Claro que son los jueves!- replicó el profesor molesto por las duda ímplicita de la empleada sobre el estado de forma de su memoria. Se hizo un pequeño silencio y los dos empezaron la frase a la vez pero sólo Liu la terminó: -Y hoy es martes, Doctor Jones.


-¿Martes? Ah, sí martes. No es día ni hora de tutoría, estoy ocupado- senteneció con una sonrisa maliciosa mientras cerraba la vía de comunicación abierta entre los libros. Liu la volvió a abrir en seguida: -¡Doctor jones, es importante! ¡Esos chicos han venido desde Tucson! -¿Arizona? Bueno, pues si han venido desde tan lejos tal vez puedan esperar un poco más y… venir en horas de tutoría-. La misma sonrisa pícara volvió a asomar en su rostro.


El tono de piel de Liu se estaba tornado peligrosamente rosado. -Doctor Jones, salga ahí fuera y atienda a esas personas-. El tono de voz había bajado, lo que inquietó al profesor, pero seguía sin reaccionar. Liu extrajo una pieza fundamental del pilar que sostenía toda la estructura que se derrumbó en gran parte, el estrépito se oyó desde la antesala. -Ahora.- Añadió.


Miró el desastre desmoronado a su alrededor y cerró el tomo que tenía entre las manos con una sonora exhalación de polvo. -Muy-bien- silabeó. -Pero vas a tener que ayudarme después a organizar esto. ¿Qué es lo que quieren? -La joven busca a su padre… -No, no, no no no… eso sí que no.- Liu le interrumpió antes de que siguiera casi con lástima: -No es eso, Doctor Jones, ¡es la hija de Howard Templeton! -¿Templeton?… ¡Templeton! ¡Liu, por qué no me lo has dicho antes, Howard Templeton!- 

Se reincorporó con dificuñtad de su asiento haciendo que se desplomaran parcialmente algunos pilares de libros más, una vez en pie repitió en nombre más en seco, recordando: -Templeton. ¿Y lo están buscando?- Liu asintió con la cabeza y añadió: -Se lo he dicho justo cuando me lo ha preguntado- añadiendo una pequeña reverencia mientras sujetaba una carpeta. El profesor salió renqueante del despacho hacia la antesala donde le aguardaba una pareja de jóvenes entrados en la veintena.


2.-


-Buenos días, soy el profesor Henry Jones.- estrecho un par de manos mientras observaba caras de grave preocupación. -¿Y ustedes son? -Me llamo Claudia Templeton y este es mi novio, Jack. Soy la hija del profesor Templeton. Hace tres semanas que perdimos el contacto con él.


-Tres semanas… pero tomen asiento, por favor. Les señaló el sofá donde ya habían estado aguardando, él tomó asiento en una parca silla frente a la mesa de la secretaria. -¿Té, café? -hicieron un gesto de negar con la mano -Por favor, insisto, ¿té?-Claudia asintió con cara de disgusto, ya no iba de cinco minutos, Jack también aceptó cuando el profesor le señaló con el dedo: -Liu, por, por favor… gracias.

La diligente secretaria se dispuso a preparar las bebidas y en seguida las había repartido mientras tomaba asiento tras su escritorio con una taza de té caliente entre las manos, mientras seguía la conversación:


-¿Y cómo podría ser de ayuda? -Verá, mi padre dijo que si esto sucedía usted era la única persona que podría ayudarnos. -¿Si sucedía esto? ¿Acaso tenía pensado desaparecer? -Más o menos, estaba buscando la ciudad perdida de El Dorado. -¡Ja! El Dorado, viejo chiflado… ¿otra vez? -De alguna manera era su obsesión. -Por supuesto que era una obsesión. En el 68, después del alboroto que causó le prohibieron la entrada a Colombia, ¿se puede saber cómo…? -Brasil. -Brasil, ¿eh? A su edad más le valdría haberse tumbado bajo una sombrilla en una playa con un combinado en la mano.


El tono del profesor era bastante más airado y sardónico de lo que cabría esperar para la circunstancia, la pareja permanecía inmutable en su expresión de solemne gravedad y Liu observaba atentamente al profesor mientras daba vueltas a su té valorando la necesidad de un correctivo ante sus excesos, fruto en realidad del mismo apasionamiento que Templeton.


-O sea que ahora está perdido en alguna parte del Mato Groso. -No lo sabemos con certeza, por eso hemos acudido a usted.- El profesor se inclinó hacia la joven y, con seriedad y cierta dosis de sarcasmo, dijo: -Jovencita, me temo que yo tampoco sé donde está El Dorado. De hecho, por lo que nos ha llegado y tras largos años de estudio, sólo cabe concluir que fue un mito que utilizaron los indígenas para embaucar a los españoles. ¿Una ciudad hecha de oro? Y los españoles, qué buscaban, ¿oro? Vaya, qué oportuno. Muy oportuno. Muy oportuno para conducirlos a la profundidad de la selva más densa del planeta de la que no saldrían jamás. Y eso Templeton también lo… -Mi padre lo encontró- le cortó la joven, Jack también asentía y se hizo un breve silencio: -¿Que encontró qué ? -El Dorado, la ciudad perdida.- El profesor reía mientras negaba con la cabeza: -Claro, como en el 68… y el 59… y el...¿52? ¿Fue en el 52 cuando le prohibieron la entrada a Ecuador?


-Esta vez es dif...- ahora el profesor le cortaba a ella: -Esta vez es como todas las demás, lo que sucederá, si con suerte vuelve sano y salvo es que le prohibirán la entrada a Brasil por crear disturbios entre las tribus nativas.

La amazonía no sólo es la mayor selva del planeta, también es la más densa: kilómetros y kilómetros cuadrados de vegetación inescrutable que sólo se puede sobrevolar sin lugar para aterrizar, completamente inaccesible. ¿Cómo un hombre de su edad ha podido volver a caer en tal insensatez?


-Esta vez sabía exactamente a donde iba.- Claudia sabía de sobras todo lo que el profesor iba exponiendo y se limitaba a seguir el desarrollo de su razonamiento. -¿Acaso te lo contó a ti? Y bien, ¿dónde se supone que está El Dorado? ¿Y cómo pudo…? -Claudia sacó un libro de su bolso, una edición de bolsillo de una novela comercial, muy manoseada y se la ofreció al profesor. Éste se recolocó las gafas para ver adecuadamente la portada lleno de escepticismo y casi indignación.


-La…¿crónica de Akakor?- Rió mientras se retiraba las gafas cabeceando -Claudia, esto es tan sólo una novela y si de verdad tu padre opinaba lo contrario es que en realidad sus problemas son más graves de lo que ya sabemos.


-Está subrayada por él mismo.- añadió la joven, imperturbable, mientras sorbía su té. El profesor hojeó el traqueteado manojo de hojas mientras en realidad revisaba sus propias dudas. -¿Y dices que encontró algo aquí? -Le puso en camino, eso es lo que me contó por teléfono. No se hubiera adentrado en la jungla en sus condiciones de no estar del todo seguro, contrató a algunos guías locales, no debería haber estado incomunicado más de dos semanas, según su cálculos.


El profesor hojeaba el libro de delante a atrás y de atrás adelante con los labios muy apretados y expresión compungida, acto seguido su boca articulaba “El Dorado es tan sólo un mito” y seguía dando vueltas a aquellas páginas entre las manos y a toda la información que había reunido sobre el tema durante sus largos años de estudio.


La joven elevó un poco la voz con tono de discurso: -Por lo general, y aún por distantes que puedan estar de su origen, todos los mitos de la diferentes culturas tienen un punto de anclaje en la realidad como causa imprescindible que…- El profesor levantó la vista cortando el discurso: -Jovencita, ¿me va usted a dar a mí… mi propia conferencia?


Liu, detrás del escritorio, tuvo que devolver parte del té que ya tenía en la boca a su taza para que no saliera por la nariz ante la risa imprevista.

-¿Y que me dice del manuscrito 312? -¡Otro fraude, para que el rey les dotara de más recursos! -¡Puede que no! -Oh, o puede que sí. -O tal vez no.

La conversación empezaba a subir de tono y a tornarse más belicosa, tras un silencio largo y tenso el profesor suspiró profundamente. -La verdad es que no sabría por donde empezar, no creo que pueda ser de ayuda, a mi edad ya no estoy para ese tipo de trabajo de campo, el noventa por ciento…


...del trabajo de un arqueólogo se desarrolla en la biblioteca.- Claudia le terminó la frase. -¿De verdad recuerda todas mis conferencias?- El profesor miró sorpendido a Jack que no hizo más que encogerse de hombros. -Vamos, Doctor Jones, esa frase la repite siempre. -Por su importancia, sin duda.- Volvió a mirar la portada del libro que aún tenía en las manos, una edición barata de un libro sensacionalista de publicación reciente, una ficción que trataba de pasar por veraz como parte del juego de suspensión de la incredulidad. ¿O realmente había algo más?


3.-


-Todos en la profesión, en algún momento de sus carreras, se han interesado por la leyenda de El Dorado. Incluido Howard. Sobre todo, Howard. Y yo también, por supuesto. A mi edad he visto muchas cosas que no creeríais, pero El Dorado, desde tiempo de los españoles, sólo conduce a callejones sin salida. Y en uno de los rincones más peligrosos e inaccesibles del planeta. Con toda sinceridad Claudia, aunque tu padre estuviera en lo cierto, no veo como podría ayudaros.


Le extendió el libro a la muchacha lamentando su pérdida: -Es posible que mi padre algunas veces se equivocara. Respecto a usted por ejemplo, cuando pensó que nos podría ayudar. Pero no respecto a El Dorado, me dijo que lo había encontrado, estaba radiante, y jamás había hecho tal afirmación antes. Y con su ayuda o sin ella nosotros haremos lo mismo.

-Pues… buena suerte. Lamento no poder ¡ah!.. yudar. Mi consejo es que ¡ah!..guarden con paciencia esperando lo mejor, es todo lo que se puede hacer.

El profesor dirigió una mirada de furia a Liu en respuesta a las patadas que le estaba propinando por debajo de la mesa.


La joven y su novio se levantaron, recogieron el libro y se dirigieron a la puerta con cierto orgullo:

-Gracias por su consejo, yo también lamento haber hecho un viaje tan largo para esto. Que tengan un buen día.

Nada más cerrar la puerta los ojos de Liu inyectados en sangre fueron acompañados por una nueva patada: -¿Cómo que buena suerte, Doctor Jones? ¿Es que los va a dejar ir solos a la selva más peligrosa del mundo? ¡Son dos niños!

-Liu, aunque quisera ayudar, cosa que no tengo tan clara, no sabría como hacerlo, les he dicho la verdad. No puedo llenar el vacío de sensatez de un par de veinteañeros.

-¿Cómo que no? ¿Cómo que no? ¡Espere aquí!

Liu salió disparada hacia las escaleras y encontró a la pareja ya bajando:

-Disculpen al Doctor Jones, últimamente ha tenido mucho trabajo y hoy en particular está demasiado cansado, Por favor, déjenme un número de teléfono y se pondrá en contacto esta misma tarde con ustedes.- La sonrisa de Liu era sin duda algo forzada y acompañaba las palabras con un ligero exceso de reverencia pero sonaba bastante convincente, aunque a Claudia no le terminaba de encajar: -¿Seguro? No parecía muy convencido… -Por descontado, déjenlo de mi cuenta- y con un guiño extendió papel y bolígrafo. Una vez obtuvo el teléfono continúo despidiéndose con pequeñas reverencias mientras la pareja descendía por las escaleras, algo perpleja.



-Liu, antes de que… -¿Templeton es amigo o no? -Eh… -¿Amigo o no? -Bueno, sí. Más o menos. Pero hace mucho que no lo veo y… -Pues a un amigo se le ayuda cuando lo necesita.

Y con estas palabras le estampó la nota con el teléfono en el pecho mientras el profesor la trataba de sostener sin saber muy bien donde estaba.

-¿Te has vuelto loca? ¿Quieres que vaya Brasil? ¿A buscar a un loco en mitad de la jungla? Pues, ¿sabes qué? Si tanto quieres ayudarles y tanto quieres que vaya, ¡tú vendrás conmigo!

-Por supuesto que sí, Doctor Jones- concedió Liu complacida.

El profesor miraba alternativamente a la nota y a Liu dándose cuenta de la trampa en la que acababa de caer.

-Consígueme al menos una copia de esa… novela, habrá que empezar por alguna parte y no parece que tengamos nada mejor por el momento.


-...sí, sí, lo sé. Por eso tendremos que seguir los pasos de tu padre y a ver hacia donde nos lleva la pista, volamos a Río esta noche y desde ahí ya veremos, nos vemos en el aeropuerto, sed puntuales. Ah, y una cosa más Claudia, y díselo también a Jack: mientras estéis conmigo, yo tomo las decisiones, sin discusiones. Ésa es la condición, ¿de acuerdo?... A las doce, sí, nos vemos allí.


La mano de Henry temblaba ligeramente al colgar el auricular del teléfono, La miró un momento, la palma, el dorso: no eran las mismas manos que diez años atrás. -Liu, estoy aterrado, hace meses que ni siquiera salgo del campus.

La secretaría iba y venía haciendo los preparativos para el viaje: -Por eso, ya es buen momento para salir, Irá bien, Doctor Jones. Estará conmigo.


4.-

El piloto levantaba la voz por encima del ruido del motor de la minúscula avioneta, ya estaban en la última parte del trayecto:


-¡Admiren el paisaje, estamos sobrevolando el pulmón del mundo! ¡La mayor extensión de selva virgen de todo el planeta, aquí termina la civilización… y es la naturaleza la que manda!

-¿No me diga?- Liu respondió al sarcasmo de tales palabras y la mirada hacia ella que las acompañó con una espléndida sonrisa.


-Profesor, ¿cree que tendremos un buen aterrizaje?- Jack estaba emocionado con la aventura, más aún con el viento racheado que hacía bailar a aquel pájaro de papel en todas direcciones a través del cielo.


-Lo dudo- se aferraba con una mano a su asiento y con la otra a una copia de la novela que llevaba todo el viaje repasando -y puesto que puede que no tardemos en morir, creo que ya puedes llamarme Indy.

-¿Indy? ¿De dónde viene, su nombre de pila no es Henry? -De Indiana. -¡Ah, es usted de allí! -No exactamente…- Claudia, que sabía perfectamente, por su padre, de donde venía el apodo, sonreía en mitad del traqueteo.


Una inmensa alfombra verde se extendía bajo el aeroplano y en mitad del manto de vegetación se adivinaba a lo lejos una pequeña franja ocre aproximándose lentamente mientras se bamboleaban:

-¡Será mejor que se agarren bien, parece que vamos a tener algo de viento de cola!


El poblado eran cuatro casas con una especie de tienda donde podrían surtirse de lo imprescindible, contactar con un guía local para continuar hasta donde fuera posible por caminos enfangados y más allá de eso, a pie. Y si no parecía ya complicado de por sí, el principal problema es que todavía no sabían hacia donde dirigirse. En la cantina podrían obtener más información acerca de las últimas actividades e intenciones de Templeton y a partir de ahí valorar de nuevo sus posibilidades y, en el mejor de los casos, y también el peor, trazar una ruta.


Dado el minúsculo tamaño de la población, la cantina proveía allí de los escasos servicios disponibles: comida, bebida, teléfono, gasolina, víveres, incluso algunas camas. Entraron con el piloto que además hacía de intérprete siguiendo los mismos pasos que el profesor Templeton antes de su desaparición .

El hombre que regentaba la cantina era alto y fornido, con un aspecto grasiento debido a la constante humedad y les recibió con expresión sombría.


No contó demasiado porque era todo lo que sabía: Templeton contrató a dos guías con los que se internó en la selva y nada más se volvió a saber de ellos. No parecía demasiado cómodo con la visita.


-¿Y las autoridades?- Indy miraba alternativamente al piloto y al cantinero mientras el primero traducía y el segundo se limitaba a negar lentamente con la cabeza. El piloto lo puso en palabras a su manera: -Como le dije, no se puede esperar mucha ayuda por aquí.

-Joao.-Interrumpió el cantinero, intercambió algunas palabras con el piloto.

Al parecer uno de los guías tenía un hermano al que también podrían contratar, había estado buscando a su hermano, conduciendo arriba y abajo sin éxito. Y tal vez él pudiera contarles algo más. Telefoneraon desde la barra y acordaron un encuentro al día siguiente, le tomaría algún tiempo llegar a aquel punto por carretera. Aprovecharon para reponer energías a merced de los servicios de la cantina, los únicos que hallarían en algún tiempo si finalmente tenían que internarse en la selva.



Estaban sentado en un rincón, bajo la estructura de madera y chapa, una ventana daba a un estrecho camino a un par de decenas de metros que se perdía en la oscuridad absoluta de lo desconocido, de donde provenía esporádicamente algunos curiosos ruidos. Indy, consciente de la situación trató de moderar las expectativas:


-Esto no va a ser fácil. -Nada fácil merece realmente la pena- observó Claudia. -Veremos mañana que nos puede contar el hermano del guía, pero lo cierto es que no podemos ir dando palos de ciego por la jungla. Además, eso parece que ya lo ha hecho él.


Y sobre todo: ni una palabra acerca de lo que buscaba tu padre. Ya a demasiados hombres ha empujado a la locura el… oro- finalizó con un susurro.

-¿Entonces qué?- Liu no las tenía todas consigo.

-Criptozoología. Insectos desconocidos, por catalogar, esas cosas. Nada de... ciudades perdidas… y muchos menos de… El Dorado.

Los tres asintieron en silencio con más dudas que certezas, que Indy pudo leer en su caras: -Mejor dejadme hablar a mí, intentaremos sonsacarle primero a ver qué sabe.

-Te queda bien ese sombrero, Doctor Jones.- La pareja sonrió ante el comentario de Liu.


Ya en la humilde habitación, bajo la luz gastada de una pequeña bombilla y con los sonidos de la noche en la jungla de fondo, Indy seguía repasando la novela, ahora la de Claudia, con especial atención a las partes subrayadas. El periodista alemán que lo escribió había muerto asesinado en una playa de la capital pocos meses atrás. Con un arma automática. Extraño para un robo fortuito que sale mal.


La narración del libro sí que describía una suerte de ciudad perdida, pero el vínculo con la leyenda de El Dorado no aparecía en aquellas páginas. Tal vez sólo existiera en la mente de Templeton. Qué duda cabe que siempre había sido algo extravagante y su fijación con el mito superaba con creces lo razonable, pero igual de cierto era que se trataba de un hombre brillante muy por encima de la media de los profesionales en su campo.


Hallar la ciudad perdida de la leyenda sería un hito al nivel del descubrimiento de las no menos míticas Troya o Micenas, pero se proponía en el texto una diferencia dramática y a todas luces descabellada: que en fechas presentes continuaba habitada, entre otras muchas proposiciones que sólo podían ser producto de la fantasía del autor.


No había en realidad mención alguna del oro que buscaban los españoles. Y era todo pura ficción. Pura ficción. De esa que dicen que la realidad siempre supera. Pero lo cierto es que las esperanzas para Claudia de reunirse de nuevo con su padre se reducían drásticamente con cada jornada y si el guía no podía ofrecer más hilo del que tirar, habrían llegado ya a un callejón sin salida. Con algo de suerte Howard aparecería de entre la maleza sin afeitar, con la ropa hecha harapos, deshidratado y hambriento, pero lo más probable es que no se volviera a saber nunca más del profesor Howard Templeton.


5.-


La noche fue excepcionalmente calurosa, hasta el punto de hacer difícil conciliar el sueño. Ya por la mañana Liu sacudía suavemente el hombro de Indy que finalmente se había quedado dormido en la silla bajo su sombreo con el libro sobre el regazo y se reincorporó carraspeando, la pareja ya estaba abajo y se acercaba la hora de la cita con el guía.


Joao se presentó en la cantina aproximadamente a la hora señalada, tras sus gafas de sol, con la camisa desabotonada hasta mitad del pecho y una fina cadena de oro. En seguida localizó a su cita: no había nadie más en el local salvo ellos y el cantinero que andaba enfrascado en las tareas propias del negocio.

Por suerte se defendía muy bien en inglés por su ocupación, aunque desde luego no era aquella una zona turística. Saludó y le invitaron a tomar asiento, pidió un refresco y colgó las gafas de sol del bolsillo de su camisa, Indy tomó la iniciativa:

-Lamentamos mucho lo que ha sucedido con tu hermano y su compañero, también ha desaparecido un amigo nuestro, un buen amigo… -Mi padre- apostilló Claudia. -…y estamos dispuestos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para encontrarlos.

-Gracias, yo también siento lo de vuestro amigo. Pero llevo varios días recorriendo los caminos, y ni rastro de ellos. He localizado el coche pero parece que lo abandonaron y se internaron a pie. Ahí sigue de momento, por si regresaran a ese lugar, pero parece difícil si no lo han hecho ya, no llevaban provisiones para tantos días y la jungla puede ser un lugar muy hostil. Y si se salieron del camino, seguir un rastro es imposible. Imposible. Del todo, me temo que no haya mucho más que hacer que esperar y rezar al altísimo para que tenga a bien devolvérnoslos.


Indy desplegó un mapa sobre la mesa mientras los demás le ayudaban a hacer espacio apartando algunos vasos y tazas: -¿Podrías señalar el lugar donde quedó el vehículo?

-Claro, es siguiendo este camino, este desvío… aquí el camino se empieza a complicar de verdad y ellos dejaron el coche aquí. -Vaya… ¿tan lejos? -Y parece que aún continuaron a pie, encontré algunas huellas, pero quién sabe exactamente en qué dirección o por cuanto tiempo. Supongo que no querrán ustedes...- miró la pintoresca composición del grupo -… internarse en la jungla, sería un suicidio dar vueltas sin sentido, no es un terreno que se pueda siquiera peinar para buscar los cuerpos. Lo siento, señorita. - añadió dirigiéndose a Claudia.


-Bueno, ésa es la cuestión, tenemos alguna idea pero no sabemos exactamente la zona en la que pudo...- Indy tanteaba el terreno viendo qué podía sacar pero Joao le cortó muy rápido: -Ah, pero ¿no les dijo a ustedes lo de El Dorado?

Indy se secó el sudor de la frente y se recolocó el sombrero maldiciendo a Howard para sus adentros, Liu tosió hacia un lado tras tragar el sorbo que acaba de tomar y a Claudia se le dibujó una sonrisa enigmática en los labios. -Así que criptozoología, ¿eh?- remató Jack. -¿Eh?- Joao como es natural no entendió el comentario. -Nada, déjalo.


Indy aparcó los rodeos: -¿Qué te dijo exactamente tu hermano? -Pues que le había salido un encargo muy bueno, de un gringo loco y que estaría fuera un par de semanas. Conoce bien la zona, diría que su amigo está en las mejores manos posibles, no sé que ha podido pasar.


Es cierto que fueron bien adentro, pero a mi hermano lo conocen incluso en las tribus más apartadas, está en muy buenas relaciones con ellos, nunca le harían daño, siempre les lleva regalos. Baratijas, pero muy exóticas para los nativos, en general no son agresivos.


-¿Incluso viajando con un extranjero? -Aún así, cuando ven documentales, ¿quién cree que lleva a los equipos de filmación hasta allí? Pues gente como mi hermano y yo le he acompañado algunas veces.

A no ser…


-¿Qué? -A no ser que cruzaran el río. -¿Qué río? -En el mapa no se ve pero aquí hay un río, no demasiado ancho, fácil de vadear, pero sirve de frontera. -¿Frontera con quién? -Pues entre la selva y la civilización moderna, los nativos de este lado están más o menos acostumbradas a cierto contactos esporádicos, pero cruzar el río es cambiar de mundo, ni siquiera ellos lo hacen.

-Tendrán un buen morivo.

-Dicen que es tierra sagrada, la tierra prohibida, en su lengua, pero es mi hermano quién me explicó todo esto, jamás se la jugaría de esa manera.

-¿Ni por una suma muy elevada de dinero?- intervino Claudia.

Joao pareció sentirse incómodo ante el comentario. -No lo puedo asegurar, pero desde luego yo no lo haría ni por todo el oro del mundo. Los muertos no pueden gastar el dinero, es demasiado peligroso.

-¿Qué tipo de peligros? Tribus agresivas, tal vez incluso no contactadas, trampas, flechas y dardos envenedados… sólo mirar a la otra orilla puedes sentir que la selva tiene ojos. ¿Alguna vez han visto cabezas de este tamaño, con ojos y bocas cosidos?- mostró con los dedos una separación de unos quince centímetros.


Se recostó en su aseinto y saco un cigarrillo, lo encendió con una cerilla que agitó en la mano para apagarla y concluyó: -No vale la pena, por ningún precio.

-Pero tal vez tu hermano no lo viera igual.- Claudia insitía y la idea ya empezaba a incomodar a Indy también.

-Es posible. Pero mi límite está en el río. Y mi consejo es que mejor ni miren a la orilla de enfrente.

Indy buscaba una solución intermedia: -Tal vez podamos hablar con los nativos, ver si pasaron por allí y hacia donde se dirigieron.

-Mire, les voy a ser sincero, no creo ni que llegaran a territorio indígena. Por lo que me dijo mi hermano, no se ofenda señorita, es que era un viejo loco con dinero que buscaba El Dorado y lo tendrían un par de semanas dando vueltas por la jungla, como unas vacaciones de aventura y ya está.

Si no ya lo hubiera hecho, aunque la distancia a pie desde este punto, requiere estar en forma y el avance es muy penoso. Además, hay que ir preparado, en la jugla también hay animales peligrosos. Pumas, panteras, caimanes… Y el que se entendía con los nativos era mi hermano, me temo que yo no pueda hacer más que saludar correctamente.

-No te preocupes, nos entenderemos- concluyó Indy.

-¿Cuánto por acompañarnos? - intentó zanjar Claudia.

-¿Cuánto?- también estoy buscando a mi hermano, les acompañaré goistoso. Pero siempre a este lado del río.

-Hagamos los preparativos, partiremos al amanecer.- Indy empezaba a tener una idea bastante clara de lo que podría haber sucedido y sólo quedaba confirmarlo de alguna manera con los nativos.


6.-


La pista por la que viajaban hubiera sido intransitable en muchos tramos sin tracción en las cuatro ruedas y en algunos puntos tuvieron que enmpujar debido al barro acumulado y la escasa consistencia del terreno. A medida que el vehículo avanzaba la vegetación se iba cerrando más y más sobre ellos hasta el punto de apenas ver el cielo en algunos momentos. Tras largas horas de laborioso avance llegaron por fin al pequeño claro donde se hallaba un todorreno que parecía ya abandonado y la jungla estaba empezando a devorar poco a poco opacando la transparencia de sus lunas y el brillo de la pintura, salpicado ahora de una pátina de limo.


Al final la idea de que el viejo chiflado hubiera dado con alguna clave inadvertida empezaba a cobrar peso en la cabeza de Indy, no hubo mucha conversación, por lo que tuvo tiempo para pensar y los pensamiento se filtraban en su semblantes, cada vez más sombríos.

El viejo cabrón había cruzado con toda seguridad el río y probablemente persuadido a los guías para acompañarle, o entonces sí que estaba realmente loco. Y hablando a todo el mundo de El Dorado, descuidanso las mínimas precauciones, como si la codicia de los guías no pudiese volverse en su contra en cualquier momento si es que no era la suya propia la que ya le había traicionado.

Era de día pero más allá del claro apenas llegaba luz directa al suelo que pisaban, se filtraban estrechos rayos, Joao y Jack se turnaban al frente de la fila india en la que caminaban para poder darle descanso a los brazos con los que tenía que ir ensanchando el sendero en muchos puntos, si es que a tal ruta se la podía calificar de sendero. La música de la jungla sonaba ininterrumpida rodeándoles y caminaban sin saberlo flanqueados por más ojos de los que podrían imaginar.



Llevaban varias horas de marcha, con algunos descansos, el sol ya había superado su cénit cuando Joao les puso en situación:

-Ya falta poco, tras esa loma está la primera aldea y no mucho más allá hay otra más, la última antes del río. Sería bueno que… las mujeres...- Indy comprendió en seguida y les pidió que se recogieran el pelo y se lo cubrieran para que llamaran la atención de los nativos lo menos posible, revisó una vez más el tambor de su viejo revolver. También Joao iba prevenido en ese sentido.


En la cima de la pequeña elevación tuvieron algunos momentos de más luz que aprovecharon para reponer fuerzas pero al poco volvían a sumergirse en una suerte de penumbra que dificultaba la orientación, las palmadas para ahuyentar mosquitos eran una constante y una película mezcla de rocío y sudor les impregnaba todo el cuerpo haciendo la travesía más sofocante, al no encontrar los líquidos facilidad para evaporarse. Al poco empezó a llover.


A lo lejos divisaban ya algunas siluetas de cabañas construidas con la elementos de la abundante vegetación y con techumbres impermeabilizadas con grandes hojas. Algunas figuras inmóviles aguardaban ya su llegada, provistas se simples taparrabos, cabellos negros en su mayoría recortados en forma de tazón y algunas perforaciones llamativas en nariz, boca y orejas.


Joao iba al frente con las manos en alto desde ya hacía un rato y la tensión iba poco a poco en aumento a la par que la lluvia. No esperaban problemas, pero situaciones así siempre tienen algo de impredecible.

Indy le seguía con las manos separadas del cuerpo mientras ya le flanqueaban a algunos metros algunas de aquellas figuras que revasaban y otras les acompañaban el paso.

Joao empezó a repetir la única palabra que sabía con certeza que comprendían, tal vez se pudieran entender con alguna palabra del portugués y difícilmente con nada de inglés.


Siguieron lo que era un camino algo más delimitado por el uso hasta que una treintena de metros de las cabañas algunos indígenas parecían cerrarles el paso, algunos de ellos devolvían el saludo de Joao y se empezaba a crear un rumor y un pequeño batiburrillo.

Joao extrajo con cuidado de su mochila algunas chocolatinas que los indígenas ya conocían de visitas anteriores y aceptaron de buen grado.


Por señas, Joao e Indy se señalaban los rostros, y mostraban los dedos, dos de piel tostada como Joao y uno de piel clara como Indy, y señalaban direcciones acompañando con algunas palabras en portugués, las gotas resbalaban copiosamente por el ala del sombrero. No tardaron mucho en comprender, la alegría de los presentes se esfumó rápidamente dando lugar a gestos más serios y a manos señalando la continuación del camino hacia al siguiente aldea. Aún les quedaba un buen trecho pero parecían ir por buen camino. Continuaron la marcha mientras la lluvia no daba tregua.


La buena noticia era que parecían haber pasado por allí, la mala que quedaba un lugar menos en el que buscar y las posibilidades se iban reduciendo. El esfuerzo sobre el suelo mojado se multiplicaba y el avance era aún más tedioso bajo la lluvia, descansaron un poco para recuperar el resuello a medio camino entre las dos aldeas.

-No parece que vayan a poder decirnos gran cosa- lamentó Joao.

-¿Qué vamos a hacer si en la siguiente aldea no nos pueden dar más indicaciones?- planteó Claudia.

-Ya tenemos bastantes problemas como para preocuparnos por los que aún no tenemos. Lo veremos una vez allí.- concluyó Indy, bajo su sombreo calado y apoyado en un grueso tronco para descansar un poco.

-Doctor Jones. -¿Sí? -¿Lleva usted dos látigos? -Sólo el mío, Liu. -¿Y al otro lado? -Qué otro la..- Indy palpó el otro extremo de su cintura, en seguida notó un tacto escamoso inconfundible y lanzo un grito a la vez que un ofidio volaba por los aires hasta el lado opuesto del camino. -Odio a las serpientes.


Reanudaron la marcha y parecía que la lluvia iba amainando. Para cuando llegaron a la última aldea antes del río, la llovizna había cesado por completo pero estaban empapados. Era mucho más grande que la anterior y tenía salpicados aquí y allá algunos bloques de piedra maltrechos redondeados por la erosión e inamovibles bajo la impenetrable mirada del tiempo.


Algunas siluetas humanas se dibujaban ya junto a las de las estructuras. La escena fue muy similar a la anterior salvo que fueron conducidos hasta una gran fogata en el medio de la aldea donde algunos nativos parecían ir desarrollando diversas actividades extrañas a los ojos civilizados: machacar grano o hierbas en morteros, afilar o trabajar algunas herramientas y enseres y otros trabajos manuales o de artesanía. Otros sentados parecían simplemente conversar. Al llegar a la hoguera, precedidos por las siempre oportunas chocolatinas de Joao, colocaron algún tipo de esterillas de fibras trenzadas a modo de asiento ante uno de los grupos que conversaba, que se reorganizó para recibirles mientras les observaban quedamente.


Uno de los más ancianos, algo más ornamentado que el resto saludó con una de las pocas palabras que conocía Joao y en portugués, lo cual fue reconocido por el resto y despertó cierto júbilo, sobre todo en Claudia que le urgía a preguntar. Las miradas eran serias, incluso severas. El anciano empezó a hablar en un portugués algo rústico:


-Sé por qué estáis aquí- iba traduciendo Joao y a la vez aportaba información: -Buscamos a tres hombres. Cruzaron alguna frase entre ellos en su lengua. -Los extranjeros fueron advertidos. No cruzar río. Tierra sagrada. Tierra sagrada. Tierra prohibida. Peligros y ...¿ojos en la noche?- al parecer iba mezclando algunas palabras del portugués con otras en su lengua. Más que amenzante sonaba apesadumbrado. -Pregúntale por dónde se fueron- ordenó Indy y Joao no tuvo que traducir, levantó el brazo señalando a un sendero, ya mucho más esctrecho en ese lado de las afueras del poblado y solo dijo: -Río.


El pequeño instante de júbilo se había borrado por completo de las caras y una densa sombra cayó sobre el ánimo del grupo. Incluso Claudia dudaba, no se atrevió a proponer nada: -¿Y qué… qué hacemos?

El viejo Templeton lo había hecho, a saber cuánto dinero les había dado o prometido. O tal vez el veneno de la leyenda de El Dorado hubiera penetrado en su mentes, como en la de Howard, cegándoles tanto como para dirigirse a una muerte segura.


Indy se pasaba la mano por la boca inquieto, como teniendo ante sí una copa que estuviera dudando entre tomar y derramar. ¿Tal vez el veneno de la leyenda estaba también anidando en su cabeza? Siempre lo considero un mito, desde luego. Y a los españoles que lo persiguieron, pobres ilusos embaucados. Howard también lo sabía bien pero había dedicado toda su vida a reunir información relacionada con el tema, era su fetiche, su obsesión, tal vez su enfermedad. Sabía mucho más que él sobre el tema ¿y se había dejado llevar hasta allí por una novela de bolsillo? No tenía sentido. O tal vez se hubiera demenciado sin más y hubiera arrastrado en su locura a otros dos pobres incautos a la muerte. Claudia arguardaba con el miedo y la ansiedad en los ojos, las figuras indígenas parecían componer la corte de un velatorio sin restos mortales.


Aún suponiendo que Templeton estuviera en sus cabales, que no era poco suponer, adentrarse en lo desconocido podía suponer un viaje sin retorno. Miró la cadena de oro de Joao, él lo había dejado claro, miró a Jack, seguiría a Claudia donde fuera, miró a Liu y vio terror y angustia en su mirada, miro a Claudia y vio algo más. Claro que había ido allí buscando a su padre pero también había sido seducida por una leyenda que tal vez fuera sólo un mito.


El oro tiene un efecto extraño sobre algunas personas, no serían capaces de deshacerse de él aunque se estuvieran ahogando entre las aguas por su peso. Pero había algo peor que el oro: la ciudad perdida.

Una página de la historia olvidada, eso era realmente lo que cautivó la mente de Templeton y lo que estaba inclinado a Indy a seguir con su búsqueda mucho más allá de los límites de lo razonable.


Su viejo colega, aunque excéntrico y obsesivo, sabía sin duda muy bien de lo que hablaba, pero ¿y una vez al otro lado? Si hay algo que todo ser humano lleva dentro, es un explorador. Tampoco le quedaban tantos años por delante, decidió tomar la copa.

-No puedo hablar por el resto, pero si Claudia quiere seguir la búsqueda cruzando el río yo la acompañaré.

-¡Doctor Jones!- Liu, exhausta por la larga marcha y empapada de pies a cabeza consideraba que el profesor ya había cumplido holgadamente con su colega.

-No es buena idea. Es más, es una pésima idea.- Joao no variaba un ápice su postura. -Tal vez podamos recorrer la zona un par de días o esperar aquí, tal vez siguieron el curso del río.


-Sabes bien que lo cruzaron y que no van a volver por sus propios medios-. Indy había tomado su decisión.

-Si es que están vivos.- puntualizó Jack.

-¡Jack!- Claudia no quería ni contemplar la idea, Joao bajó un poco la cabeza admitiendo la posibilidad.

-Si es que están vivos- confirmó Indy.


Las miradas apuntaba a Claudia que se creció en lugar de abrumarse: -Bueno, para eso hemos venido. Para averiguarlo.- y un brillo relampagueó en sus ojos mientras mientras pronunciaba las palabras, el veneno de la leyenda también pesaba en su pensar. Una ciudad perdida, nunca hallada por los conquistadores, edificada con oro puro y macizo, más riqueza de la que nadie pudiera soñar y la sinuosa insinuación del secreto. Del peligro de la tierra prohibida.


-Hemos llegado hasta aquí. Por mí seguimos- dijo ponéndose en pie -¿Jack? ¿Indy?- Ambos asintieron y se incorporaron ante los reproches de Joao: -Estáis locos, de verdad que estáis locos. ¡Pero si no sabéis ni donde váis! Es un suicidio.

-Nosotros no, Templeton puede que sí. Exploraremos las próximidades, tal vez hallemos algún indicio que nos indique por donde continuar, si no es así… - se dirió a Claudia -… tendremos que regresar.

-No se alejen mucho, Doctor Jones.- Liu estaba ahora de veras preocupada.

-Creo que nos podrán alojar como otras veces, estaremos bien.- trató de reconfortarla Joao. -Id con mucho cuidado, pero me temo que no será suficiente- dijo mientras ofrecía su arma a Jack.






7.-


Tras una breve despedida iniciaron la marcha hacia el río. Los nativos los veían bajar hacia el angosto camino inexpresivos cual estatuas de piedra. Sin duda no sabían a donde se dirigían.


El afluente, de una amplitud de pocos metros en ese tramo, recorría su curso bajo una aparente sensación de serenidad. Nada a simple vista parecía diferenciar una orilla de la otra, las mismas aves, la misma maleza y la misma humedad omnipresente. Tranquilidad absoluta.


Se dispusieron a vadearlo en su sección más corta aprovechando un saliente de roca.

-¿No es peligroso bañarse aquí, no?- Jack miraba las aguas turbias y ocres agitarse con cierta viveza ocultando el fondo.

-En principio no, salvo por los caimanes- apuntó Indy mientras hacía un ovillo con algunas prendas que prefería mantener secas.

-Y las anacondas- Claudia iba haciendo lo propio.

-Y no te olvides de las pirañas.- Jack estaba empezando a dar señales de incomodidad en el rostro.

-Y del candiru.- a Claudia le divertía especilamente esa posibilidad pero Indy la desdeñó en seguida:

-Oh, vamos. eso es un riesgo sólo cuando... -se volvió en seco hacia Jack y le ordenó con el dedo- No se te ocurra mear en el agua.

-De acuerdo, creo que prefiero cruzar con los pantalones puestos.- concluyó Jack.


Una vez en la otra orilla el terreno seguía descendiendo y la vegetación creciendo, la luz del día cobraba un tono cada vez más mortecino.


-Podríamos separarnos para cubrir más terre...- no pudo terminar la frase, al girarse para valorar otras posibles rutas que las que estaba contemplando el grupo una serpiente enroscada en un tronco abrió la boca a pocos centímetros de su cara mostrando los colmillos y la legua bífida con un siseo que ella percibió como ensordecedor. Acto seguido Jack, con un hábil giro de muñeca, hizo rotar el filo del chafarote seccionando la cabeza del ofidio que calló pesadamente al suelo, tras lo que completó las palabras de Claudia:

-No.

Indy husmeaba el viento tratando de adivinar el camino seguido por Templeton y los otros.

-No parece buena idea, no nos confiemos. Todo parece tranquilo pero…

-¿Pero qué?- Jack no parecía tener problema con ello.

-Demasiado tranquilo- algo le daba mala espina a Indy.


-Avancemos por ese sendero- se decidió finalmente.

-¿Eso es un sendero?-Claudia miraba la pequeña oquedad que había señalado Indy en el impenetrable muro de maleza.

-Podría serlo- Jack desenfundó de nuevo el enorme cuchillo y empezó a desbrozar algunos tallos.

A medida que se introducían en el corazón de la selva ésta parecía engullirlos en un abrazo verde y húmedo, como el de una anaconda, asfixiante hasta hacer perder el sentido a su presa y notar el crujido de sus huesos.


No tardaron mucho en hallar las primeras señales, primero algunas marcas en troncos, más adelante otras más difíciles de pasar por alto: -Indy, mira eso- Claudia empezaba a recordar que la calma era en realidad más que tensa. Colgando de una rama no muy alta se veía una alineación de pequeñas esferas irregulares, no mucho mayores que un puño.

-Jíbaros. Aunque creo que no les gusta que les llamen así…

-¿Entonces eso son…?- Los detalles no se distinguían desde la posición de Jack que ahora cerraba la marcha.

-Cabezas humanas. Desprovistas del cráneo, claro, es sólo piel en realidad- confirmó Claudia.

-Pero con el rostro de los enemigos. Muy efectivo para amedrentar a cualquiera que se adentre su territorio.

-Como nosotros.- Apuntó Jack a modo de lamento, por si alguien estuviera pasando el detalle por alto.

-Como nosotros.- asumió Indy.

-Pero a quién se le ocurriría hacer algo así, quiero decir, ¿no hace falta mucha dedicación para...?

-No es tan complicado, en realidad es un proceso de hervido que… ¿Seguro que quieres saber esto?- Claudia se divertía un poco con la repulsión de Jack.

-Tal vez no.

-¡Silencio!- Indy volvió a repetir la afirmación sin palabras, con el índice perpendicular a sus labios.

Lo peor es no saber qué clase de peligro le acecha a uno, podría tratarse de movimientos de la fauna, de la jungla, o tal vez habían encontrado lo que habían ido a buscar. O les había encontrado a ellos. Al poco, un zumbido seco.


-¡Ah!¿qué diablos...?-el pequeño dardo que Jack tenía clavado en el cuello bien podría haber pasado en otro contexto por las molestias ocasionadas por un insecto.

-¡Jack!-gritó Claudia al ver el colorido dardo, y al instante otro zumbido: -¡Indy!

Para el tercero ya no quedaba nadie que pudiera gritar su nombre. Los tres yacían en el suelo, desplomados, y la selva se había convertido en la oscuridad sin fondo en la que cayeron.


8.-


-No deberíamos haberles dejado ir.- Liu compartió su preocupación con Joao.

Se hallaban sentados bajo un chamizo. -Creo que no voy a volver a Doctor Jones.- se echó a llorar.

-Ni yo a mi hermano, seguramente.- lamentó con ella sin caer en la tentación de las falsas esperanzas.


-Es realmente como una fiebre, el oro- jugaba con la cadena que colgaba de su cuello- para algunos es como una fiebre. Una idea que se fija en tu mente y ya no puedes ver nada más. Muchos han perdido la vida en la selva buscando la ciudad de oro. El Dorado. Para los nativos, en realidad nunca tuvo la menor importancia. Es como si estuvieran vacunados, o tal vez porque sepan que sólo es una leyenda.

O tal vez la encontraran todos y no regresan porque están muy bien, eso me contaba mi santa madre del cielo, que en paz descanse.


Se santigüó y besó la pequeña cruz que colgaba de la cadena. Apoyó su mano sobre el hombro de Liu que aún sollozaba y conlcluyó: -No hay mucha esperanza pero debemos esperar.


La luz era absolutamente cegadora. Poco a poco se fue condensando en formas concretas, parte de luz y de sombra hasta dibujar unas líneas regulares. Un techo, trató de incorporarse un poco:

-Despacio, por favor, despacio. Un hombre de su edad no debería dejar de tenerla en consideración.


Indy miró a su alrededor, estaba en algo parecido a un quirófano o una enfermería. La cama en la que estaba postrado disponía de sujeciones que no se habían empleado, vio su ropa doblada impolutamente y sus pertenencias sobre una mesa a pocos metros: las botas a un lado, los pantalones, la camisa en un pequeño montón con el sombrero encima, la chaqueta, el látigo, el revólver, etc.


No pudo ver a la enfermera que se retiraba obedeciendo un ligero gesto, miró al lugar del que procedía la voz. Un hombre de mediana edad con un sobrio uniforme gris, sin ninguna clase de emblemas o botones le observaba con serenidad desde una silla en un extremo de la habitación.

Indy hizo el gesto de alcanzar el arma pero se vio bloqueado por la limitación de sus propias capacidades:


-Por favor, por favor… tenga en cuenta que aún está convalesciente, Doctor Jones.

-¿Cómo sabe mi nombre?

-Abrió una pequeña carpeta y leyó en voz alta: profesor Henry Jones Junior, ¿algo egocéntrico por partte del padre, no? ¿O debería llamarle Indiana?

-¿Dónde estoy?- Su interlocutor sonrió, algunas arrugas se revelaron en su pálida tez y un brillo asomó a sus ojos azules.

-Le contestaré, se lo prometo. A su debido tiempo, pero primero hágame un favor, contésteme: ¿dónde cree usted que está?


La cabeza de Indy daba vueltas tratando de recordar. La visita de Claudia y Jack, la locura de Templeton, el viaje a Brasil, la marcha por la selva, los indígenas… balbuceó:

-El… ¿El Dorado?- su iterlocutor estalló en risas -¡Vamos, profesor! ¡Me decepciona usted! Ambos sabemos que El Dorado sólo es… un mito para incautos. Desde su posición creo que puede hacerlo mejor. Indy empezaba a retomar la plenitud de sus sentidos y terminó de conectar los puntos:

-Akakor.

-Mmm. Un nombre interesante. A veces incluso las personas responden a más de un nombre,¿No Indiana?

-Prefiero Doctor Jones. ¿Quién es usted y por qué… -se palpó el cuello, dolorido en el lugar en el que perforó el aguijón-…por qué nos asaltaron en la selva?


-Cuestiones ambas que sin duda merecen una explicación como es debido. Mis diculpas por adelantado, pero como en seguida comprenderá hay… males necesarios.

-¿Como esos espantajos de cabezas reducidas?

-De malgusto, sin duda, pero muy efectivos con los, digamos, nativos.

-¿Quién es usted?- el malestar de Indy crecía a medida que iba recuperando detalles del contenido de la novela. -Y dónde están los demás, ¿Claudia, Jack? ¿Templeton?


-Oh, disculpe, fallo mío no mencionarlo. Soy el Doctor Noah Schwartz, responsable del área médica. Y no se preocupe, están en perfectas condiciones, ¿quiere que nos unamos a ellos? Cuando se haya repuesto… y vestido, claro.

-Por favor.

-Estupendo, aguardaré fuera.


Indy revisó su pertencias, estaba todo salvo las balas del revolver. Se volvió a colocar el sombrero con incredulidad mientras se miraba en una gran espejo y observaba su alrededor: instalaciones médicas más modernas que las de cualquier hospital avanzado, cajones y armarios cerrados sin cerradura visible. Finalmente decidió llevar el sombrero en la mano y salió de la habitación sin haber hallado un plan B.


Nada más cruzar la puerta halló a su imprevisto anfitrión: -No parece muy útil un revolver sin balas, ¿no? -No como arma de fuego, por supuesto. Pero pensamos que tendría para usted un valor sentimental. Las armas están prohibidas en la ciudad. Acompáñeme, por favor.


Avanzaron por pasillos extraños que combinan secciones confeccionadas con paneles modernos y otras de piedra pulida hasta que, tras varios desvíos, llegaron a la puerta de lo que parecía una gran sala: la mano enguantada del uniformado hizo girar la maneta de la puerta, de algún estilo parecido al barroco, mientras le invitaba a pasar. La mezcolanza estética era ecléctica y ciertamente llevada a cabo con bastante gusto: -Por favor, adelante.


La estancia era formidable, en el centro una larga mesa de banquete surtida con la mayor elegancia para la cena, velas, copas de cristal fino, cubertería de plata. A ambos lados de la sala estatuas y esculturas representando figuras humanas con atuendos de diversas épocas, armaduras medievales, samurais, plumajes indios… En el fondo de la estancia, tras la cabecera algunos grandes tapices entre los que se distinguían dos que le llamaron la atención por su lugar preponderante, a un lado la esvástica plana budista y al otro la inclinada cuarenta y cinco grados, con el círculo blanco sobre fondo rojo que se identificó con el Tercer Reich. Indy revivió infinidad de malos recuerdos y el odio se le filtró entre los dientes, escupió: -Nazis.


Su interlocutor trató de quitarle hierro: -Oh, profesor, no lo interprete de esa manera, mírelo como si estuviera en un museo. El tercer Reich ya terminó, tome asiento y se lo explicaremos.


Algunos de los comensales ya situados en la mesa repararon en la figura del profesor cuando avanzó hacia la puerta: -¡Indy!


Allí estaban Claudia, Jack, sentados con algunos otros que vestían similares uniformes al del médico y en la cabecera de la mesa…: -Buenas noches, Henry, ¿te unes a nosotros?- El desaparecido Howard Templeton levantaba una copa de vino primero hacia él y después hacia la fila de sillas que ocupaban Claudia y Jack.


-¡Templeton!- avanzó a grandes pasos hacia la mesa dejando caer sus manos al pasar sobre los hombros de la joven pareja hasta fundirse en un abrazo con su viejo colega: -¡Viejo chiflado! ¡¿Al final lo encontraste?! -Oh, oh, con cuidado, es un muy buen vino, sería una lástima desperdiciarlo...- dejo la copa en la mesa y le agarró de ambos brazos, gesto que fue correspondido. -Toma asiento, Henry. Precisamente estábamos hablando de eso. ¡Y pronto servirán la cena!- retomó la copa incluyendo también a la fila de uniformados en el lado opuesto, a su izquierda: -Bienvenido, Doctor Jones- los uniformados se incorporaron levantando sus copas en señal de respeto.


-¿Pero...cómo es posible?- Indy trataba aún de buscar concordancia entre su bagaje, la novela y lo que estaban viendo sus ojos.

-Bueno, tal vez podría ser un sueño- bromeó Templeton con el resto de comensales. Las caras de los uniformados eran joviales, como en una reunión de amigos. Las de Claudia y Jack daban muestras de un estado entre la estupefacción y la fascinación. El doctor Swarchtz, que había observado la escena en pie, tomó asiento junto a los otros uniformados. Indy se terminó de acomodar en su silla mientras un camarero le llenaba con pulcritud la copa de vino, tras acceder él con un gesto con su cabeza:


-¿Dónde estamos, Howard?- la fascinación empezaba a apoderarse de la mente de Indy del mismo modo que antes lo hiciera la idea de la ciudad perdida de El Dorado.

-Bueno, esa pregunta puede tener diversas respuestas correctas. Estamos, en el planeta tierra... en el continente americano… en mitad del Amazonas... en lo más profundo, de hecho varios kilómetros bajo el lecho de roca… y disfrutando de un buen vino con unos buenos amigos.


Los comensales celebraron la explicación de Templeton con algunas risas y brindis.

-¿En Akakor? ¿El Dorado? Al fin y al cabo es lo que estabas buscando.


-No creo que esto exactamente fuera lo que los conquistadores del siglo XVI esperaban encontrar, Henry.- Elevó su copa hacia todas las direcciones de la estancia, le acompañaron algunas risas. -Pero sí que hay que reconocer que “todos los mitos de la diferentes culturas tienen un punto…

-...de anclaje en la realidad. -Correcto, Doctor Jones.- aseveró el médico.


-Si bien, como verás, no es que la ciudad esté hecha de oro… por fuera tampoco, no sería muy conveniente y más en estos tiempos en los que se requiere de cierta, discrección. Pero qué maleducado soy, por favor, permite que te presente a nuestros acompañantes: el jefe de seguridad Qualtech-un hombre de tez tostada, cabello liso y negro y ojos verdes de edad difícil de concretar- el profesor Luwitz, profesor en historia -un hombre de cabello blanco y rasgos caucásicos- y ya conoce al doctor Schwartz.


Se cruzaron algunos saludos gestuales y Templeton continuó: -El Dorado, la ciudad de oro, perdida. Ambos sabemos Henry que en realidad embaucaron a los españoles, sin embargo… tal vez fuera una forma de ocultar cierta realidad, ¿no? Desde luego no había oro, que es lo que ellos buscaban, Pero tal vez sí había una ciudad de la que los índigenas tenían vagos recuerdos de sus ancestros, ya era una leyenda incluso para ellos. Y hay restos curiosos por toda sudamérica, en Perú, en el Yucatán…


Pero no, nada de oro. El oro que atesora esta ciudad, sin duda mucho más valioso que el del vulgar metal, es el del conocimiento, el de la memoria, el de la historia. La verdadera historia. Entonces sí, los cimientos de este lugar son de oro puro Henry, oro puro.


-¿La verdadera historia? ¿Acaso hay otra que la verdadera?- Indy aún no sabía de qué le estaban hablando exactamente, intervino el profesor Luwitz:


-Doctor Jones, usted es arqueólogo, conoce bien la historia de su civilización hasta donde la conoce su civilización. Unos pocos milenios en realidad, con cierta precisión.

-Y muchas imprecisiones.- apostilló Templeton.

-La memoria del lugar en el que ahora se halla trasciende con mucho a los de la civilización… occidental.- Indy repasaba la decoración de la sala, la mezcla de culturas de la estatuas, unas bien conocidas y otras tal vez no tanto.

-Pronto descubrirás, Henry, que el mundo es mucho mayor… mucho mayor de lo que nuestro pequeño mundo occidental piensa que es. Como Rapa Nui, creen que son el ombligo del mundo. Pero lo cierto es que están ciegos.


-Psicológicamente, Doctor Jones- intervino Schwartz- la realidad es la percepción consensuada de un determinado grupo.

-Un grupo de ciegos.- insistió Henry despertando las risas de los demás.

Indy lanzó una mirada rápida a Jack y Claudia en su lado de la mesa, parecían igual de complacidos que el resto con las explicaciones.


-A ojos del mundo moderno esta ciudad no es ni siquiera un mito, no existe. Aunque lleva aquí desde antes de que la primera piedra fuera puesta en Roma. Desde antes de que las polis griegas conquistaran el mediterráneo. Desde antes de que se levantaran las pirámides, Henry.


Y seguirá aquí muchos después de que el tiempo haya convertido en cenizas el último de los rascacielos de occidente.

Y en esta sala habrá dos estatuas más, a ese lado la de un soldado en uniforme militar y al otro la de un hombre con corbata.


Indy reparó en que existía cierto orden cronológico en las figuras pero no pudo articular palabra.


-Sé lo que estás pensando, ¿la atlántida? Allí al final, casi. Vamos, el parecido fonético con Antárdida era evidente, más allá de los pilares de Hércules, escribió Platón. Por supuesto que sí, ¡mucho más allá!


¿Los conquistadores españoles, Colón descubriendo América? Tras los vikingos, claro. Y estos después de que media Asia esparciera su semilla por el continente. Despierta, Indy, la historia que nuestro mundo conoce es poco más que una ensoñación, un suspiro que se funde con la nada.


Y los mitos que hemos estudiado, tú y yo, los dioses romanos, griegos, egipcios, sumerios… una vaga sombra de la verdad, como la leyenda de El Dorado.


-Hay un simple experimento- añadió Luwitz a la argumentación -en lo que vendría a ser teoría de la comunicación, que demuestra como la información se degrada a través del tiempo, se distorsiona, se instrumentaliza… hay varias causas. Usted debe ser consciente sin duda de ello.


-Es la fragilidad de la memoria, Henry. No sólo de los individuos, sino de la especie humana.


-¿Eso explica la recurrencia del símbolo?- Señaló cabeceando los tapices con dos versiones de la esvástica.


-¿Los nazis, el tercer Reich? ¿Eso es lo que te preocupa? Vamos, sácalo.

Sabes, bajo cierto punto de vista podríamos estar... en El Dorado… bajo otro punto de vista podríamos estar en... Akakor, pero y si te dijera que, bajo otro punto de vista podríamos estar en… ¿Agartha?


-¿La tierra hueca? Por dios, ¿esto es alguna clase de broma?, porque…


-Ni mucho menos. O tanto como lo pueda ser una ciudad de oro macizo.- Templeton dejó un espacio mientras paladeaba el contenido de su copa en el Qualtech intervino:


-Una forma habitual de ocultar informaciones que no se quieren difundir, una vez ya se han ffiltrado, es rodearlas y enmascararlas de desinformación, tomar la premisa y desviarla a otro lugar aumentando con desinformación la información a ocultar.


-Hasta ridiculizarla completamente.- Sentenció Luwitz.


-Por supuesto, ¿la Atlántida? Pura fabulación de trastornados, ¿Qué más da lo que dijera el discípulo de Sócrates, una de las mentes más brillantes de la humanidad, en el Critias o el Timeo?

La gente ya ni siquiera lee libros, Indy, están con esos...programas de televisión y videoclips… en las antípodas del conocimiento.


-¿Y eso viene a justificar de algún modo las atrocidades del Tercer Reich?- Indy continuaba con sus reservas intactas.


-En modo alguno, no te confundas. Ni aquel tapiz las del imperio británico, ni aquel otro las del imperio español, ni las de Roma, no… Todo lo contrario. Todos los imperios cometen atrocidades, sin excepción. Sí, puede que los nazis fueran desmesuradamente mezquinos… O los mongoles.


Pero sí que te voy a decir algo que me tendrás que reconocer: tuvieron un interés superior a otras culturas en determinados asuntos, tú lo sabes bien.


-Para someter a la humanidad.


-Cierto, ¿no entra eso dentro de la definición al uso de imperio? Además, sabes tan bien como yo que esa historia es el relato de los vencedores. ¿Cómo crees que quedarían hoy retratados los aliados si hubieran fracasado en la segunda guerra mundial? No en la forma más favorable, no te quepa duda.


-Pero ganaron. Y el Tercer Reich terminó con el suicidio de Hitler.- Indy se permitió un trago de vino a modo de celebración y también una pequeña sonrisa.


-Se impusieron, sí.. el tercer Reich ya no existe, claro, pero ¿Hitler? Se suicidó, se roció con gasolina y prendió fuego a su cadáver para después enterrarse y que lo identificaran ¿con un fragmento de mandíbula?. Henry, por dios.


Piénsalo, no saben lo que sucedió hace 40 años, ¿qué pueden saber de lo que sucedió hace 40 siglos? Mitos y leyendas. Tan sólo mitos y leyendas… ¡¿Y guerras de dioses, no?!


Por supuesto no voy a ser yo quien hable en favor del tercer Reich, y menos para justificar actos a todas luces deleznables… ni estos dos caballeros tampoco lo harán, aún siendo descendientes directos de integrantes de dicho regimen…- refiriéndose a Schwartz y Luwitz.


Al oírlo Indy hizo un gesto de levantarse, Jack le puso la mano en el hombro tratando de reconfortarlo.


-Por favor, aquí somos todos caballeros. Ésta es una ciudad civilizada, muy al contrario del mundo exterior del que algunos procedemos. ¿O hay que recordar que fue el propio regimen democrático el que no sólo permitió, sino que alzó a Hitler en el poder? Y ése el imperio que gobierna hoy el mundo, el de democracia burguesa, Wall Street, lo sabemos bien.


Fue Alemania la que cayó derrotada, ideas tan desviadas como las que propugnaban Goebbles y otros ideólogos del regimen campan hoy a sus anchas en otros lugares, bajo otras máscaras. El mundo exterior es un páramo moral, un yermo ético donde aún rigen ciertas formas de canibalismo.


Como el de los indígenas Henry, algo más sofisticado pero, ¿de verdad en tan alta estima tienes a las democracias? ¿La de la Grecia clásica donde no participaban ni mujeres, ni extranjeros, ni esclavos?

¿O la del siglo pasado, en Norteamérica? Aún había esclavos en las plantaciones. Y en este siglo los llaman trabajadores, pero lo que importa son las condiciones de vida, no el nombre que desde el poder se les quiera dar. Esta civilización también caerá.


-Son miles de millones de personas.


-En efecto, y ésa es una de las razones que les hará caer.- Templeton recuperó de nuevo su copa y Ludwig completó la explicación:

-Es una regla simple: los ecosistemas tienen una capacidad de carga limitada que puede ser multiplicada con fuentes de energía, pero siempre existe un límite y si la civilización no se organiza de forma eficaz para permanecer dentro de dichos límites termina colapsando.


-Pero tal vez pudiéramos ayudar a…


-Oh, por supuesto, por supuesto que lo han intentado. ¿De donde crees que salen los profetas? Y en cien años sus herederos ya han montado un negocio que pervierte los mismos principios que deberían profesar… Después de ver como terminó aquel joven de Nazaret… no sé , quizás no hallaríamos muchos voluntarios.- terminó Templeton con ironía.


Indy contempló por un momento el vino, rojo, de su copa.


-No hay esperanza para el mundo exterior, Henry. Y aunque no se mataran entre ellos debido a su propia locura, un meteorito, un tsunami, una llamarada solar, los acabará barriendo de la faz de la tierra con un soplido. La gente ya no lee la biblia. ¿Qué crees que fue el diluvio?


No hay respeto por el conocimiento de los ancianos y eso es lo mismo que no tener respeto por la memoria. Y te lo digo yo, que he nacido y vivido ahí afuera, como tú, toda mi vida: la humanidad del mundo exterior es un ser bastardo. Literalmente, ignora sus propios orígenes.


Pero supongo que ya está bien de charla, no quiero estropear la cena y la van a servir pronto.


-No sé si está siendo la mejor o la peor velada de mi vida.- Indy apuró el resto de su copa de un trago.


-Son demasiadas cosas y Roma no se hizo en un día, ¿no, caballeros?- se dirigió al lado de lo uniformados.


Claudia asomó la cabeza: -Tómatelo con calma Indy, hablar con el Maestro Anciano te ayudará.


-¿El Mae…? ¿Cuánto lleváis despiertos?


-Casi dos días más, Doctor Jones,- informó Schwartz-el tiempo a todos nos pasa factura.


-¿Sí? Bueno, hay un refrán árabe que dice que el tiempo teme a las pirámides… Por lo que me han contado esta noche, las pirámides deben temerles a ustedes.


9.-


Los camareros empezaron el trasiego del servicio de una cena abundante y variada.


-¿Qué tal encuentras la cena, Henry?- se interesó Templeton esperando un cumplido.

-Con el hambre que tengo, mientras la sopa no tenga ojos me conformo.- Templeton rió.


-El Doctos Jones tiene infinidad de anécdotas que les sorprenderán, caballeros, no ha sido precisamente un ratón de biblioteca.

-De eso ya hace mucho.- repuso Indy con parquedad.


-Entonces, ¿lo narrado en la novela…?- sentía una enorme curiosidad, la realidad en la que creía vivir había cambiado de la noche a la mañana.


-Uhm, sí, una pequeña brecha en la seguridad que ya está en curso de subsanarse, dentro de poco sólamente sacar el tema equivaldrá a ser tachado de loco y al descrédito automático y absoluto. Y lo cierto es que nadie en su sano juicio arriesgaría su carrera por perseguir tales… rumores.- Tras la aclaración Qualtech volvió a concentrarse en las viandas.


-Pero entonces, lo que describe es… ¿correcto?


-Hasta cierto punto, hay muchas imprecisiones y digamos que no está... actualizada pero… a ti y a mí nos condujo hasta aquí, ¿no?- Templeton trataba de buscar la complicidad de su antiguo colega.


-¿Quieres decir que no tenías nada más que la novela?- a Indy le pareció una falta de rigor indignante.


-Bueno, al final no parece que hicera falta más, al fin y al cabo aquí estamos. Bastaba con poco más que reunir el valor… o la inconsciencia, de cruzar el río. En estos tiempos algo más civilizados, ser recibidos con toda hospitalidad no es ya un problema. Como sin duda lo fue antaño, no siempre los dardos han estado impregnados de anéstesicos.


-Entiendo. ¿Y cuál es el problema ahora, entonces?- Indy buscaba el defecto en algo que pretendía presentarse como perfecto.

-Que te permitan entrar no quiere decir que te permitan salir.- dio un sorbo a su copa y después permanenció mirando a su interlocutor, aguardando la reacción.

-Vaya, pues sí que podría llegar a ser un problema, justo estaba dudando si cerré el gas antes de salir.

La joven pareja no se inmutó ante la afirmación de Templeton, por lo que era deducible que ya habían sido informados y parecían aceptarlo con toda normalidad.


-Si de veras es necesario podríamos enviar a alguien del personal a comprobarlo por usted.- Qualtech no parecía hacer alarde de un gran sentido del humor.


-Entonces algunos sí pueden salir.- inquirió Indy.


-Por supuesto se dispone de medios e influencia en el exterior, pero los detalles requieren algunos niveles de seguridad adicionales.- Templeton trataba de sopesar por donde iba a salir Indy mientras se desprendía con la lengua de algunos restos de la cena.


-Estarás bien, Henry. Mucho mejor que ahí fuera, aunque el mundo terminara mañana en un apocalipsis nuclear aquí la actividad cotidiana apenas se vería alterada. Esta ciudad, y su conexión con otras a lo largo y ancho del mundo son el garante… qué digo, son la verdadera especie humana, en su mejor expresión.


Claro que fuera también hay cosas maravillosas que conocemos todos pero los pilares, los cimientos, están completamente podridos. Jamás podría funcionar.


-¿Y aquí sí?


-El Maestro te lo explicará sin duda mucho mejor de lo que yo podría, pero lo cierto es que la humanidad fue dotada de unas pautas que aquí han sido observadas estrictamente, extremo que se ha demostrado imposible fuera.


-¿Pero cuál es la diferencia?


- La genética, el mal gobierno, la miseria y la necesidad, la cultura.., muchas y muy diversas, cabría en realidad preguntarse cuál es el parecido.


-Todos somos seres humanos.


-Verás, Henry, dada la inobservancia de las pautas que hacen posible el desarrollo de esta comunidad, en ciertos momentos de un pasado remoto, la pena más severa consistía en el exilio.


-Vaya, entonces sí que se podía salir.


-Entonces sí, pero no resultaba plato de buen gusto. Era una condena a vivir entre animales y, por lo tanto, como animales. Más severa que la pena de muerte, tal vez. Y a lo que hoy es la civilización del mundo exterior, en la ciudad también se les conoce como exiliados.-Templeton lo dejó caer como una simple afirmación más, Ludwig intervino:


-No siempre las cosas han sido igual tampoco por aquí, Doctor Jones, en tanto tiempo y con contextos cambiantes. Lo que ha permitido la supervivencia de la memoria es la adhesión a las mencionadas pautas, auque la forma pudiera variar, y también existe aquí, como afuera, la noción de evolución y progreso. Lo que al final supone la diferencia es el liderzgo sereno, justo y equilibrado en contraposición al despótico, explotador y egoísta. Pero no quiere decir que no existan circunstancias o decisiones desagradables, ahora y siempre.


-¿Por ejemplo?


-La primera y más evidente para ustedes tal vez sería el control de la natalidad. No se puede crecer de forma desproporcionada, su noción de libertad y derecho es contraria a la más fundamental matemática.


-Aún con todo es posible aquí tener una vida afectiva grata y plena, condición indispensable para la salud del individuo y por lo tanto del conjunto, pero la descendencia en sí es una cuestión más accesoria y dependiente del contexto.- aclaró Schwartz.


-Bueno, a mi edad…


-La vida afectiva es mucho más compleja que el simple hecho de, por ejemplo, las relaciones sexuales, y como es natural no depende de la edad.- Schwartz pareció entre contrariado y divertido.


-Por supuesto.


La velada se acercaba a su fin y a Indy le quedaban aún mil preguntas por plantear, mil desvíos que no había tomado y era imprescindible recorrer.


-Howard, has dicho, si te he entendido bien, que la humanidad fue dotada de unas pautas, ¿dotada por quién?

-Podría contestarte, y lo voy a hacer, y no porque tenga todas las respuestas, aunque hay asuntos que es preferible tratar con el Maestro Anciano, él resolverá tus dudas. No obstante, permíteme que te responda de momento con otra pregunta: ¿quién entregó a Moisés las tablas de la ley? - los comensales reían ante el planteamiento ligeramente capcioso de Templeton.


-Todo es un ciclo que se repite, así se entiende en nuestra cultura, del mismo modo que todos los recién llegados son recibidos por el Maestro Anciano.- el tono de Luwitz era de solemnidad.


-Y ahora es tu turno, Henry, ¿vamos?- Templeton le invitó a acompañarle.




10.-


Andaron por los pasillos, de los que no había dos que parecieran iguales, aunque todos mantenía una ciertas proporciones, atravesaron algunas estancias abiertas que casi parecerían plazas, con fuentes, diferentes iluminaciones que no procedían de lugar identificable, dejaron muchas puertas a sus espaldas y abrieron otras, cruzaron arcos y ascendieron y descendieron escaleras. Sin duda un laberinto para quien no lo conociera bien.


Llegaron a una sala mucho más amplia cuyo techo no vislumbraba la vista y al final, tras una fuente redonda coronada por la escultura de un león sosteniendo bajo la zarpa una esfera, una gran escalinata daba acceso al edificio al que se dirigían. La fachada estaba compuesta de enormes columnas que sostenían una curiosa estructura de tejado a dos aguas. Curiosa porque, ¿acaso allí llovía?


La pupila de Indy no dejaba de archivar símbolos y conectarlos con su limitado concimiento. Estaban ya al pie de la escalera cuando Templeton rompió el silencio con tono jocoso, para restarle algo de solemnidad a la situación: -Espero que sepas geometría.- y señaló al frontispicio, donde se podía leer en griego antiguo: si sabes geometría, entra.


-Vaya, había escuchado decir a matemáticos que Pitágoras está en todas partes, pero no esperaba encontrarlo aquí. En cualquier caso me parece mucho mejor lema que “el trabajo os hará libres”.


-Por supuesto.-Templeton le rió la broma. -A partir de aquí has de seguir solo, Henry.-despositó la mano en su hombro -No puedo acompañarte, pero no tiene pérdida, recto hasta el final, allí encontrás al Maestro. O él te encontrará a ti.- Hizo un pequeño último guiño, Indy tragó saliva y se dispuso a entrar.


Cruzó una enorme estancia flanqueada de columnas a ambos lados y llegó a otra más reducida, en una penumbra que permitía ver, como la anterior. Se sentía como visitando al Oráculo en Delphos decenas de siglos atrás pero la realidad al final siempre es más mundana. Andaba despacio mirando hacia el techo de una sala que se perdía en la oscuridad, como el cielo nocturno, cuando una voz le sacó de su ensimismamiento:


-Aproxímate.


La voz sonaba sumamente extraña, de un modo algo siniestro pero a la vez afable, sin poder diferenciar claramente si se trataba de hombre o mujer. Indy avanzó, había delante suyo una silla ricamente decorada, de otra época y lugar que nada tenían que ver con la arquitectura.


-Por favor, toma asiento.


Una luz amarillenta fue creciendo tras lo que parecía una amplia mampara de lino, dejando entrever una silueta con un sombrero alargado. Tal vez similar al egipcio o al del Papa.

Indy se sentó acomodando sus manos al borde del reposabrazos. Tras unos breves instantes, la voz empezó a hablar:


-Es la costumbre- empezó -dar la bienvenida a los recién llegados por parte de este humilde siervo.

Tengo noticia de que ya te han recibido tus amigos en la cena pero a buen seguro tendrás muchas dudas. Estamos aquí para resolverlas, en la medida de nuestras posibilidades. ¿Hay algo que quieras preguntar?


Indy pestañeó una par de veces mientras la figura parecía balancearse. Intentó hacer balance del aluvión de novedades que Templeton había puesto sobre aquella enorme mesa, antes y durante la cena, tantas que era imposible asimilar apropiadamente, a pesar de ello pensó que por alguna parte había que empezar a tirar del hilo.


-¿Las...tablas de la ley, quién se las entregó a Moisés?


La extraña voz rió: -Según la biblia que tú conoces, dios en persona. Pero eso no es a lo que se refería Howard. Él hacía una analogía con las pautas de las que se nos dotó y que se han preservado en esta ciudad desde entonces. No pienses en un objeto como unas tablas de piedra, el valor real es al final el del conocimiento.


-¿Has ecuchado la conversación con Howard?


-Yo no. Pero tú sí.


Indy entendió perfectamente el alcance de aquellas palabras, por lo que también supo que su interlocutor sabía que las había comprendido.


-¿De donde provienen las pautas?


-Del ser humano en realidad. De sus necesidades, sus excesos y sus defectos. El autor en sí, que es lo que parece preocuparte, es al final de escasa relevancia, un mundo u otro da igual, al final todos se hallan bajo el gobierno de la razón. Y de ahí proceden las pautas, de la razón.


-¿Hay… otros mundos?


-Eso parece, Doctor Jones, ¿o tenía usted alguna constancia hace una semana de éste? ¿Puedo hacerle una pregunta?


-Claro.- Indy estaba desconcertado, estaba resolviendo de alguna manera sus dudas, pero no en el modo en que él lo esperaba.


-¿Qué es más grande, el cosmos, o su imaginación, Doctor Jones?


La simpleza del planteamiento le arrancó una sonrisa, rápidamente entendió y respondió: -El cosmos, supongo- pero aún así su interlocutor lo puso en palabras:

-Es por lo tanto razonable concluir que la imaginación no alcanza para describir el cosmos. Pero estamos aquí para resolver sus dudas, no las mías. Pregunte lo que necesite realmente saber.


Indy empezó a ser consciente de la situación en la que se encontraba y decidió abordarla sin rodeos:

-Por qué no se puede salir de la ciudad.


-¿Aún apenas la conoce y ya se quiere marchar? Aquí las personas llevan vidas felices, más aún en comparación con el exterior. Le propongo que le dé una oportunidad.


-Los exiliados...-la silueta llenó el vacío del silencio dejado por Indy -Como de los que usted desciende, sí. -¿Qué destino les espera?


-Difícil de dilucidar, sin duda. Pero hay pocas esperanzas para ellos, a pesar de los esfuerzos por nuestra parte. La historia de los exiliados es una gran lección para todos, aunque lamentable. Al ser humano le corresponde otro destino. El profesor Luwitz estará encantado de departir sobre este tema con usted, su destino último en realidad se desconoce. Nadie conoce su destino, aunque todos sin duda tenemos uno.


Los ojos de Indy se empezaban a humedecer. Dejó por un momento de buscar la duda en su mente y la buscó en su corazón: -Y todo esto, la vida… ¿para qué?- espetó.


-Uhm, tal vez la pregunta más peligrosa a la que se ha enfrentado la filosofía. Algunos dicen que si sólo tenemos la pregunta, la pregunta ha de ser a su vez la repuesta a ella misma. Para qué. Usted, yo, el cosmos, somos ese que. Pero lo cierto es que yo no puedo responder esa pregunta por usted, Doctor Jones. Sólo usted puede. Sólo usted puede.


Indy entendió entonces que en aquella sala, medio en penumbra, no había más que lo que él traía consigo. Sin embargo, de alguna extraña manera, sí sentía que sus dudas habían quedado resueltas, como propuso el anciano, en la medida de sus posibilidades. El círculo se había cerrado.


-Gracias, Maestro.


-Siempre es un placer ser de ayuda, no dude en volver a este lugar siempre que lo necesite, espero que su estancia en la ciudad sea larga y confortable.


La luz mortecina tras aquella suerte de biombo empezó a desvanecerse del mismo modo que lo habían hecho sus dudas, con una suavidad persistente. Se levantó del asiento y volvió a la entrada donde le esperaba Templeton.


-Bueno, ¿qué tal ha ido? Parece que hayas visto a un fantasma, amigo. Y estás tan pálido como su sábana.- bromeaba zarandeándole el hombro con una mano y la otra apoyada en su pecho.


-Más breve de lo que esperaba.- confesó Indy. -Por supuesto, el viejo es muy eficaz, tiene un gran experiencia en lo suyo. -¿Cómo te fue a ti?- se interesó Indy -Pues ahora que te veo, imagino que salí igual de pálido que tú. ¿No se te habrá ocurrido mirar tras el lino, no?- Indy se sorprendió, ni siquiera se lo había planteado: -¿Lo hiciste tú?- Templeton se deshacía en risas: -No creo que nunca nadie haya osado. Vamos, tomemos una última copa antes de descansar.



11.-


Volvieron a aquella sala de las estatuas con aire casi medieval, ahora ya sin más acompañantes. Templeton sirvió dos copas de vino: -¿Sabes? Después de entrar me pasé un par de días...uuuuhh, como flotando, es normal sentirse extraño. ¿Estás bien?

-Sí, es sólo que… bah, no debe ser nada. -Vaya, parece que se ha quedado algo en el tintero, deberías haber aprovechado cuando estabas con el Maestro Anciano, no creo que yo pueda estar a su altura. Ni leerte la mente.- El tono de Templeton se puso mucho más serio en la última observación.


-No podemos irnos, Henry, aunque quisiéramos. Pero, ¿por qué querríamos?

-Seguramente sólo porque nos lo prohíben.

-Brindo por eso. Pero, a nuestra edad, ¿qué mejor jubilación podríamos esperar? Todas las dudas acerca de la historia de la humanidad, a las que hemos dedicado nuestras vidas, resueltas, de un plumazo. Y siglos y siglos de hechos que desconocemos por completo, incluido nuestro propio origen. Si existe un cielo, debería parecerse a esto.


-Algo no encaja, Howard.- Indy no las tenía todas consigo. -Claro que hay algo que no encaja, ¿y sabes qué es? El mundo que hay ahí fuera, lleno de guerra, miseria, locura, eso es lo que no encaja. No me digas que es ahí donde quieres volver.


-Qué hay de tu hija, y Jack.- Indy le seguía dando vueltas a la conversación con la silueta del anciano.

-¡Ellos están mejor que nadie! Con toda la vida por delante, como una vez la tuvimos nosotros, pero en un lugar mejor.

-¿Aquí encerrados, ocultos a los ojos del mundo?

-Desengáñate, lo que hay ahí fuera no es el mundo, es una basta extensión estéril de dolor y sufrimiento. El mundo está aquí. El futuro está aquí.


-Howard, hay algo que… tú también lo notas.- Indy aún no era capaz de poner en palabras lo que su instinto le señalaba. -Por supuesto que sí, hemos vivido toda nuestra vida la sombra de una verdad, ¿cómo se puede reaccionar a eso? Tal vez sea sólo cuestión de acostumbrarse. A una nueva realidad superior, superior Henry.


-¿Y si tampoco fuera la verdad?- finalmente encontró la tecla. -¿Cómo dices?- Templeton no terminaba de seguir el hilo. -Tú lo has dicho, vivíamos en un mundo inferior, en una realidad más limitada. Tal vez sólo hayamos mejorado nuestra situación en términos relativos.


-Vamos Henry, te estás poniendo paranóico. Has visto las instalaciones, el nivel de sofisticación, de conocimiento, ¿no te parece bastante para un solo día? Qué digo, ni medio día.

-Lo que digo es que, precisamente por eso, más fácil les resultaría ocultar cualquier cosa, ¿por qué no se revelan al mundo si tan loables son sus intenciones?


-Habla con Qualtech, hay razones de seguridad, él te lo prodrá explicar, hasta donde pueda. Pero no te quepa duda de que podrían defenderse, del resto del planeta si fuera necesario. La red recorre todo el globo a través de los cinco continentes. Pero me parece natural que no quieran ser encontrados, ¿qué crees que harían los de ahí fuera si dieran con esto? Lo destruirían como todo lo que tocan. Pero no pueden. No se lo van a permitir, así que mejor evitar ese escenario, no quiero ni pensarlo.


-¿De verdad no hay algo que te da mala espina en todo esto?


-¿Quieres que te diga la verdad? No tengo ni las más remota idea de cómo producen este vino, y la verdad es que es magnífico, eso sí es un gran misterio que deberíamos resolver.- El giro en la conversación despertó una sonrisa con aires de resignación en Indy: -Es un buen vino, sí.- Templeton continuó:

-Date algún tiempo, Henry. Son demasiados cambios en un lapso tan breve, es normal que cueste asimilarlo.

-Eso es justo lo que me ha sugerido el orá...- carraspeó un poco al darse cuenta de su error- el Maestro Anciano.

-Es lo más razonable. Vamos, te mostraré tu habitación.


Caminaron de nuevo por la ecléctica red de pasillos, llegados a la estancia le mostró las instalaciones, recordaba a un hotel:

-Es temporal, hay todo un proceso de incorporación, muy personalizado, pero no quiero agobiarte más, lo iremos viendo. Tú sólo trata de descansar, se ocuparán de todo. Siempre lo hacen. Pero me temo que te tendrás que hacer tú la cama, ¿eh? No pienses que esto es un hotel.- bromeó para distraer a su colega de sus preocupaciones.


Indy cerró la puerta despidiéndose de Templeton y se giró hacia el interior de la estancia, se dirigía a la cama dispuesto a sentarse en el bordo, tras una jornada mentalmente extenuante, tras otras que lo fueron físicamente. No llegó a apoyarse en la cama, sonaron unos golpecitos en la puerta. Era Claudia. A Indy se le ilumó la cara sólo por ver otra más cercana, iba a iniciar un saludo cuando ella le tapó la boca haciendo gestos para que pasaran al interior, Jack iba justo detrás de ella.


-Nos vigilan.- dijo por fin.

-En todo momento y todo lugar.-añadió Jack.


Indy, que había dado por buenos los argumentos de Templeton, o al menos había decidido darles una oportunidad, trataba de huir de complicar más a su traqueteada mente:

-Bueno, ¿y qué?

-¿Y qué? ¿Cómo que y qué?- el tono de Claudia era de indignación.

-No lo entiendes, aquí hay algo que no marcha bien.- Jack se mostraba más conciliador.


Indy recuperó en seguida lo que ya le había mostrado su instinto:

-Bien, me alegro de no ser el único que se ha dado cuenta, pero ¿qué se supone que queréis hacer?

Claudia seguía con su indignación: -¿Escapar?

-Pero, ¿y tu padre?

-No sé que han hecho con él, le han lavado el cerebro, pero ése no es mi padre.

-Espera, espera, espera, ¿estás oyendo cómo suena eso? Estás completamente paranoica. Vinimos aquí a buscarlo, por ti.- Intercambió una mirada interrogativa con Jack.

-Y ahora te digo que tenemos que irnos.- Jack seguía en pie impasible, confirmando sin articular palabra.


La sonrisa maliciosa de Indy volvió a asomarse a su rostro: -No creo que eso vaya a ser fácil.

-Tenemos un plan.- zanjó Jack, el convencimiento de ambos casi daba miedo. Indy los miró a los dos alternativamente, iban en serio. Balbuceó algunos de los argumentos que había intercambiado con Templeton: -Pero...¿cuál es el problema?, aquí tenéis de todo, ¿qué más necesitáis, qué es lo que falta?

Claudia le miró fijamente, casi con violencia y escupió las palabras como un reproche: -La humanidad.

-Éste no es nuestro sitio, profesor- completó Jack.


Indy continuaba aturdido, bajo la cabeza reflexionando unos instantes, se hizo un breve silencio que Claudia finalizó: -Y me temo que en una semana ni siquiera lo recordaremos.


Indy levantó la mirada, logró volver a ese primer instinto que las palabras del Anciano, Templeton y el vino habían diluido:

-¿Cómo vamos a hacerlo?


Jack desplegó un pequeño mapa de las instalaciones.-Ésta es la zona de las habitaciones, aquí está la plaza del oráculo- Indy al oírlo levantó la mirada hacia Jack pero no dijo nada y la explicación siguió, Jack no levantó la vista del papel- este pasillo conduce a los hangares, junto a los depósitos.


-¿Qué hangares, qué despósitos?

Jack y Claudia respondieron a la vez, cada uno a una de las preguntas:

-Los de las naves.

-Los del oro.


-¿Qué?- Indy no daba crédito.

-Son como- Jack trató de consensuar la respuesta con Claudia -¿platillos volantes?

-Sí, platillos volantes lo describe bien.


Indy les miraba volviendo a considerar que los dos pudieran estar absolutamente locos.

-¿Y hay oro?

-Más que en Fort Knox.

-Viendo el almacén parece mentira que en Fort Knox pueda quedar algo.- remató Jack.


-Así que el oro del conocimiento… Templeton, maldito viejo zorro. ¿Qué hacen con él?


-Lo sacan, se diría que a toneladas.- estimó Claudia.

-Pero, ¿hacia dónde?- Claudia respondió a la pregunta de Indy señalando hacia arriba con el índice, como dando unos golpecitos en un techo imaginario.


-Oh, vamos… -Indy se reclinó hacia atrás e iba a empezar a plantear objeciones cuando Jack le cortó:


-La estatua, en la fuente de la plaza.

-¿El león? Qué tiene que ver con…

-Más que el león, la esfera bajo su zarpa.- puntualizó Claudia.

-La esfera representa el conocimiento y el león la protege, todo el mundo sabe eso.- Indy conocía muchos símbolos.

La mirada de Claudia volvió a la severidad de antes:

-La esfera no es el conocimiento, las esfera es el mundo.


La cara de Indy quedó inexpresiva., casi pálida. Su mente viajó en un momento desde los Andes a Egipto y Sumeria. -¿Todo este tiempo?

-Siempre.- respondió Jack con parquedad.

-Y seguramente varias veces antes que nosotros.- sentenció Claudia.

-¿Nosotros?

-Nuestra civilización.- A la joven le sorprendió que al profesor le costara cogerlo.



La habitación dio vueltas por un momento para Indy y tuvo que poner una mano en algo firme que le mantuviera en contacto con la realidad, recordó su fragilidad como ser humano, la de sus recuerdos, la de la concepción de la realidad en la creía que habitaba, y a la postre la fragilidad de esa memoria colectiva que llamamos historia.


Tardó unos instantes en recomponerse, suspiró y miró uno tras otro a la joven pareja:

-Chicos, ¿habéis dormido?

Respondieron de nuevo los dos a la vez, en sentidos opuestos:

-No. -Sí.

Indy frunció el ceño y tras un breve instante volvieron a responder a la vez, ambos cambiando el sentido de su respuesta anterior:

-Sí. -No.

Indy ahora arqueó las cejas. -Más o menos.- concluyó Claudia, ahora mirando a Jack para no volver a solaparse.


-No hay nada como verlo con los propios ojos.


-¿Pero para qué, para qué quieren el oro?- Indy trataba otra vez de hacer encajar nuevas piezas a una velocidad de pensar en voz alta. Claudia le contestó con la mirada, como si el oro no tuviera, aún sin saber nada de todo aquello, usos más que evidentes.


-Superconductores a temperatura ambiente con biocompatibilidad.- Jack ni se inmutó al ofrecer la respuesta.

-Lo necesitan para las naves.- aclaró Claudia.


Indy se había quedado con alguna palabra por pronunciar en la boca y apenas podía cerrarla. Al poco intentó recapitular:


-A ver si lo entiendo: como tienen que sacar el oro por alguna parte, habéis pensado que esa es la mejor vía de salida. ¿Pensáis pilotar una de esas naves?- los jóvenes si miraron entre sí mientras Indy continuaba:

-Y si realmente el oro es tan importante para ellos… y los hangares, esa será seguramente la parte más controlada de las instalaciones. Ése plan es como intentar escapar de una cárcel por la puerta principal.

-Podría funcionar.- insistió Jack.

-Sí, y podría fallar.- a Indy le parecia un suicidio.

-¿Tienes alguna idea mejor?- la pregunta de Claudia era casi un reto.


-Pues veréis, la idea es buena: si sacan el oro, por alguna parte tiene que salir. Pero hay algo que también tiene que salir y seguramente estará menos vigilado.

Los jóvenes se miraban entre ellos mientras Indy esbozada esa sonrisa con un pequeño toque perverso y reveló su plan: -Los desperdicios.






12.-


Hasta que pudieran hacer efectivo el plan debían guardar cierta apariencia de normalidad, así las comidas transcurrían en tono similar a la velada de la primera noche, aderezadas con los discursos de Templeton:


-...pero no sólo es que la democracia no sea el sistema más eficiente de toma de decisiones, es que ni siquiera es real. ¿Qué pasó en Estados Unidos en el 63? En Dallas… Aún con todas las carencias y defectos del sistema democrático, de ese proceso sale un presidente… ¡Y le vuelan la cabeza a plena luz del día! ¡En un maldito desfile! Y luego matan al hombre que se supone que disparó antes de poder juzgarlo, antes de que hablara… y el que mató a ese hombre termina muriendo de cáncer en prisión, y no era tan mayor, Henry. La democracia es una mentira y ni siquiera en sus términos teóricos es la solución óptima al problema.


-¿Entonces qué?


-El único gobierno posible es el de la razón. Platón lo dijo, sin duda recogiéndolo de las palabras de Sócrates: el filósofo como rey. Es natural que la afirmación genere suspicacias cuando proviene de un filósofo, claro.- Templeton disfrutaba despertando algunas risas entre los comensales, proseguía:


-Tanto es así, que, incluso ante una prohibición explícita, como lo es abandonar la ciudad, si es que aún deseas hacerlo, si convences al Maestro Anciano con argumentos estoy seguro de que te será permitido. Pero te advierto que tiene razones de peso. De hecho, es mucho más probable que sea él quien te haga cambiar de opinión a ti.


Bajo la aparente limpidez del discurso yacían rasgos cada vez más siniestros. ¿Era sólo con argumentos con lo que el Anciano invertía el signo de las opiniones?


-Cuando se compliquen la cosas, seguid vuestro instinto.- Eran perfectamente conscientes de que les podrían haber estado escuchando todo el tiempo, incluso mientras elaboraban su plan de huída. Ni siquiera estaban seguros de que sus mentes fueran el último reducto a salvo de la escrutadora sombra que regía la ciudad tan sólo con su voluntad. Pero estaban ya dispuestos a acometerlo:


Un gran colector debería reunir todas las evacuaciones y desagües de la ciudad, debía desembocar al exterior, salvo que tuvieran la capacidad de depurar todo el agua empleada, algo poco probable. Hallarlo debería ser casi tan sencillo como seguir una línea pintada en el suelo.


Lo cierto es que la ciudad no era una cárcel en modo alguno, allí no existía la violencia ni el robo y todos permanecían por voluntad propia, no existía por lo tanto la necesidad de cerraduras o medidas de seguridad tan habituales en el exterior. Fue ésa y no otra circunstancia la que les facilitó la salida hasta el punto de ser tan sencillo como para un niño deslizarse por un tobogán.


Cuando quisieron darse cuenta estaban volando con el agua de una cascada desde una invisible obertura en la pared, tras el torrente de agua, y al poco chapoteando en un lago donde el curso del río relajaba su marcha.


Desde allí trataron de orientarse, sería con suerte el mismo que vadearon más allá de los poblados indígenas, pensaron que Liu y Joao ya habrían vuelto a la cantina, si es que no habían tomado la avioneta y el todoterreno para volver a sus respectivos lugares de origen.

Sin embargo, al retornar al poblado, tras una larga marcha remontando el río tratando de mantener siempre una holgada distancia con la orilla, ambos salieron disparados de un chamizo al notar el alboroto entre los indígenas. Liu fue la primera en ponerlo en palabras: -¡Doctor Jones!


Los tres se acercaban con paso firme pero cansado, la ropa harapienta y aspecto de haber naufragado en mitad de la jungla. Joao se unió a los abrazos y al momento de cierta alegría, limitada, puesto que volvían sólo tres, sin rastro del resto. Finalmente se decidió a preguntar: -¿Encontraron algún rastro de mi hermano o de su amigo?


No tuvieron ni que intercambiar miradas, habían tenido una buena caminata para analizar la situación. Lo que sabían, lo que habían encontrado, podría perseguirles el resto de sus días. Difundirlo, sin más, sólo podría poner las cosas peor. En realidad sólo conseguirían ser tachados de locos. El pacto que alcanzaron podría resumirse en tres palabras: nunca, nada, nadie.


Indy negó con la cabeza y trató de reconfortar a Joao: -Me temo que no volveremos a ver a tu hermano ni al profesor Templeton.


-¿Y dónde han estado tanto tiempo? Los nativos nos han tratado muy bien, pero estábamos a punto de marcharnos.


-Bueno, tuvimos un pequeño problema con una serpiente.- empezó Claudia recordando el incidente al otro lado del río.

-Por no hablar del rodeo que tuvimos que dar por el puma.- Jack entendió que había mucho más tiempo que justificar.

-Y las pirañas, tuvimos que buscar el lugar para cruzar el río.-Claudia también apreció que se quedaban cortos.

-Y los caimanes.- Jack intentaba alargarlo aún más. Indy lo concluyó antes de que resultara más ridículo:

-Me temo Liu que ya no soy el de antes, perdimos varias veces la orientación y nos hemos pasado dos días caminando en círculos.

Y con estas palabras depositaba su mano en el hombro de la secretaria invitándola a girar, no sólo con el cuerpo sino en el hilo de la conversación: -Volvamos a casa, estoy rendido.



El profesor Howard Templeton contemplaba con cierta inquietud la mampara de lino y titubeaba:


-No puedo garantizarlo pero, el profesor Jones es un hombre inteligente, no sé si piensa que enviamos a Jesús o lo clavamos en la cruz, pero sabe que hay muchas cosas que jamás deberían estar en un museo.

Aunque algunos británicos se apresurarían a negarlo, ¿no?

Dudo que pudiera hacer nada que nos perjudicara, es sólo un hombre viejo. Y, a ciertas edades, la demencia puede sobrevenir en cualquier momento y dar lugar a... ideaciones extrañas.


-¿Y los jóvenes?- la voz que escudriñaba a Templeton apenas parecía humana.


-Bueno, hoy en día los jóvenes toman muchas drogas, salen, bailan, se divierten… incluso alucinógenos, quién sabe las locuras que podrían llegar a imaginarse bajo la influencia de ciertas sustancias. Y algunas de ellas ya forman parte de los rituales de los nativos de la zona, seguramente fue eso lo que pasó. ¿Quién podría creerles?