lunes, 7 de octubre de 2019

Éramos otra cosa


Es un sueño extraño y, peor aún, difícil de explicar, por más nítida que fuera la sensación antes de la vigilia. Como todos los sueños, el principio se pierde en algún lugar donde no alcanza la memoria, pero luego la sensación es clara.

Eres alguien, pero no una persona, eres alguien dentro de una persona siendo testigo de unos acontecimientos. Pero no sólo siendo testigo sino viviéndolos en primera persona como tu propio yo, sin distinción en ningún plano sensorial.

Alguien que habla con alguien, se mueve, ve, escucha. Observa una conversación entre un hombre y una madre y sus hijos. El hombre le pregunta si cree que se debe proteger a los niños. Ella responde que no, que es mejor que jueguen libres. Entonces el hombre coge a uno de los niños y lo asoma por el hueco de una barandilla exponiéndolo al vacío y reformula la pregunta, montando un buen revuelo.

Las personas que están cerca reaccionan tachándolo de loco, la madre llora, en seguida devuelven al niño a suelo firme y ella lo abraza. Y abuchean al loco exigiéndole explicaciones y censurando su comportamiento.

Y de repente te mueves, pero no la persona en la que estás sino el yo que habita la persona, y se mueve hacia unos momentos antes y hacia otra persona, más cercana al loco antes de empezar la capciosa conversación. ¿Hay que proteger a los niños?

Y sientes curiosidad por indagar en sus razones, en los motivos de tan extraña conducta, sientes la existencia de un cometido en relación a algo que todavía no ha sucedido, tu yo ha flotado de una persona a otra retrocediendo en la secuencia de acontecimientos y desea explicarlos.

Y observas a esa persona de comportamiento tal vez errático cuando aún nada ha sucedido y puedes acercarte a él e interactuar para conocer la razones de una actitud aparentemente injustificable.
Y quizás, flotando una vez más, cuando el carrusel de los sueños de la próxima vuelta, seas tú el loco.

¿Qué motivos podría tener alguien para hacer algo así? Al final es sólo un sueño y ni siquiera ha de tener sentido fuera del mundo onírico pero recuerdo con claridad la sensación al despertar de que todo está horriblemente equivocado. Algo va absolutamente mal.

Como si ese yo ya no flotara en un invisible tío vivo ni adelante y atrás en el tiempo ni de persona en persona, si no que se hallara encallado y nos mantuviera encadenados a un solo ser, degradados a la propia persona desde la cuna hasta la tumba, condenados a ver la vida con unos solos ojos sin poder alcanzar jamás las razones del resto. Sin flotar.

Como si en realidad fuéramos otra cosa, todo se hubiera estropeado y nadie pudiera arreglarlo, ni siquiera darse cuenta del error. Y ahora el tiempo sólo avanza brutal e inexorable hacia delante y nadie conoce las razones de nadie y estamos condenados a permanecer con los pies en la tierra hasta el día de nuestra muerte, para flotar nada más por un momento hacia una nueva nacida conciencia y repetir el ciclo indefinidamente.

En el sueño nuestro yo, nosotros, éramos otra cosa.

martes, 13 de agosto de 2019

La historia

Lo que os voy a relatar es la historia tal como la transmitieron los ancianos, sin una coma fuera de lugar.

En los tiempos antiguos poderosos dioses gobernaban el mundo, cada uno una región y así lo tenían repartido en prosperidad y concordia. Pero un día una mano negra dio muerte al hijo de uno de ellos que entró en cólera y desencadenó una gran guerra entre dioses.
Y en la tierra, en los cielos y en los mares hubo guerra.
Y los padres y los hijos y los hermanos se mataron entre sí en nombre de sus dioses.
Al final el dios cuyo hijo fue asesinado fue muerto en batalla y de sus ser brotaron dioses menores al perder la guerra.
Y en la tierra, en los cielos y en los mares, hubo paz.

Pero el dios Germanio, no conforme con el resultado de la contienda, dispuso a sus súbditos para tomar venganza y la guerra estalló de nuevo y los dioses hicieron temblar el mundo con fuego y truenos.

Se alió con la diosa Urs para someter a los dioses menores después de la caída del dios Astróngaro pero al poco la traicionó y la guerra fue larga. La diosa Urs pidió ayuda a otros dioses para alzarse con la victoria. También el dios Germanio hizo lo propio.

Porque Germanio no se conformó con tomar para sí a los hijos de Astróngaro sino que con un puñal de bronce partió por la mitad a la diosa Frens y trató de someter con fuego que arrojaba del cielo al dios Yukey con la ayuda de Yapan e Idali y ante la pasividad del resto del reino.

Pero Urs y Yukey pieron socorro al dios Yues, en su gran reino al otro lado del gran mar. Y viajó durante muchos años para cruzar el mar y terminar la guerra.
Porque el poder de Yues era grande como grande era su reino y después de la primera guerra los dioses habían refinado su artes de guerra y su poder era tal como para partir el mundo por la mitad.

Así cortaron las manos a Germanio y Yapan para que terminaran las guerras pero nunca de supo de que dios fue la mano negra que dio comienzo a las guerras.
Pero Yapan, aún sin manos, se negaba a rendirse y quería seguir luchando hasta la muerte, por eso le quemaron la piel con el fuego de mil soles y con una destrucción que no se había visto antes.

Y después de aquello hubo de nuevo paz, en la tierra en los cielos y en los mares.
Pero no era una paz verdadera. Todo el reino estaba asustado por el castigo recibido por Yapan y por el arma podría haberlo destruido por completo.

La tensa paz duró mucho años, todos los dioses, grandes y pequeños quisieron poseer los secretos de la magia y el poder de Yues, Urs lo consiguió, pero Yues fue lo bastante listo para no llegar demasiado pronto al campo de batalla y al finalizar la contienda era el único dios sin heridas significativas y por eso reinó sobre el resto.

Pero la paz del miedo ni es duradera ni es paz.
Yues se hacía viejo y su poder declinaba y otros dioses más jóvenes conocía ya el secreto de su magia pero era orgulloso y altivo y consideraba que el vencedor no tenía hermanos sino súbditos.

Y su soberbia fue su perdición, se hundió en el mar en la noche del millón de soles,
en la que tembló la tierra y el mundo se dio la vuelta, y lo que era cielo fue tierra, y lo que era tierra fue mar y lo que era mar fue cielo.

Aquel día los dioses destruyeron el mundo y hoy los hombres caminamos entre sus ruinas y ellos ya no caminan entre nosotros.



El frío

Llegó como una exhalación. Un hálito endiabladamente helado que lo cubre todo en el espacio de tiempo que hay entre sístole y diástole.

Los principios físicos bajo los que funciona la tecnología funcionan en una cierta ventana de condiciones más estrecha de lo que pensamos. Así pasada cierta temperatura, usted ya no puede untar la mantequilla en su tostada sino derramarla sobre ella. Que se lo pregunten al que asó la manteca.

El agua empieza a hervir, dada una presión, a una temperatura determinada, ni antes ni después. Por supuesto hay avisos, por supuesto el calor aumenta, por supuesto. Pero el grado que va desde 30 a 31 es la misma cantidad que va de 99 a 100. Sin embargo contiene implicaciones muy distintas en términos físicos.

Todo dejó de funcionar y jamás se supo por qué. Los electrones se mostraban ahora holgazanes a la hora de empujar a otros electrones y en el mejor de los casos lo hacían de forma errática, intermitente. Después de aquello quedó sólo lugar para elucubraciones.
Al poco llegó el frío. Fue como meterse en una cámara frigorífica y cerrar la puerta, sólo que para entonces ya no funcionaba cámara frigorífica alguna y los alimentos se pudrían al sol tibio cuando no eran desecados o enterrados en salazón, o ahumados.

No hubo manera en los laboratorios, cubierto por dentro de escarcha y con científicos cubiertos por bufandas y gruesos guantes de volver a hacer brotar un arco eléctrico.
Primero se dispararon algunos valores en bolsa y otros se desmoronaron, poco después la propia bolsa cayó. Lo más parecido que quedó fue la lonja del escaso pescado que los pocos marineros que aún se aventuraban casi a modo de expedición entre las gélidas olas traían a su regreso. Nunca antes se vio un rompehielos en el viejo Mare Nostrum si no era saliendo de un astillero.

Dicen que la muerte más dulce es por frío. Que se produce una somnolencia a causa de la falta de aportación de oxígeno al cerebro y termina todo con un sueño helado.
Francamente, después de ver las caras horrorizadas de gente arrancándose involuntariamente sus propios miembros convertidos en pálidos trozos de escarcha se me ocurre que ha de haber formas mejores. Muchos las buscaron por aquellos días.

Escasez de comida y de formas de resguardarse del frío, en una incomunicación enorme con la vuelta de pregoneros, en mitad de una gran desesperación. Los dioses tuvieron la clemencia de no arrebatarnos también el fuego, decían algunos.

Aún así encender una vulgar hoguera era una tarea ardua y resultaban en un crepitar constante de la madera helada. No volvió a llover. Finos copos de nieve, lo más parecido, o brutales ventiscas que azotaban los cada vez más castigados cultivos a la luz de un sol que ya no calentaba. El mundo retrocedió varios siglos en lo que se tarda en chasquear los dedos. Nadie pudo imaginar nunca que la electricidad, simplemente dejara de funcionar. Cuando llegó el frío, nadie estaba preparado.


sábado, 27 de julio de 2019

El monstruo

Los periódicos lo llamaron el monstruo de Amstetten. Ya había salido algún caso más de chicas encerradas en un sótano por sus captores en aquellos años. Lo que hizo de este particularmente espeluznante es que la chica era su hija y llegó a dar a luz descendencia. No creo que haga falta aportar más detalles del horrible escenario inimaginable que en cierta medida todos nos podemos imaginar.

El fenómeno en otros casos era similar. No es un pensamiento agradable, pero el mundo es lo bastante grande para que haya alguien esposado a un catre ahora mismo. Naturalmente se entienden como casos aislados pero existe un patrón con rasgos comunes. Sin embargo el objetivo de estas líneas no es extrapolar esa situación a otras mujeres que lo pudieran estar sufriendo sino extrapolarlo en escala. Porque tal vez estemos todos en una situación análoga.

Porque si un hombre con una propiedad puede secuestrar y retener contra su voluntad a una mujer, además su hija, para la satisfacción de sus necesidades, en este caso sexuales, en una población que son lugares concurridos y responsabilidad de una cierta autoridad, ¿qué podría suceder en mitad de ninguna parte?
Tal vez en el rincón más remoto del planeta, o aún más, más distante aún, en un pequeño planeta azul perdido en mitad de ninguna parte.

¿Qué podría suceder si algún día nuestra civilización alcanzara la tecnología para desplazarse por el espacio inabarcable y esta se normalizara tanto como un vuelo transoceánico hoy en día? Con un servicio de vuelos regulares, algunas compañías e individuos acaudalados disponen de jets privados.
Sería absolutamente lamentable que una civilización con un desarrollo ético tan deficiente desarrollara sin embargo tecnología con tales capacidades.
Sobran ejemplos en nuestra historia.

Hoy por hoy es indecible para nosotros la cantidad de mundos más o menos habitables que puedan llegar a existir perdidos en la inmensa distancia.
Virtualmente imposible de someter a un control exhaustivo. Y digo más o menos habitable porque este paraíso nuestro, el único que conocemos tiene más bien poco de paraíso. La mayor parte de su superficie es un vasto océano y sobre la tierra firme el animal que es el hombre no encuentra acomodo en ningún caso.

En verano calor y en invierno frío, o agua en las lluvias y sed en la sequía. Lo cierto es que una persona simplemente parada de pie en un punto al azar del planeta no sobrevive indefinidamente. El sol nos atraviesa de día y el frío nos hiela en la noche, obligándonos a cubrirnos con algo más que una simple hoja de parra, si es que tales pudores tienen sentido. Lo cierto es que este planeta está muy lejos de ser un paraíso en cualquier ámbito y sentido, ni siquiera en los climas templados.

Del paraíso, cuenta el libro, fuimos expulsados. No nosotros, claro. Nuestros supuestos ancestros Adán y Eva. Por el pecado del conocimiento, dicen. Menos mal que no se cuenta entre los capitales. Algunos tratan incluso de buscar el jardín del Edén en la superficie del globo, tal vez guiados por una lectura equívoca de unas páginas de las que quizás nada se puede entender. Y tal vez crean encontrarlo en la que suponen cuna de la civilización.

Quien no querría hallar un paraíso, o por lo menos un rincón tranquilo. Bien, de hallarse el modo de viajar por el espacio eso sería posible para todos. Para todo aquel que pudiera costearlo, claro. A buen seguro reduciría la presión el el mercado inmobiliario. De hecho se han vendido parcelas en nuestra propia luna a algunos individuos adinerados, o eso escuché una vez. No entiendo ni quien ni con que potestad pero se decía que el mismísimo George Lucas adquirió una, y si no recuerdo mal, si es verdad, fue antes de vender a Disney sus estudios, algunos lo llaman invertir, otros no saber que hacer con el dinero.
Prefiero pensar que es sólo una broma pero por si acaso, George, dudo que puedas hacer una prospección adecuada de tu terreno.

Sin embargo si se hallara la manera de cubrir las enormes distancias del cosmos, quién sabe, tal vez existieran más planetas de los que nadie fuera capaz de arrogarse, aunque eso es despreciar con mucho la arrogancia por infinitos que fueran.
Habrían entonces unos mundos centrales, cuna de la civilización en expansión por el espacio que alcanzara tal tecnología y sus aledaños y existiría una frontera inmensa e inenarrable de espacio desconocido. Y si la vida tiene una condición común es la exploración.

Por lo tanto, nada impediría a un individuo o individuos hallar una pequeña isla sin cartografiar en mitad del cosmos, o simplemente olvidada por carecer de interés. Ya tenemos el sótano. Y, siendo que las materias primas difícilmente pueden dejar de tener valor en un mundo material por mucho que avance la tecnología, crear un ejército de androides que extraiga la riqueza y preste los servicios que convenga. Deberían repararse a sí mismos y formar un sistema cerrado autosuficiente con el planeta, extraer los recursos necesarios para su mantenimiento además del excedente para los interesados en tal proyecto.

Sería ideal reducir al mínimo la inversión inicial en lugar de tener que sufragar ese ejército de máquinas. Y la forma más obvia es utilizando máquinas biológicas como somos los seres humanos, por ejemplo. Y es que si además el parecido de esas máquinas biológicas, animales, en resumen, fuera suficiente para con su creadores, además de la extracción de recursos podrían prestar otros servicios, digamos más privados. Y quien sabe lo que ocurriría con ese sistema cuando creciera. Los responsables del proyecto siempre jugarían con un as en la manga que salvo descuido jamás dejarían entrever. O tal vez lo usaran ante los mismos ojos de los hombres incapaces de dar crédito a lo que ven, quien sabe que erráticas políticas podría seguir la dirección de tan torcida empresa. Tal vez fueran tomados por dioses. Y el ser humano creado a su imagen y semejanza.

Así que quizás, como decía al principio, todos nos hallemos de algún modo, y salvando las distancias, encadenados a ese sótano como esclavos privados de la luz del conocimiento. Y peor aún, sin saberlo y tomando nuestro lúgubre cobijo por el paraíso que jamás fue y a nuestros captores por divinidades a lo largo de las páginas de la historia. La única diferencia es nosotros ni siquiera sabemos el nombre de nuestro monstruo.


Pero ni siquiera la eternidad del cosmos es frontera para un rumor. Y las fortunas que rápido se amasan rápido se suelen gastar. Y es que al fin y al cabo, aunque lo suficiente parecidos y lo suficiente diferentes, somos también hombres. Mejor no imaginar las deformidades de la genética en pos del esclavo perfecto. Ni demasiado fuerte, ni demasiado débil, ni demasiado inteligente, ni demasiado carente de raciocinio. A su imagen y semejanza nunca en ninguna parte ha significado igual. Significa parecido. Y parecido significa en realidad diferente. En el caso que nos ocupa, por lo menos más allá de la apariencia.

Pero tarde o temprano algún tipo de autoridad encontraría si no ha encontrado ya este pequeño proyecto paralelo a la civilización. Y sus promotores, seguramente habiendo transguedido más leyes que las escritas argumentaran lo invaluable del proyecto en términos de experimentación a diversos niveles.
El panorama que hallaría una supuesta federación galáctica, sería cuanto menos desconcertante y su gestión materia de arduos debates.


¿Qué hacer con una civilización paralela, numerosísima, casi de la población de la original repartida por varios mundos, con todos los individuos afectados por un serio deterioro cognitivo inducido genéticamente? Una especie al fin y al cabo distinta, violenta por la programación hormonal que garantizara un rápido crecimiento de la población y las demandas del trabajo físico, obnubilada desde tiempos inmemoriales por tecnología que era magia a sus ojos y que idolatraba a sus poseedores como a dioses. ¿Qué hacer con la raza humana?

Virus

Desde hace años hay un cierto debate en el seno de la comunidad científica, uno muy significativo entre los muchos que tienen lugar.
Y es especialmente interesante porque concierne a nuestra noción de la vida, de donde empieza y termina ésta para convertirse en mera materia inerte.
Al menos así es como se interpreta hoy en día, bajo el paradigma actual. Decía un antiguo anuncio de televisión, de insecticida, que las cucarachas nacen, crecen se reproducen y mueren. El patrón se puede hacer extensivo a cualquier ser vivo conocido, incluso a los virus.

Pero el caso de los virus presenta algunas peculiaridades que son la razón de ese debate aún no cerrado con un consenso. A pesar de cumplir el criterio de la secuencia mencionada, los virus ni están vivos de por sí ni pueden completar ese ciclo por sí mismos. Eso ha obligado a plantear algunas teorías sobre su origen en términos evolutivos, que bajo el paradigma actual es la teoría a la que se exige explicar toda la biodiversidad que conocemos. Incluidos los virus, queramos entender que son seres vivos o no.

Y es que la duda es razonable, un virus, por sí solo, ni constituye ni puede constituir una forma de vida. Para completar su ciclo requiere necesariamente parasitar un célula, valerse de sus sistemas y hacerse con su control. De ahí que el término haya sido usado también en informática. Son por cierto, bastante más pequeños que una célula, que tradicionalmente se interpreta como la unidad mínima de vida. Siguiendo con el símil de la programación, la célula sería un sistema operativo.

La dependencia de otras células para que los virus puedan existir, apunta a que han de ser necesariamente posteriores a éstas. Lo contrario no tendría el menor sentido. Se barajan teorías como que los virus pudieran ser fragmentos de esas células. La teoría es bastante absurda pero a eso nos aboca la premisa de explicarlo todo bajo el marco de la evolución. ¿Y si descartamos, por un momento, tal premisa?

Entonces los virus se verían claramente como lo que son, un objeto inerte diseñado para atacar a las formas de vida, erradicarlas y permanecer latentes, muertos, hasta hallar más vida que erradicar. Un insecticida, en cierto modo. Y no creo que nadie pueda pensar que un virus informático, siguiendo con la analogía, se programa solo o por azar. No es demasiado sensato.

Tal noción no está exenta, sin embargo, de cierta paradoja, ya que apunta a que los virus podrían estar, en cierto modo y de forma local, antes que las propias células vivas. Me explicaré, y para ello tendremos que reflexionar sobre lo que es la vida y como la entendemos hoy y aquí.

Huelga decir que somos seres vivos. O quizás no tanto, pero podemos partir de ese afianzado consenso. Somos animales, seres vivos, eso parece estar claro para todos al margen de la discusión sobre el origen evolutivo que en realidad no es tal en el ámbito académico. Luego, humildemente entendemos que la vida es lo mejor que le ha pasado al universo. Su finalidad última, aventuramos, aunque apenas conozcamos un rincón del infinito. Esa es la forma de pensar que corresponde a nuestro contexto histórico-cultural presente, de forma completamente transversal.

Si la existencia fuera explicada por una película de Hollywood, las células serían las buenas y los virus los villanos que, tras una detallada narración de su malévolo plan para conquistar el universo, caerían en el último segundo de una cuenta atrás bajo los intrépidos glóbulos blancos en un leve descuido que les costaría la victoria final y su propia vida.

A nadie en Hollywood se le podría pasar jamás por la cabeza la simple idea de que el gran colectivo de seres vivos del que formamos parte no fueran los buenos en esta película. Pero yo estoy bastante lejos de California, apenas entiendo algo de inglés e incluso me dan alergia las nueces.
A su favor he de decir que apenas la filosofía se ha adentrado en este tipo de enfoques y además, por lo general y como es natural por su propia constitución con un desarrollo bastante breve.

Se suele utilizar en algunos contextos el término virus como sinónimo de plaga. Algo que se extiende de forma descontrolada o masiva. Así hay videos que se hacen virales, dando a entender una gran difusión. Expresión con la que han crecido los más jóvenes pero a los que ya cargamos algunos años más a cuestas puede parecernos bastante estúpida. Decía aquel anuncio de matacucarachas que éstas nacen, crecen, se reproducen y mueren. En cambio ninguna plaga de virus podría llegar de forma activa más lejos que las células que requieren para multiplicarse. ¿Quién es entonces la auténtica plaga?

Los virus por sí solos, como hemos visto, se pueden considerar inertes a todos los efectos. No son vida propiamente dicha aunque interactúen de forma definitiva con ésta. Se parecen más a minas antipersona que a personas. Es una estrategia curiosa para un parásito la de matar al su hospedador, con poco futuro para la propagación de la especie, se diría. Y así es como entendemos hoy la vida y su finalidad última, o más bien un requisito sine qua non, la plaga por antonomasia y además por derecho, queremos pensar nosotros. Nacer, crecer, reproducirse... y lo de morir porque no podemos evitarlo, sí, exactamente como las cucarachas. Los virus están hechos de otra pasta. ¿pero como es eso posible, de dónde han salido?

Bien, desde nuestro contexto presente es posible que a nadie se la haya siquiera ocurrido aunque más bien diría que es una idea que no ha terminado de calar, a saber por qué no termina de gustar, no se ha acabado de hacer... viral. Pero tal vez otras sociedades en otros mundos hubieran alcanzado otras cotas de comprensión de lo que fueron y de lo que les rodeaba, de lo que somos, de lo que la vida es.

Y si aceptamos esa posibilidad podríamos también aceptar que hayan llegado a conclusiones diametralmente opuestas a las alcanzadas por nosotros mismos hasta hoy en día. Por lo tanto, una civilización pretérita de cualquiera de las infinitas estrellas, mucho más evolucionada que nuestro estadio actual, podría haber llegado a asimilar que la vida en sí es un fenómeno vil, nocivo e incruento. Además de carente de todo sentido. Incluso nuestros filósofos saben que el problema es la existencia y la no existencia la solución. Aunque alguien convencido de tal hecho es más lógico que solucione su problema en términos individuales antes que tratar de convencer a ningún colectivo que como todos sabemos son tan estúpidos como el más estúpido de sus integrantes.

Sí, señoras y señores. Caballeros de la CIA, el MOSSAD y el FSB. Los virus son un arma. Pero eso ustedes ya lo saben, en cierto modo. Aún así es probable que no interpreten la evidencia correctamente. Porque si realmente esta concepción de la vida que expongo (y que sea correcta o no aquí tiene un papel trivial) lograra abrirse paso hacia las conciencias de una sociedad, una cultura determinada de forma masiva, viral, se diría, tal vez esa civilización no se contentara con borrarse del mapa como un filósofo desquiciado que aplica sus inapelables conclusiones a su propia vida.

Si realmente el convencimiento fuera profundo y su voluntad determinada, no bastaría con un suicidio colectivo como especie. Su misión en la vida sería entonces interrumpir el ciclo de la vida que sólo trae dolor absurdo y sufrimiento sin sentido. Y a tal empresa dedicarían desinteresada y generosamente sus últimos días. El resultado sería la minúscula pieza de ¿bio?ingeniería que son los virus. O quien sabe, quizás ésta sea solamente otra hipótesis carente de fundamento, no obstante responde en cierto modo la sencilla pregunta que Fermi legó al mundo. Si es que su premisa era correcta.
Aún así me resulta más plausible que la hipótesis postulada del fragmento celular. Tal vez no hallemos vida en otros planetas. Pero ¿y virus?

https://www.youtube.com/watch?v=JUnZIgxmqfI

domingo, 12 de mayo de 2019

La isla ausente

El buceo tiene un cierto efecto narcótico. No ya por la mezcla de gases que se respira sino por el vínculo que se establece con ese otro mundo que hay ahí abajo, bajo la superficie. Flotar como volando, a cámara lenta, aislado del ruido al que estamos acostumbrados pero a la vez en un medio que lo transmite mejor. Las burbujas y el ruido acompasado del respirador. Se diría que incluso el tiempo transcurre a otro ritmo.

Y sólo eso, pasear deslizándote lentamente por otro mundo, casi otro planeta un medio que no te corresponde, por un lugar al que no perteneces. Y contemplar la sinuosa propulsión de los pulpos o medusas, la elegante ondulación de las mantas y el diverso colorido de sus habitantes. Me encanta bucear, esa es mi liberación y mi condena.

Tanto como me gusta como para irme solo a una cueva perdida en la roca en cuanto tengo algunos días libres. Por supuesto no es nada recomendable pero cuando llevas tantas horas de inmersión como yo es pura rutina. Me siento más extraño sentado en el sofá frente al televisor, como un pez fuera del agua.

Sin embargo el buceo no es algo que tomar a la ligera. Jamás hay que olvidar que uno se adentra en un medio ajeno y hostil y el más mínimo error encierra el potencial de terminar en catástrofe. De ser el último. Es inevitable confiarse en cierta medida con el paso de los años, por eso un susto de vez en cuando no está de más a modo de recordatorio. Siempre que se quede en eso, claro.

Yo seguí mi protocolo a pies juntillas: el parte meteorológico, repuestos para todo y prudencia antes en exceso que en defecto. Bastante riesgo conlleva el mero hecho de bucear solo. Me cansé rápido de los grupos, suelen arruinar una experiencia que para mí es casi mística. Conlleva muchas incomodidades y requiere ser no poco metódico pero una vez abajo todo desaparece y un nuevo mundo abre sus puertas.

Por eso estaba entre las agostas paredes de una oscura cueva después de casi cien metros de descenso. Las cuevas son especialmente peligrosas, ya no por la falta de luz y lo angosto a veces de las paredes o su trazado laberíntico, sino porque las corrientes pueden jugar malas pasadas. Pero en ocasiones ofrecen paisajes inigualables. Bueno, tal vez alguien lo pueda encontrar aburrido, pero a mí es lo que más me gusta. Esa sensación de introducirte en las entrañas mismas del misterio de la naturaleza. Esa exploración, esa aventura.

Y a pesar de no escatimar las precauciones y de ir preparado para lo inesperado me estaba hallando en serios problemas. Lo primero que noté fue como se enturbiaba el agua. Al poco el temblor se hizo más evidente y ya desdibujaba cualquier punto en el que tratara de enfocar la vista, la linterna sólo un punto de luz, como una mancha blanca alumbraba nada concreto.
Instintivamente busqué refugio apoyando una mano en la roca de la pared y noté la vibración, ya palpable también en el agua.

Parecía que la caverna entera se iba a hacer pedazos encima mío. Eso o se pasa en un rato. Pero no, ninguna de las dos, continuó más y más, aumentando hasta despertar un ruido, primero sutil, al poco atronado.
Era un ruido grave, profundo y lejano. Y sin embargo se diría que un avión estaba aterrizando justo allí mismo, en aquella cueva, justo sobre mi cabeza. Y no cesaba. El agua era un turbio amasijo que no permitía ni siquiera comprobar la integridad de las paredes que me daban cobijo, noté el contacto tal vez de alguna piedra cayendo o quizás algún animal con tanto pánico como yo.

Por un momento, en mitad de aquel desgarro ensordecedor, pensé retroceder hasta la salida. No había forma de encontrarla sin ver a más de medio metro. Me agazapé en una esquina entre la pared y el suelo pensando sólo en que aquello acabara. me tapé los oídos con las manos que empezaban a doler y cerré los ojos que nada tenían para ver esperando que aquel espantoso estruendo cesara antes de que me arrastrara a la locura. Hasta entonces no sabía realmente lo que era el miedo.

Y aquello no paraba, se diría, que el mundo se estaba partiendo por la mitad. Miré el cronómetro, no podría esperar indefinidamente aunque aún tenía un margen amplio. La situación se alargó hasta lo inexplicable. Ya iba buscando la salida a tientas cuando el ruido se redujo y después de algunos repuntes finalmente cesó. Aún me quedaban varios metros de ascenso en las peores condiciones imaginables. Intenté controlar la respiración y calmarme para administrar la mezcla de los tanques.

¿Qué había pasado? Si al salir de la gruta hubiera aparecido en otro planeta en el extremo opuesto del universo mi sentido de la lógica habría quedado en alguna medida complacido. Pero no, fue algo más extraño, si cabe, Más mundano, más ordinario pero inesperado y por esa mezcla, nada exótica, resultaba más extraño aún. La obertura de la cueva por donde había entrado, a varias decenas de metros bajo la superficie aparecía desde lo lejos brillantemente iluminada.

Salvé los pocos metros que me separaban de la luz para darme cuenta de que el agua apenas cubría la mitad de la entrada. Estaba en la superficie. Mi cabeza emergió al aire casi sin darse cuenta. Miré a mi alrededor, no entendía nada. A lo lejos se veía una costa que no reconocí, la caverna antes sumergida se mostraba ahora como un saliente imponente que recogía la espuma del mar entre sus escollos. De mi embarcación, ni rastro. Afortunadamente no estaba lejos de aquella playa que no reconocía en absoluto, ni siquiera en su orientación. El sol brillaba con fuerza pero a los lejos se dibujaban nubes oscuras y se escuchaban ecos de truenos lejanos.

Noté que algo no estaba bien a medida que me acercaba, sólo había un horizonte de un relieve desconocido. Cuando por fin llegué me dejé caer de espaldas, rendido. Respiré unas cuantas veces para recuperar el aliento, nunca había estado tan contento de encontrarme en tierra firme. Al poco me di la vuelta sobre mi mismo para otear el horizonte, aún tumbado y jadeando. Arena. Piedras. Rocas. Algún montículo escarpado. Y algo de vegetación, chafada contra el suelo. Fijé la vista un poco más. Entre el lecho de rocas aún húmedo había innumerables cadáveres de topo tipo de peces, algunos aún se movían en un exiguo charco. Me di la vuelta y contemplé el mar. Tan aparentemente normal, como su no fuera con el la cosa, con sus olas rompiendo en aquella nueva orilla. Como si siguiera como siempre, como si no hubiera hecho nada.

Me quité las aletas y el resto de equipo. No sabía donde estaba. Miré hacia el cielo y calculé una hora aproximada. Caminé en la dirección a la isla de la que había partido en mi expedición. Los relámpagos brillaban a lo lejos anunciando el rugido del trueno. Un terremoto, sin duda, claro. Bueno, para mí un maremoto. Muy intenso, debía estar cerca del epicentro. ¿Tal vez una erupción? Dejé las botellas en la playa, no tenía más que el mono de neopreno que llevaba puesto. Ni siquiera agua. El cuchillo, la linterna, el cronómetro. Llevé conmigo las aletas y las gafas por lo que pudiera ser, pero no podía cargar con el peso de las botellas caminado sobre las rocas con los pies desnudos.

Llevaba ya un buen rato avanzando y ni rastro de la isla, sólo oteaba un extraño horizonte de tormentas. ¿Tal vez barrida por una ola? Aún así debería quedar algún resto visible. Los cadáveres que hayan mostraban cada vez mayor tamaño, pero había dejado el mar a la espalda aunque sabía que en cierto modo lo estaba pisando, y el sol... No encajaba, no. Seguí avanzando penosamente, salvando las molestas piedras de terreno en una misma dirección sin conseguir orientarme. Durante mucho más tiempo del que hubiera imaginado hasta que por fin lo vi, a lo lejos.

Era un pecio. Lo fue. Ahora sólo era el absurdo cadáver de un viejo barco en mitad de un desierto que empezaba a formar charcas de salmuera. Ya había estado antes allí, buceando. Cuando lo cubrían varios metros de agua. No parecía haberse movido en absoluto, ya era uno con el fondo. Volví a mirar atrás. Tal vez una impensable masa de agua volviera a cubrirnos en cualquier momento. Pero no, sólo una nerviosa brisa. Volví a mirar al cielo, dibujando desde mi memoria la trayectoria del sol por el cielo hasta el punto en el que ahora se hallaba.

Y en mi cabeza visualicé un mapa: la gruta, el pecio, la isla ausente. Y volví a mirar a aquel sol mentiroso. Jamás hubiera pensado que ya no saldría por el este.

jueves, 18 de abril de 2019

El mensajero


No todas las especies ni todas las civilizaciones prosperan. Muchas caen, pasto de sus propias debilidades. Y su fracaso no es demasiado difícil de anticipar.

Se trata hasta el último momento de demostrarles su error, casi de forma ritual, litúrgica, se diría.
Pero muy pocas son las veces que eso causa efecto alguno y menos aún en las que es lo bastante significativo para corregir su rumbo.

Tampoco es responsabilidad de nadie salvo de ellas mismas así que no suele pasar de ser un gesto fútil y rutinario pero que se considera que se debe dar. Es un poco como la luz de alarma, en realidad el sonido fluctuante de la sirena que precede al rugido de las bombas.

Pero no tiene forma de luz llamativa o sonido penetrante. Bajo el imperio de la mentira el único acto realmente revolucionario es la verdad. Y eso es precisamente lo que se hace, se les muestra la verdad y, en ese mismo acto, se les demuestra su error.

Lo más habitual es que sepultada bajo una losa de silencio e indiferencia. A veces es incluso perseguida y extirpada. Es un poco como esos pequeños anuncios que publican algunas administraciones en medios de comunicación públicos, perdidos en un rincón de la sopa de letras que es un periódico. Sin ninguna proporción a su relevancia, se da por comunicado a todos los efectos y si no te has enterado el problema es tuyo.

Pocas veces se abren paso hasta las portadas que realmente deberían copar, roza lo anecdótico.
Es por eso que además de mensajeros se les conoce como heraldos de la muerte.
La forma del mensaje puede variar mucho según el caso, al final constituye la prueba fehaciente de la incapacidad de gobernar y gobernarse, de comprender.

Algunas veces son erradicadas antes de que culmine su lenta agonía y otras los acontecimientos se precipitan con antelación a los procedimientos. El resultado al final es el mismo.
Dicen que la vida se abre camino y siempre lo acaba encontrando sin reparar en todos los desvíos hacia callejones sin salida que deja a sus espaldas.

Supongo que el mensaje podría ser visto así, como una señal de tráfico. En concreto una de dirección obligatoria. Y realmente no quieres saber que hay por el otro camino. En realidad ya lo sabes. Y no es agradable comprobarlo. Aún así algunos se empeñan en ello. Descubrirán en que consiste el ejercicio de la libertad de equivocarse.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Quantum Teleport

-Es genial, lo tienes que probar. Esas fueron las palabras que me convencieron. Sin largas esperas para embarcar ni el resto de incomodidades de cualquier vuelo de larga distancia. La última tecnología en movilidad.

-¿Y te sientes... no sé, normal? Charlie arqueó una ceja. -¿Normal? Normal no, ¡como nuevo, incluso mejor que antes! Reía mientras iba pasando fotos de sus recientes vacaciones en Tokyo en la tablet que sostenía.
Así que ese mismo día llamé para pedir cita a Quantum Teleport, ellos fueron los primeros. Habían salido más recientemente un par de alternativas que empezaban a hacerles competencia pero por la diferencia de precio, como se suele decir, si puedes tener el original nadie escoge la copia.
Tenían la agenda bastante apretada pero logré que me encontraran un hueco en los días que tenía disponibles programados para vacaciones, una semana de relax lejos de casa para cargar las pilas y volver al trabajo "como nuevo", en palabras de Charlie.
Al principio, cuando salió hace un año o así me preocupó que la nueva tecnología pudiera acarrear alguna clase de efectos secundarios a largo plazo. Por supuesto la publicidad garantizaba la seguridad al cien por cien, pero tampoco se había presentado ningún caso con problemas de ningún tipo. Todos hablaban estupendamente, así que, ¿por qué no probarlo?

Llegado el día de la cita me presenté con mi pequeña maleta en sus instalaciones, apenas con unos minutos de antelación de la hora acordada por teléfono. Un lujo comparado con las tediosas esperas de los aeropuertos. Y mucho más seguro, además.
En la recepción me recibió una joven sonrisa femenina envuelta en un uniforme del tono azul corporativo, presente en todas partes junto al blanco en sus amplias dependencias.
-Hola, tenía programado un viaje a las once- dije mientras miraba a mi alrededor, a los altos techos, buscando una fuente de iluminación que provenía de algún lugar inconcreto.
-Por supuesto- sonrió la joven -¿me permite su documentación? Gracias, tiene que rellenar este formulario, puede tomar asiento, enseguida le atenderá el doctor.

Le agradecí su atención pensando en que tipo de doctorado habría cursado el especialista que se encargaría del proceso mientras ojeaba el papeleo.
Unas breves líneas acerca de dolencias conocidas y la clásica exención de responsabilidad que se firma en la consulta del dentista. De hecho parecía la consulta de un dentista. De uno forrado de pasta, quizás.
En seguida apareció un tipo con una bata blanca, pelo escaso y fris peinado hacia atrás con unas gafas sin montura, pasados los cincuenta pero muy jovial: -Usted debe de ser ¿Samuel? -Sam. Le corregí mientras estrechábamos las manos.
-Bien, bien. Yo soy el doctor Elliot Sullivan. Le felicito por su decisión de viajar con nosotros, acompáñame le enseñaré un poco todo esto.
Avanzamos a través de una puerta doble de cristal translucido que se abrió a nuestro paso.
-Llevamos operativos en este centro casi 18 meses, desde que Quantum Teleport puso a disposición del público su tecnología hemos completado cerca de doscientos mil viajes, todos con éxito, ¿qué le parece? Actualmente estamos en 48 ciudades en cinco continentes y seguimos creciendo. Dígame, ¿cómo nos conoció?
-Pues lo cierto es que me lo recomendó un amigo.
-Ajá. Esa es la mejor publicidad. Sonrió mostrando una hilera de perfectos dientes blancos y relucientes dignos de un dentista adinerado.
-Y también la publicidad, claro. Sus anuncios en los últimos meses estaban por todas partes.

-Estamos creciendo muy rápido Sam, esta tecnología es una auténtica revolución. Sin aglomeraciones, sin esperas, de punto a punto, al instante. Los que lo prueban repiten, en seguida podrá comprobarlo.
Andábamos por un largo y ancho pasillo con puertas a ambos lados, nos cruzamos con una mujer de uniforme con aspecto de enfermera y una carpeta en la mano que saludó con una sonrisa. Todo era amplio y limpio.
-Y dígame, doctor, ¿como funciona exactamente? Algo he leído pero...
-Los detalles son algo complicados pero se resume en información. Somos información y lo que hacemos es trasladar esa información, le vamos a hacer pasar por un cable, amigo, directo a... Revisó los documentos de su portapapeles. -Directo a... Las Vegas, wow, Un poco de emoción, ¿eh Sam?
-Eso espero. Concedí sonriendo.
-Comprenderá que los detalles exactos son un secreto industrial que se custodio con no poco celo... Usted sólo de ha de preocupar de disfrutar... de su estancia, no del viaje que es prácticamente instantáneo.
Le miré un poco incrédulo.
-No se preocupe, le prometo que no duele. Suelen preguntar eso.

Llegamos a una puerta numerada, el doctor comprobó el número en sus papeles ya abrió la puerta: -Adelante por favor.
Era una pequeña sala con un asiento metálico en el centro que quedaba envuelto por una especie de mampara.
-Y doctor, ¿qué sucedería si hubiera algún problema? En el viaje, digo.
-¿Problema? Bueno, lo cierto es que no hemos tenido ninguno todavía. Piense que su información se conserva en un sistema de alta redundancia, incluso en caso de fallo eléctrico o... aunque cayera una bomba, para entendernos, su integridad está completamente a salvo y volvería ser materializado. Nos tomamos la seguridad muy en serio. Ningún incidente en casi doscientos mil desplazamientos. Espero Sam que no sea usted el primero.
-Yo también lo espero. Su aplomo me arrancó una sonrisa.
-Bien, puede irse sentando, ponga el equipaje junto a la silla. Señaló el asiento metálico. Estaba conectado por tuberías de cable a un equipo con una pantalla de visualización del tamaño de un armario, similar a una computadora.

-Voy a ir ajustando el módulo de transporte. Primero se hace un escaneo, en un par de minutos. Otro par de minutos mientras el sistema comprueba su integridad. Y luego es darle a un botón... y en unos segundos se materializa en nuestras instalaciones de Las vegas.
-Increíble. Afirmé fascinado. -Sí, Sam, de veras lo parece, pero es sólo ciencia. Ni más ni menos. ¿Empezamos?
Asentí con la cabeza y el doctor cerró la mampara y dio algunas órdenes en la pantalla del sistema. Al poco un haz de luz azulada recorrió lentamente el habitáculo. Al cabo del rato se detuvo y se apagó.
-Bien vamos a validar el escaneo. La voz entraba por unos altavoces en algún lugar de la cápsula.
-Después procederemos a llenar el habitáculo con un gas inerte para la transferencia y luego es sólo darle a un botón.

Me sentí un poco inquieto pero me obligué a confiar en que estaba en buenas manos. Al rato volví a escuchar la voz procedente del exterior de la cabina: -Todo correcto. Sam, cuando usted quiera. El doctor me miraba expectante con una sonrisa plácida y las manos en las rodillas. Asentí con la cabeza.

-Vamos allá. Ah, por cierto, el gas aunque inocuo puede ser algo molesto para algunos en los ojos, tal vez se sentirá más cómodo si los cierra.
-De acuerdo. Vi como hacía un floritura algo teatral con la mano y pulsaba en la pantalla. Un gas inodoro y similar al vapor de agua fue llenando poco a poco el espacio dentro de la mampara con un siseo desde una rejilla en el suelo, cerré los ojos cuando el gas me cubría por los hombros.
Al rato escuché de nuevo el crujido de la voz del doctor por los invisibles altavoces: -¡Todo listo Sam! ¿por ahí todo bien?
-Todo bien. Confirmé, aún con los ojos cerrados y saber hacia donde proyectar la voz. -¡Buen viaje, Sam!
Se hizo una breve oscuridad. Volví a abrir los ojos y vi que estaba rodeado de una densa bruma. Al poco se activó un ruidoso aspirador que fue vaciando lentamente la cabina de humo. Al otro lado de la mampara translucida apareció la sonrisa de una mujer de mediana edad enfundada en una bata blanca. El humo realmente molestaba en los ojos. Oí su voz en el interior de la cápsula: -¿Qué tal, Samuel? ¿Ha tenido un buen viaje? ¡Bienvenido a Las Vegas!

Miré a mi lado y allí estaba también mi pequeña maleta, en el mismo lugar en el que la deposité. O en uno equivalente. Suspiré aliviado y respondí con una sonrisa. -Enseguida terminamos, un breve chequeo rutinario y muy pronto podrá disfrutar de la ciudad.
Al poco una linterna revisaba la contracción de mi pupilas. -¿Algún mareo, náusea?
-No, nada de eso, me encuentro bien.
-Perfecto. Veo que también tiene programada la vuelta con nosotros. Nos vemos entonces en una semana. Le acompañaré al vestíbulo. Nos despedimos y al cruzar la puerta entorné los ojos bajo el sol de Las vegas.

-Vaya. Algo no ha ido bien.
-¿Qué? ¿cómo? Un ruidoso aspirador empezó a despejar el habitáculo de humo. Abrí los ojos. Si que molestaba un poco el gas. -¿Qué ha pasado?
-Sam, me temo que sigue aquí. Por algún motivo no ha funcionado la transferencia. Pero no se preocupe, vamos a revisarlo. Lamento las molestias, a veces sucede. Seguro que es alguna tontería.
La cabina se abrió mientras el aspirador aún seguía funcionando, exhalando una pequeña bocanada de humo que se deshizo despacio.
El doctor se deshacía en disculpas: -No comprendo que ha podido pasar, pero le garantizo que antes de la hora de comer estará en su destino. Apretó algunos botones en la pantalla y habló al micrófono: -Rachel, ¿puedes venir al módulo 52? Ha fallado la transferencia, sí, envía también a un equipo técnico.

Al poco entró una chica ataviada con la misma indumentaria que la que nos cruzamos por el pasillo mientras el doctor estaba enfrascado consultando algunos datos en la pantalla. -Oh, Rachel, si eres tan amable, acompaña a Sam a la sala de espera. Sam, no se me vaya muy lejos. En seguida lo solucionamos. El doctor mostró su sonrisa perfecta.
Rachel me condujo a una sala muy amplia con cómodas butacas. Disculpe por el retraso, seguro que se resuelve en breve. ¿Puedo ofrecer algo? ¿Agua, café, un zumo... ? -Café está bien. Solo, gracias. Lamento ser el primero. Añadí con ironía. -¿Disculpe? Rachel no pareció entender mi pequeño sarcasmo. -No se crea, entre usted y yo, nunca lo he visto funcionar a la primera. Pero seguro que le hacen viajar en otro módulo para no hacerle esperar. -Ah... Asentí pensando en los doscientos mil viajes "sin un solo incidente" de los que el doctor me había informado.
Al cabo de unos minutos Rachel apareció con el café y una sonrisa y desapareció por la misma puerta por la que entramos.

Cogí un folleto de la mesa de al lado y lo ojeé mientras sorbía el café.
Caras sonrientes, paisajes, fotos de las instalaciones, lo típico. El logotipo de Quantum Teleport con las letras azules y ese tipo de difuminado que les confiere cierta sensación de movimiento. Un mapa con puntos azules donde la empresa tenía habilitadas sucursales y breves textos que ensalzaban la tecnología de teleportación cuántica. La espera estaba siendo tediosa, más después de la expectativas frustradas, di un buen sorbo al café saboreándolo en la boza mientras continuaba buceando entre las líneas de letra pequeña del folleto:
...la revolucionaria tecnología de teleportación cuántica ha completado en su primer año de actividad cien mil desplazamientos sin incidente alguno...
No pude evitar una carcajada refleja que, con el café aún en la boca, resultó en que el oscuro líquido tomara el camino que no le corresponde y sentí esa urgencia irrefrenable de toser con la boca llena mientras buscaba un lugar donde depositar el café que ya no me iba a poder beber antes de que saliera por la nariz. Vacié el café como pude en la planta que tenía al lado, mi risa resonó en la sala vacía, tanto por el texto como por mi elemental torpeza.

¿Que debía ser entonces un incidente? ¿Lleva a destino a un tipo y olvidarse de transferir el equipaje? ¿Tal vez la cabeza? Tosí un poco para acabar de aclarar la garganta y apuré el par de sorbos escasos que restaban del café dándole la vuelta al folleto. Miré el reloj, empezaba a sentirme cansado. Volví al folleto de pronto las líneas se entrecruzaban, me mareé y en un instante la sala se oscureció.
Cuando desperté me costó enfocar la mirada, estaba muy débil, como si pesara trescientos kilos, apenas podía mover la cabeza que tenía caída sobre un hombro. Había un hombre con bata blanca de espaldas, estaba haciendo algo sobre una mesa, yo estaba sentado pero la silla era más incómoda que la butaca, más rígida, era una silla de ruedas como la de los hospitales.
La luz me dolía en los ojos y me costó identificar lo que veía, a pesar de que la habitación estaba pobremente iluminada. Maletas, de todos los tamaños y colores, apiladas de forma algo desordenada. Decenas, varias decenas.
Un foco iluminaba de la mesa, Oí el sonido inconfundible de una cremallera cerrándose. Una cremallera larga. Larga como de dos metros.
Levanté un poco más la vista hacia la oscuridad del fondo y vi varias de esas bolsas para cadáveres de color gris oscuro sobre una doble hilera de camillas que se extendía hasta el fondo de la sala. Veinte, treinta, quizás más. Debí hacer algún ruido, tal vez una exclamación que ni si quiera puedo ser articulada debido a mi estado letárgico, porque el hombre de la bata blanca se giró sobre saltado.


Era un tipo calvo de mediana edad, me miró mudo con los ojos muy abiertos y sobresaltado. De repente empezó a moverse agitado mirando a un lado y al otro como quien busca con qué apagar un fuego y no se acaba de decidir. Al final agarró un bote de color caramelo del estante, desenroscó con las manos temblorosas el tapón  que rodó por el suelo.
Dio unos paso para coger un largo trozo de un rollo de papel industrial que empapó con el contenido del frasco de vidrio. Volvió a mirarme, clavo sus ojos en los míos con una expresión rígida en la mandíbula.
-No se preocupe señor, en seguida llegará a su destino.
Su tono caricaturizaba el de una azafata o algo similar. Me cubrió la nariz y la boca con el papel empapado y noté un fuerte olor químico. Presionaba firme con sus manos y empezó a contar susurrando para sí: -Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...
Intenté zafarme moviendo el cuello, ni siquiera podía levantar los brazos.
-...once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte...

-¡Veintiuno, blackjack! Gana el caballero. El crupier pagó las fichas con sobriedad y volvía a repartir cartas, estaba en racha. Después de todo había sido una buena idea venir a Las Vegas. Todo iba como la seda, después tendría que mandar un mensaje de agradecimiento a Charlie, comer algo, y si las cartas iban bien, tal vez buscar algo de compañía para la noche. Al fin y al cabo, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

domingo, 17 de febrero de 2019

Un inteligente experimento

Lo encontraron en un container de basura. El operario pidió al conductor del camión que detuviera el motor y entonces lo puedo oír con nitidez: el llanto de un niño entre los desperdicios.

Por aquellos años un alto directivo de una gran compañía farmacéutica y además investigador en química y neurología andaba buscando la forma de llevar a cabo un ensayo clínico que jamás sería aprobado por las autoridades. Hubiera probado el fármaco de su invención en su mismo cuerpo de no estar convencido que, dada su edad, la plasticidad de su cerebro no era ya la requerida para mostrar signo alguno de los efectos buscados: el desarrollo de la inteligencia.

El ensayo clínico en ratones se suspendió debido a severos efectos secundarios que ni siquiera se hicieron públicos y el expediente quedó un cajón que la compañía nunca volvería a abrir oficialmente. No obstante se dieron observaciones prometedoras y él sostenía con vehemencia, en contra del resto de la junta directiva, que los efectos nocivos no se darían en humanos por las notables diferencia y que, aún en el caso de producirse, la relevancia de los efectos deseados superaba con mucho a los indeseados.

Y fue entre los indeseados, en un orfanato, donde halló la manera de llevar a cabo ese ensayo clínico mínimo, con una muestra de una sola persona, tratando de que su sueño de elevar el desarrollo del intelecto humano a otro nivel no cayera en el negro olvido del cajón de un archivador que nunca se volvería a abrir.

Las piezas encajaban como un puzzle, una joven pareja que trabajaba para el laboratorio adoptaron a aquel niño que salió de la placenta para buscar acomodo entre bolsas de basura bajo la mediación del investigador. Se les suministró poco a poco el stock restante del fármaco con una posología definida con el ardid de que se trataba de un carísimo cóctel vitamínico al alcance de muy pocos muy recomendado para la etapa de crecimiento. La dosis pertinente fue inoculada y el pequeño experimento fue poco a poco creciendo con el paso de los años.

Al principio pareció arrojar incipientes resultados pero fueron demostrándose inconsistentes. Fue un joven rebelde, con poco o ningún interés por el estudio de las ciencias, más enfocada a las artes pero aún así con una constancia irregular aún con algunos momentos brillantes.

El investigador, que invertía buenas sumas en obtener informes del desarrollo del sujeto de estudio, al principio se ilusionaba con cada detalle prometedor más incluso que los propios padres adoptivos, pero poco a poco se fue convenciendo de que su diseño no estaba dando los frutos deseados. Al final de sus días, donde él había intentado crear una píldora de la genialidad, sólo encontró una notable mediocridad. Tal vez algo excéntrica pero nada que no se pudiera achacar a la limitada extensión de la muestra. Fue su última decepción.

Donde él hubiera esperado encontrar tal vez un Leonardo, un Mozart, tal vez un Einstein, halló solamente un muchacho rebelde y hedonista que ni siquiera fue capaz de completar la secundaria, con tendencia al abuso de tóxicos y cierto gusto por la música punk y el graffitti. Nada sublime, desde luego. Fue a su juicio su último fracaso.

Lo que no pudo saber antes de marcharse es que el experimento fue en realidad un rotundo éxito. El chico a medida que crecía y dada su diferenciada capacidad para analizar el entorno fue adquiriendo una visión crítica hacia un mundo que comprendía cada vez mejor y evaluó que ni siquiera merecía la pena el esfuerzo de terminar sus estudios. Mucho antes de la mayoría de edad.

El profundo desprecio que sentía ante la interminable lista de injusticias que atestiguaba día a día, aunada a la imposibilidad de introducir cambios significativos, le condujo paulatinamente a un aislamiento cada vez más cerrado en sí mismo. Con un casi total desinterés incluso por el más elemental bienestar material y económico. Nada parecido a lo que se suele interpretar como inteligencia. Algo en lo que tal vez no reparó el investigador es que aquel muchacho sería condenado a vivir en un mundo de imbéciles más que de iguales.

Sucedió que el éxito fue tan abrumador que no se manifestó en ningún modo esperado. Se escapó de las predicciones. Tanto que el creador no estaba siquiera en posición de interpretar correctamente su obra, porque claro, al mundo le encantan los genios. Pero nadie se pregunta que opinan los genios del mundo. Por eso es un mundo de imbéciles.

sábado, 9 de febrero de 2019

Los oficios de dios

Einstein lo solía llamar "el viejo". Y teniendo en cuenta que se refería en cierta forma a la primera causa tal vez resulte éste su rasgo más definitorio. Aunque se hace difícil no recordar aquí que todos los padres son hijos. Pero no todos los hijos son padres.

Los masones se refieren a un arquitecto que habría trazado el diseño del mundo con compás y escuadra, con geometría y matemática. Similar sería el enfoque científico.

Y se podría decir que son estos últimos los que estudian y mejor comprenden su obra y nos proveen de la ingeniería que bajo los principios del orden progresa, a veces también para progreso de la humanidad.

Dios (por aceptar la figura poética de personalización tradicional en las religiones) debería ser de algún modo un científico. Quizás un matemático o geómetra en la Grecia clásica o quizás músico de la armonía de las esferas. Puede que arquitecto, dada la atribución originaria del tiempo de las grandes catedrales. Tal vez un físico desde los albores de la tecnología nuclear o quizás un informático a tenor de las más recientes tecnologías, siempre relacionadas con nuestra manera última de ver el mundo.
Eso que algunos quieren entender como holograma. Mañana será otra cosa, siempre inmersos en nuestro paradigma.

Tal vez la manera de establecer quién tiene razón en esta discusión sea determinar quien ha comprendido mejor su obra.
Y aquí conviene volver a recordar a Einstein, en concreto en aquellas palabras en una misiva de duelo, rescata de su pensamiento su raíz más lírica y cataloga al tiempo de "ilusión obstinadamente persistente".

Si uno comprende que el tiempo no existe, atributo que él concede en esas mismas líneas a los físicos y que al menos hoy parece difícilmente sostenible en términos generales, no lo hace en realidad desde la ciencia.

En derecho se conoce como prueba diabólica: no se puede probar la no existencia de algo. Quizás no por casualidad es la misma discusión que de alguna manera la ciencia ha sostenido a lo largo de la historia reciente con las religiones y su concepto de dios.

Si en cambio aceptamos la definición de Spinoza, que Einstein reverenció, la prueba se hace tan obvia como la tal vez más famosa reflexión de la filosofía, alcanzada por Descartes: pienso, luego, existo. Sólo superada en fama y corregida en fondo (cuidado con la idea del yo) por Sócrates: sólo sé que no sé nada.

De nuevo, decía, se repite con la idea de tiempo ese problema de la prueba diabólica con la comunidad científica actual, cuya existencia se ha convertido a través de la matemática mal entendida en un hecho físico.

Einstein supo manejar bien el asunto y lo diluyó junto al espacio en la relatividad. Parece que la memoria de su interpretación se ha perdido y sólo quedan unas ecuaciones que pocos saben leer y nadie sabe interpretar.

No es un problema nuevo, por supuesto, es casi una constante. Hay algo en la débil mente del hombre que tiende a buscar soluciones fantásticas a problemas reales, a tomar las fantasías por realidad, a caer en explicaciones mágicas, supersticiones y brujerías. A desviarse del camino de la razón al menor descuido. A torcer las interpretaciones de los hechos físicos y volver a la oscuridad de la que proviene.

Leyendo el último párrafo tal vez alguien haya evocado imágenes del medievo, nada más lejos de mi intención. Hoy la alquimia está en la interpretación de la física cuántica, en su efecto de superposición, en el lugar en que siempre ha estado: en la frontera del conocimiento.
La situación, por mucho que nuestro conocimiento se haya acrecentado, en realidad no ha cambiado.

El ejemplo no es casual, como nada es casual en el mundo. Lo escojo mientras escribo de la no existencia del tiempo porque es un caso idéntico.
Asumir el efecto de superposición cuántico como la posición real de una partícula es el mismo defecto que otorgarle al tiempo el rango de realidad física: referirse a él como dimensión (aún siendo, si es que fuera, algo objetivamente del todo distinto) es un enfoque superlativamente incorrecto.

No hay de qué avergonzarse, las mentes más brillantes han caído en el mismo error, desde Platón con su mundo de las ideas, cuando no hay más mundo que el mundo que las contiene, hasta Gödel con sus números tan reales como las mesas y las sillas.

Pero volviendo al tiempo, tal vez la razón de tal aproximación es que contiene tentaciones importantes como cerrar el problema de la primera causa, convirtiéndose así uno en el padre de su padre, (yo soy mi abuelo, canturrea Ethan Hawke en Predestination) pero hay otras soluciones que no encuentran las inevitables paradojas del viaje en el tiempo que sirven en la cultura como divertimento. No es algo apropiado para la ciencia y sin embargo es muy del gusto de la alquimia de nuestros días. Con perdón de la alquimia, viendo la estructura electrónica más fácil sería convertir el plomo en oro que viajar en esa imaginaria entidad que el tiempo es.

¿Cómo podrían suceder las cosas sin tiempo? El mundo sería estático, aseveran algunos. En realidad lo único que hace falta para que un fenómeno tenga lugar es eso, un lugar. Y el cuándo siempre será un antes de y un después de. No hay un flujo de tiempo sino de acontecimientos. Hay un orden causal. Hay movimiento en y del espacio. Y eso es todo lo que hay.

Hoy por desgracia, la interpretación aceptada en todos los ámbitos es la diametralmente opuesta: el ilusorio tiempo se ha erigido en realidad física incontestable y al que niegue tal supuesta realidad se le tacha poco menos que de loco. Y el espacio, una realidad física innegable en la que sí nos desplazamos a través de sus tres dimensiones, se asume estar constituido de la más pura nada. Avisó Parménides que sólo la nada puede no ser y el espacio sin duda es. Avisó Tesla en tiempos de la relatividad que algo que no es, el vacío, debe carecer de propiedades y por lo tanto no podría curvarse. Y todo se ha comprendido al revés.

Quien quiera entender a dios, a la naturaleza, la creación, la obra, el universo, el mundo, comprender sus oficios y sus trabajos, lo podrá hacer sólo del modo en que se expresó Einstein en aquella carta de condolencia, en busca de un sentimiento profundo. Algunos físicos teóricos suelen referirse a la noción de "elegancia".
Tal es la justicia divina, justicia poética, aún se espera a aquel que haga justicia al dios de los poetas.