sábado, 4 de febrero de 2017

La corona de oro


¿Por qué el oro? De los numerosos metales y aleaciones que pueden encontrarse en la naturaleza el oro es uno muy especial. Las razones son, entre otras, de tipo histórico. El oro es un muy buen conductor de la electricidad pero ese no parece un factor que pueda determinar su valor en los momentos en que ya se valoraba.

No parece tampoco que su maleabilidad pueda ser el motivo, más maleable es el plomo. Tampoco su característica coloración amarilla parece que pueda justificar su tradicional aprecio. Sin poder hallar una explicación razonable sólo quedan los hechos: el valor que se le concede a ese metal desde las primeras civilizaciones de la humanidad.

Del mismo modo que nos hemos planteado la pregunta del oro podemos preguntarnos ¿por qué una corona? Es el símbolo tradicional en la mayoría de culturas que distingue a aquel que gobierna sobre el resto. Y seguro que podemos encontrar otros objetos con función del símbolo de mando, podrían darse anillos, pulseras, brazaletes, collares, pendientes y otros adornos pero sin embargo la corona ha trascendido como el de mayor difusión.

No debe ser sin duda porque su uso sea cómodo en modo alguno, sin embargo la corona presenta la particularidad de que cubre parte de la cabeza, la parte superior. Del mismo modo sucede con otros atuendos similares que aún se utilizan por parte de algunos representantes de la iglesia católica. También en el legado pictórico del antiguo Egipto podemos encontrar ese tipo de sombreros alargados asociados por lo general a rangos superiores del sacerdocio o la administración.

No menos conocidos son los casos de cráneos extrañamente alargados entre los restos de diversas y distantes culturas antiguas así como los vestigios de un legado arquitectónico con puntos en común de culturas aparentemente inconexas. No parece haberse presentado hasta la fecha explicación convincente para ninguna de las dos cuestiones.

Se sugiere algún tipo de vendaje opresivo desde el mismo nacimiento que pudiera moldear el cráneo en tal modo sin embargo esta justificación no ofrece causa alguna que explique la motivación para ello.

Tampoco hay hasta hoy explicación lo bastante sólida que explique rasgos comunes de algunas culturas muy distanciadas entre sí, sin que se haya podido establecer contacto alguno por medio de otros indicios. Y aún pudiendo establecerse dichos contactos tampoco justifican de un modo solvente la naturaleza de algunas de sus construcciones.

Lo afirmado hasta aquí entra dentro del terreno de los hechos de forma más o menos precisa, la explicación no obstante se adentra en el terreno de la especulación.

Y es que, podemos especular que una raza diferente al hombre que conocemos aunque semejante, tendría la necesidad de disimular algunas diferencias que pudieran resultar incómodas ante los ojos de los hombres comunes a los que querrían administrar.

¿Y por qué querría una raza humanoide con un cráneo mucho más desarrollado administrar a hombres de capacidades muy inferiores en un estadio previo a la civilización? No es sencillo inferir las motivaciones superiores desde una posición inferior. Sin embargo para alcanzar una respuesta a veces basta con juntar dos preguntas que carecen de ella. Y una es la respuesta de la otra.

¿Por qué el oro? Tal vez esa pregunta no corresponda al ser humano común. ¿Por qué una corona? Tal vez la respuesta carezca de sentido desde nuestra posición. Sin embargo la corona de oro sigue siendo hasta hoy en día el símbolo indiscutible del poder. Y el símbolo es tal vez lo único que queda de una milenaria historia olvidada. Y en el símbolo se encuentra la inaccesible respuesta encerrada.

Viendo el estado presente de nuestras civilizaciones y lo poco de su historia que el ser humano recuerda tal vez uno pueda hacerse una idea de un ciclo que alcanza a incontables generaciones de hombres.

El de civilizaciones que extraen afanosamente el oro de las entrañas de la tierra sin más razón que adornarse ellos o sus edificaciones o artilugios, que lo utiliza como representación del valor para sus intercambios hasta convertirlo en sinónimo de riqueza sin que el hombre común pueda encontrar apenas razón en ello.

Algunos de los escritos más antiguos que el ser humano ha sido capaz de conservar hablan de un gran diluvio, un gran cataclismo que barrió la tierra y lo que pudiera haber sobre su faz. Desde siempre las mayores concentraciones de población en las diferentes culturas se han asentado en las proximidades de los ríos o en mayor medida del mar, a lo largo de la línea costera. Especialmente expuestas a un gran cataclismo como pudiera ser una gran subida del nivel del mar u otras catástrofes a consecuencia de la actividad sísmica. Los terremotos por lo que hoy sabemos forman parte de la actividad geológica natural del planeta pero también podrían presentarse como resultado del impacto de un bólido de tamaño significativo contra la corteza terrestre.

Tal vez uno de los testimonios más antiguos que se ha conservado sobre acontecimientos de este tipo sea la leyenda de los tres reyes magos de oriente. Cada cultura ha tratado de preservar la información relevante a través de la historia aunque siempre ha resultado sometida a severas deformaciones, intencionadas o no.

Por lo que sabemos llegó hasta Platón la historia de un gran cataclismo varios milenios antes de que él caminara por el mundo. Hoy no se le concede a sus afirmaciones crédito alguno por parte de un stablishment científico que, de encontrarse en el antiguo Egipto, probablemente llevaría un sombrero extrañamente alargado sobre su cabeza.

Del mismo modo hay diversos testimonios de que el ser humano ha sido asistido al asentar los fundamentos de sus civilizaciones desde fuentes diversas e independientes pero obviamente no se les concede credibilidad alguna. De hecho es probable que sostener la idea de que el ser humano esté siendo dirigido y tutelado por una raza no humana sea motivo más que suficiente para terminar encerrado en un psiquiátrico con una lobotomía farmacológica gratuita.

Fermi se equivocó. La paradoja que expresó y lleva su nombre, como todas las paradojas, falla en su planteamiento, algo que ya anuncian los principios herméticos ¿Cómo es posible que dado el enorme tamaño de las galaxias, del universo, estemos solos? ¿Dónde están todos? La respuesta es bien sencilla: ni estamos solos ni lo hemos estado nunca. Están exactamente aquí y desde antes que nosotros.

Por eso resulta tan irónico utilizar el término extraterrestres que es la palabra que a cualquier lector le habrá venido a la mente desde hace ya unas cuantas líneas. Más irónico resulta aún que, viendo la situación del llamado eslabón perdido, es probable que los extraterrestres seamos nosotros, el ser humano común.

Es francamente probable que como especie nos bastemos solos para causar nuestra propia extinción y no se requiera para ello acudir a factores externos. Se ha acuñado el concepto “gran filtro” para explicar en parte que no se haya identificado aún otras formas de vida más allá de nuestro planeta, lo que no se ha definido con precisión es en que podría consistir exactamente ese gran filtro. Tal vez la corona de oro tenga algo que ver con ello.

Y es que para una supuesta civilización lo bastante avanzada que utilice máquinas biológicas, como pueda serlo el hombre común, para sus propósitos a nivel de mano de obra podría ser peligroso que la organización de dichas especies cobrara conocimiento de la situación real.

Lo más lógico sería utilizar a algunos de esos seres humanos comunes como dirigentes para asentar las líneas maestras de un desarrollo que ya estaría trazado de forma tan rígida como una vía férrea.
Dotar a la masa productiva de los conocimientos técnicos necesarios para desempeñar funciones de complejidad creciente pero privarles de toda aquella información que pueda despertar la conciencia acerca del sistema en que se hallan inmersos y sus causas.

Hawking expresó recientemente su preocupación acerca de cualquier contacto con otras posibles civilizaciones extraterrestres evocando el mal llamado descubrimiento de América en 1492.
Es posible que eso ya haya sucedido. Es posible que vuelva a suceder. Es posible que ya esté sucediendo. De hecho es posible que explique nuestro origen mismo.

Y si en algún momento el tren descarrila, si esa masa productiva que es la maquinaria biológica cobra conciencia y se rebela contra el injusto orden que les somete, si deja de cumplir su función deja de tener utilidad. Corresponde por lo tanto borrar todo vestigio de conocimiento a golpe de cataclismo y volver a levantar desde las cenizas una nueva civilización productiva. Tal vez baste con algún sutil juego de manos para que simplemente se aniquilen entre ellos. Incluso puede que no requiramos de ninguna ayuda para ello. Pero eso no explica algo tan aparentemente absurdo como lo es la corona de oro.

jueves, 2 de febrero de 2017

STAR WARS prophecy



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