miércoles, 13 de marzo de 2019

Quantum Teleport

-Es genial, lo tienes que probar. Esas fueron las palabras que me convencieron. Sin largas esperas para embarcar ni el resto de incomodidades de cualquier vuelo de larga distancia. La última tecnología en movilidad.

-¿Y te sientes... no sé, normal? Charlie arqueó una ceja. -¿Normal? Normal no, ¡como nuevo, incluso mejor que antes! Reía mientras iba pasando fotos de sus recientes vacaciones en Tokyo en la tablet que sostenía.
Así que ese mismo día llamé para pedir cita a Quantum Teleport, ellos fueron los primeros. Habían salido más recientemente un par de alternativas que empezaban a hacerles competencia pero por la diferencia de precio, como se suele decir, si puedes tener el original nadie escoge la copia.
Tenían la agenda bastante apretada pero logré que me encontraran un hueco en los días que tenía disponibles programados para vacaciones, una semana de relax lejos de casa para cargar las pilas y volver al trabajo "como nuevo", en palabras de Charlie.
Al principio, cuando salió hace un año o así me preocupó que la nueva tecnología pudiera acarrear alguna clase de efectos secundarios a largo plazo. Por supuesto la publicidad garantizaba la seguridad al cien por cien, pero tampoco se había presentado ningún caso con problemas de ningún tipo. Todos hablaban estupendamente, así que, ¿por qué no probarlo?

Llegado el día de la cita me presenté con mi pequeña maleta en sus instalaciones, apenas con unos minutos de antelación de la hora acordada por teléfono. Un lujo comparado con las tediosas esperas de los aeropuertos. Y mucho más seguro, además.
En la recepción me recibió una joven sonrisa femenina envuelta en un uniforme del tono azul corporativo, presente en todas partes junto al blanco en sus amplias dependencias.
-Hola, tenía programado un viaje a las once- dije mientras miraba a mi alrededor, a los altos techos, buscando una fuente de iluminación que provenía de algún lugar inconcreto.
-Por supuesto- sonrió la joven -¿me permite su documentación? Gracias, tiene que rellenar este formulario, puede tomar asiento, enseguida le atenderá el doctor.

Le agradecí su atención pensando en que tipo de doctorado habría cursado el especialista que se encargaría del proceso mientras ojeaba el papeleo.
Unas breves líneas acerca de dolencias conocidas y la clásica exención de responsabilidad que se firma en la consulta del dentista. De hecho parecía la consulta de un dentista. De uno forrado de pasta, quizás.
En seguida apareció un tipo con una bata blanca, pelo escaso y fris peinado hacia atrás con unas gafas sin montura, pasados los cincuenta pero muy jovial: -Usted debe de ser ¿Samuel? -Sam. Le corregí mientras estrechábamos las manos.
-Bien, bien. Yo soy el doctor Elliot Sullivan. Le felicito por su decisión de viajar con nosotros, acompáñame le enseñaré un poco todo esto.
Avanzamos a través de una puerta doble de cristal translucido que se abrió a nuestro paso.
-Llevamos operativos en este centro casi 18 meses, desde que Quantum Teleport puso a disposición del público su tecnología hemos completado cerca de doscientos mil viajes, todos con éxito, ¿qué le parece? Actualmente estamos en 48 ciudades en cinco continentes y seguimos creciendo. Dígame, ¿cómo nos conoció?
-Pues lo cierto es que me lo recomendó un amigo.
-Ajá. Esa es la mejor publicidad. Sonrió mostrando una hilera de perfectos dientes blancos y relucientes dignos de un dentista adinerado.
-Y también la publicidad, claro. Sus anuncios en los últimos meses estaban por todas partes.

-Estamos creciendo muy rápido Sam, esta tecnología es una auténtica revolución. Sin aglomeraciones, sin esperas, de punto a punto, al instante. Los que lo prueban repiten, en seguida podrá comprobarlo.
Andábamos por un largo y ancho pasillo con puertas a ambos lados, nos cruzamos con una mujer de uniforme con aspecto de enfermera y una carpeta en la mano que saludó con una sonrisa. Todo era amplio y limpio.
-Y dígame, doctor, ¿como funciona exactamente? Algo he leído pero...
-Los detalles son algo complicados pero se resume en información. Somos información y lo que hacemos es trasladar esa información, le vamos a hacer pasar por un cable, amigo, directo a... Revisó los documentos de su portapapeles. -Directo a... Las Vegas, wow, Un poco de emoción, ¿eh Sam?
-Eso espero. Concedí sonriendo.
-Comprenderá que los detalles exactos son un secreto industrial que se custodio con no poco celo... Usted sólo de ha de preocupar de disfrutar... de su estancia, no del viaje que es prácticamente instantáneo.
Le miré un poco incrédulo.
-No se preocupe, le prometo que no duele. Suelen preguntar eso.

Llegamos a una puerta numerada, el doctor comprobó el número en sus papeles ya abrió la puerta: -Adelante por favor.
Era una pequeña sala con un asiento metálico en el centro que quedaba envuelto por una especie de mampara.
-Y doctor, ¿qué sucedería si hubiera algún problema? En el viaje, digo.
-¿Problema? Bueno, lo cierto es que no hemos tenido ninguno todavía. Piense que su información se conserva en un sistema de alta redundancia, incluso en caso de fallo eléctrico o... aunque cayera una bomba, para entendernos, su integridad está completamente a salvo y volvería ser materializado. Nos tomamos la seguridad muy en serio. Ningún incidente en casi doscientos mil desplazamientos. Espero Sam que no sea usted el primero.
-Yo también lo espero. Su aplomo me arrancó una sonrisa.
-Bien, puede irse sentando, ponga el equipaje junto a la silla. Señaló el asiento metálico. Estaba conectado por tuberías de cable a un equipo con una pantalla de visualización del tamaño de un armario, similar a una computadora.

-Voy a ir ajustando el módulo de transporte. Primero se hace un escaneo, en un par de minutos. Otro par de minutos mientras el sistema comprueba su integridad. Y luego es darle a un botón... y en unos segundos se materializa en nuestras instalaciones de Las vegas.
-Increíble. Afirmé fascinado. -Sí, Sam, de veras lo parece, pero es sólo ciencia. Ni más ni menos. ¿Empezamos?
Asentí con la cabeza y el doctor cerró la mampara y dio algunas órdenes en la pantalla del sistema. Al poco un haz de luz azulada recorrió lentamente el habitáculo. Al cabo del rato se detuvo y se apagó.
-Bien vamos a validar el escaneo. La voz entraba por unos altavoces en algún lugar de la cápsula.
-Después procederemos a llenar el habitáculo con un gas inerte para la transferencia y luego es sólo darle a un botón.

Me sentí un poco inquieto pero me obligué a confiar en que estaba en buenas manos. Al rato volví a escuchar la voz procedente del exterior de la cabina: -Todo correcto. Sam, cuando usted quiera. El doctor me miraba expectante con una sonrisa plácida y las manos en las rodillas. Asentí con la cabeza.

-Vamos allá. Ah, por cierto, el gas aunque inocuo puede ser algo molesto para algunos en los ojos, tal vez se sentirá más cómodo si los cierra.
-De acuerdo. Vi como hacía un floritura algo teatral con la mano y pulsaba en la pantalla. Un gas inodoro y similar al vapor de agua fue llenando poco a poco el espacio dentro de la mampara con un siseo desde una rejilla en el suelo, cerré los ojos cuando el gas me cubría por los hombros.
Al rato escuché de nuevo el crujido de la voz del doctor por los invisibles altavoces: -¡Todo listo Sam! ¿por ahí todo bien?
-Todo bien. Confirmé, aún con los ojos cerrados y saber hacia donde proyectar la voz. -¡Buen viaje, Sam!
Se hizo una breve oscuridad. Volví a abrir los ojos y vi que estaba rodeado de una densa bruma. Al poco se activó un ruidoso aspirador que fue vaciando lentamente la cabina de humo. Al otro lado de la mampara translucida apareció la sonrisa de una mujer de mediana edad enfundada en una bata blanca. El humo realmente molestaba en los ojos. Oí su voz en el interior de la cápsula: -¿Qué tal, Samuel? ¿Ha tenido un buen viaje? ¡Bienvenido a Las Vegas!

Miré a mi lado y allí estaba también mi pequeña maleta, en el mismo lugar en el que la deposité. O en uno equivalente. Suspiré aliviado y respondí con una sonrisa. -Enseguida terminamos, un breve chequeo rutinario y muy pronto podrá disfrutar de la ciudad.
Al poco una linterna revisaba la contracción de mi pupilas. -¿Algún mareo, náusea?
-No, nada de eso, me encuentro bien.
-Perfecto. Veo que también tiene programada la vuelta con nosotros. Nos vemos entonces en una semana. Le acompañaré al vestíbulo. Nos despedimos y al cruzar la puerta entorné los ojos bajo el sol de Las vegas.

-Vaya. Algo no ha ido bien.
-¿Qué? ¿cómo? Un ruidoso aspirador empezó a despejar el habitáculo de humo. Abrí los ojos. Si que molestaba un poco el gas. -¿Qué ha pasado?
-Sam, me temo que sigue aquí. Por algún motivo no ha funcionado la transferencia. Pero no se preocupe, vamos a revisarlo. Lamento las molestias, a veces sucede. Seguro que es alguna tontería.
La cabina se abrió mientras el aspirador aún seguía funcionando, exhalando una pequeña bocanada de humo que se deshizo despacio.
El doctor se deshacía en disculpas: -No comprendo que ha podido pasar, pero le garantizo que antes de la hora de comer estará en su destino. Apretó algunos botones en la pantalla y habló al micrófono: -Rachel, ¿puedes venir al módulo 52? Ha fallado la transferencia, sí, envía también a un equipo técnico.

Al poco entró una chica ataviada con la misma indumentaria que la que nos cruzamos por el pasillo mientras el doctor estaba enfrascado consultando algunos datos en la pantalla. -Oh, Rachel, si eres tan amable, acompaña a Sam a la sala de espera. Sam, no se me vaya muy lejos. En seguida lo solucionamos. El doctor mostró su sonrisa perfecta.
Rachel me condujo a una sala muy amplia con cómodas butacas. Disculpe por el retraso, seguro que se resuelve en breve. ¿Puedo ofrecer algo? ¿Agua, café, un zumo... ? -Café está bien. Solo, gracias. Lamento ser el primero. Añadí con ironía. -¿Disculpe? Rachel no pareció entender mi pequeño sarcasmo. -No se crea, entre usted y yo, nunca lo he visto funcionar a la primera. Pero seguro que le hacen viajar en otro módulo para no hacerle esperar. -Ah... Asentí pensando en los doscientos mil viajes "sin un solo incidente" de los que el doctor me había informado.
Al cabo de unos minutos Rachel apareció con el café y una sonrisa y desapareció por la misma puerta por la que entramos.

Cogí un folleto de la mesa de al lado y lo ojeé mientras sorbía el café.
Caras sonrientes, paisajes, fotos de las instalaciones, lo típico. El logotipo de Quantum Teleport con las letras azules y ese tipo de difuminado que les confiere cierta sensación de movimiento. Un mapa con puntos azules donde la empresa tenía habilitadas sucursales y breves textos que ensalzaban la tecnología de teleportación cuántica. La espera estaba siendo tediosa, más después de la expectativas frustradas, di un buen sorbo al café saboreándolo en la boza mientras continuaba buceando entre las líneas de letra pequeña del folleto:
...la revolucionaria tecnología de teleportación cuántica ha completado en su primer año de actividad cien mil desplazamientos sin incidente alguno...
No pude evitar una carcajada refleja que, con el café aún en la boca, resultó en que el oscuro líquido tomara el camino que no le corresponde y sentí esa urgencia irrefrenable de toser con la boca llena mientras buscaba un lugar donde depositar el café que ya no me iba a poder beber antes de que saliera por la nariz. Vacié el café como pude en la planta que tenía al lado, mi risa resonó en la sala vacía, tanto por el texto como por mi elemental torpeza.

¿Que debía ser entonces un incidente? ¿Lleva a destino a un tipo y olvidarse de transferir el equipaje? ¿Tal vez la cabeza? Tosí un poco para acabar de aclarar la garganta y apuré el par de sorbos escasos que restaban del café dándole la vuelta al folleto. Miré el reloj, empezaba a sentirme cansado. Volví al folleto de pronto las líneas se entrecruzaban, me mareé y en un instante la sala se oscureció.
Cuando desperté me costó enfocar la mirada, estaba muy débil, como si pesara trescientos kilos, apenas podía mover la cabeza que tenía caída sobre un hombro. Había un hombre con bata blanca de espaldas, estaba haciendo algo sobre una mesa, yo estaba sentado pero la silla era más incómoda que la butaca, más rígida, era una silla de ruedas como la de los hospitales.
La luz me dolía en los ojos y me costó identificar lo que veía, a pesar de que la habitación estaba pobremente iluminada. Maletas, de todos los tamaños y colores, apiladas de forma algo desordenada. Decenas, varias decenas.
Un foco iluminaba de la mesa, Oí el sonido inconfundible de una cremallera cerrándose. Una cremallera larga. Larga como de dos metros.
Levanté un poco más la vista hacia la oscuridad del fondo y vi varias de esas bolsas para cadáveres de color gris oscuro sobre una doble hilera de camillas que se extendía hasta el fondo de la sala. Veinte, treinta, quizás más. Debí hacer algún ruido, tal vez una exclamación que ni si quiera puedo ser articulada debido a mi estado letárgico, porque el hombre de la bata blanca se giró sobre saltado.


Era un tipo calvo de mediana edad, me miró mudo con los ojos muy abiertos y sobresaltado. De repente empezó a moverse agitado mirando a un lado y al otro como quien busca con qué apagar un fuego y no se acaba de decidir. Al final agarró un bote de color caramelo del estante, desenroscó con las manos temblorosas el tapón  que rodó por el suelo.
Dio unos paso para coger un largo trozo de un rollo de papel industrial que empapó con el contenido del frasco de vidrio. Volvió a mirarme, clavo sus ojos en los míos con una expresión rígida en la mandíbula.
-No se preocupe señor, en seguida llegará a su destino.
Su tono caricaturizaba el de una azafata o algo similar. Me cubrió la nariz y la boca con el papel empapado y noté un fuerte olor químico. Presionaba firme con sus manos y empezó a contar susurrando para sí: -Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...
Intenté zafarme moviendo el cuello, ni siquiera podía levantar los brazos.
-...once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte...

-¡Veintiuno, blackjack! Gana el caballero. El crupier pagó las fichas con sobriedad y volvía a repartir cartas, estaba en racha. Después de todo había sido una buena idea venir a Las Vegas. Todo iba como la seda, después tendría que mandar un mensaje de agradecimiento a Charlie, comer algo, y si las cartas iban bien, tal vez buscar algo de compañía para la noche. Al fin y al cabo, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.