jueves, 18 de abril de 2019

El mensajero


No todas las especies ni todas las civilizaciones prosperan. Muchas caen, pasto de sus propias debilidades. Y su fracaso no es demasiado difícil de anticipar.

Se trata hasta el último momento de demostrarles su error, casi de forma ritual, litúrgica, se diría.
Pero muy pocas son las veces que eso causa efecto alguno y menos aún en las que es lo bastante significativo para corregir su rumbo.

Tampoco es responsabilidad de nadie salvo de ellas mismas así que no suele pasar de ser un gesto fútil y rutinario pero que se considera que se debe dar. Es un poco como la luz de alarma, en realidad el sonido fluctuante de la sirena que precede al rugido de las bombas.

Pero no tiene forma de luz llamativa o sonido penetrante. Bajo el imperio de la mentira el único acto realmente revolucionario es la verdad. Y eso es precisamente lo que se hace, se les muestra la verdad y, en ese mismo acto, se les demuestra su error.

Lo más habitual es que sepultada bajo una losa de silencio e indiferencia. A veces es incluso perseguida y extirpada. Es un poco como esos pequeños anuncios que publican algunas administraciones en medios de comunicación públicos, perdidos en un rincón de la sopa de letras que es un periódico. Sin ninguna proporción a su relevancia, se da por comunicado a todos los efectos y si no te has enterado el problema es tuyo.

Pocas veces se abren paso hasta las portadas que realmente deberían copar, roza lo anecdótico.
Es por eso que además de mensajeros se les conoce como heraldos de la muerte.
La forma del mensaje puede variar mucho según el caso, al final constituye la prueba fehaciente de la incapacidad de gobernar y gobernarse, de comprender.

Algunas veces son erradicadas antes de que culmine su lenta agonía y otras los acontecimientos se precipitan con antelación a los procedimientos. El resultado al final es el mismo.
Dicen que la vida se abre camino y siempre lo acaba encontrando sin reparar en todos los desvíos hacia callejones sin salida que deja a sus espaldas.

Supongo que el mensaje podría ser visto así, como una señal de tráfico. En concreto una de dirección obligatoria. Y realmente no quieres saber que hay por el otro camino. En realidad ya lo sabes. Y no es agradable comprobarlo. Aún así algunos se empeñan en ello. Descubrirán en que consiste el ejercicio de la libertad de equivocarse.