No todas las
especies ni todas las civilizaciones prosperan. Muchas caen, pasto de
sus propias debilidades. Y su fracaso no es demasiado difícil de
anticipar.
Se trata hasta el
último momento de demostrarles su error, casi de forma ritual,
litúrgica, se diría.
Pero muy pocas son
las veces que eso causa efecto alguno y menos aún en las que es lo
bastante significativo para corregir su rumbo.
Tampoco es
responsabilidad de nadie salvo de ellas mismas así que no suele
pasar de ser un gesto fútil y rutinario pero que se considera que se
debe dar. Es un poco como la luz de alarma, en realidad el sonido
fluctuante de la sirena que precede al rugido de las bombas.
Pero no tiene forma
de luz llamativa o sonido penetrante. Bajo el imperio de la mentira
el único acto realmente revolucionario es la verdad. Y eso es
precisamente lo que se hace, se les muestra la verdad y, en ese mismo
acto, se les demuestra su error.
Lo más habitual es
que sepultada bajo una losa de silencio e indiferencia. A veces es
incluso perseguida y extirpada. Es un poco como esos pequeños
anuncios que publican algunas administraciones en medios de
comunicación públicos, perdidos en un rincón de la sopa de letras
que es un periódico. Sin ninguna proporción a su relevancia, se da
por comunicado a todos los efectos y si no te has enterado el
problema es tuyo.
Pocas veces se abren
paso hasta las portadas que realmente deberían copar, roza lo
anecdótico.
Es por eso que
además de mensajeros se les conoce como heraldos de la muerte.
La forma del mensaje
puede variar mucho según el caso, al final constituye la prueba
fehaciente de la incapacidad de gobernar y gobernarse, de comprender.
Algunas veces son
erradicadas antes de que culmine su lenta agonía y otras los
acontecimientos se precipitan con antelación a los procedimientos.
El resultado al final es el mismo.
Dicen que la vida se
abre camino y siempre lo acaba encontrando sin reparar en todos los
desvíos hacia callejones sin salida que deja a sus espaldas.
Supongo que el
mensaje podría ser visto así, como una señal de tráfico. En
concreto una de dirección obligatoria. Y realmente no quieres saber
que hay por el otro camino. En realidad ya lo sabes. Y no es
agradable comprobarlo. Aún así algunos se empeñan en ello.
Descubrirán en que consiste el ejercicio de la libertad de
equivocarse.