¿Alguna vez te has
despertado desorientado, sin saber dónde estás? Sin saber si estás
del derecho o del revés, a que lado está la ventana de tu
habitación y a que lado el armario. ¿Tal vez de niño? O quizás ya
no lo recuerdes.
Esa es la cuestión,
recordar o no, distinguir el recuerdo primigenio de construcciones
posteriores que tratan de enmendarlo, completarlo o reconstruirlo. Al
final se hace casi imposible desentrañar lo que es producto de la
memoria y lo que es producto de la imaginación.
Tal vez lo recuerdo
y no debería recordarlo. Tal vez debería recordarlo y no lo
recuerdo. Tal vez algunas experiencias a lo largo de la vida
encierran el potencial para desencadenar recuerdos profundamente
dormidos, aletargados en algún rincón inaccesible del
subconsciente.
Yo sí recuerdo haber despertado desorientado, muchas veces, cuando era niño. Es una
sensación particular y extraña, con algunas semejanzas a la de
volver al hogar tras unas largas vacaciones. Todo parece un poco más
ajeno, menos propio, distinto.
No guardas memoria
de tu posición en los dos ejes del plano, como si hubieras estado en
otro lugar que no recuerdas y no hubieras llegado allí por tus
propios medios. Tal vez eso sea lo que hace la mente al soñar: viajar. Quién
sabe.
Le llaman borrachera
del sueño y es un fenómeno conocido por la ciencia, descrito por un
porcentaje significativo de personas, en su mayor parte niños. Sin
más trascendencia, la situación no reviste mayor gravedad que
levantar un párpado para volver a hallar las referencias de la
posición.
Tampoco parece que
lo experimente todo el mundo así que es algo que no pasa de la
curiosidad y queda en un segundo plano totalmente desapercibido. Y es
que, desde luego, como fenómeno aislado no tiene mayor recorrido.
Sin embargo, con el
paso de los años, se ha ido despertando en mí una sutil sospecha.
Como decía, ni siquiera sé si lo que voy a relatar son recuerdos o
imaginaciones; ensoñaciones sin lugar a dudas.
Recuerdo algunos
sueños de cuando era niño. Algunos supongo que irrelevantes para el
caso que nos ocupa y otros en los que intuyo una estrecha relación.
Realmente me ha
costado darle forma a los hechos que voy a exponer y han sido
reconstruidos de forma casi inadvertida, juntando unas pocas piezas de
un enorme puzzle que sin embargo, aunque muy limitada, pueden dar
cierta idea de la imagen general.
Una de esas
experiencias que parece desenterrar un recuerdo latente, y no hablo
de un dejavu, si no de algo más racional y menos sensitivo, fue
leyendo el relato de un usuario en un foro de la red.
Narraba un sueño
con un tarro de galletas. Su madre le prohibía coger galletas del
tarro y lo situaba en un lugar elevado, luego él a hurtadillas
trataba de alcanzarlas pero, al tratar de agarrar el bote, éste estaba
demasiado alto así que terminaba cayendo y rompiéndose en el suelo
de la cocina. Ese sueño.
Me resultó muy
familiar. Claro que yo no soñé con su madre ni con su tarro de
galletas ni con su cocina sino con la mía. Como una plantilla con
los mismos campos y diferentes respuestas. Pero con calcado
desarrollo.
Recuerdo otro,
repetido en más de una ocasión. En realidad lo que recuerdo es la
sensación de frustración e impotencia condensada en una simple
acción: pegar puñetazos al aire. Golpear sin hallar objetivo.
Entiendo que lo que
voy a plantear, y más basado en tan escuetos datos, no tiene rigor
alguno pero con el paso de los años, cada vez más, considero que hay
que dejar que la intuición señale el camino.
En realidad forma
parte de un test, o eso creo. Sí, un test. Como en un examen, digamos. Una serie
de pruebas en las que se valoran diferentes aptitudes del sujeto. Un
problema al que se le enfrenta hasta que halle la solución correcta.
Así, en el sueño del tarro de galletas, lo que se vence cuando el
resultado positivo es la tentación de ir a buscarlas. Siempre se
alcanza la misma conclusión pero en muy diversos números de
intentos.
Muy parecido es el
caso de los puñetazos al vacío. Se provoca al sujeto para medir su
respuesta más primaria, la de la acción violenta y el sueño no
cesa hasta que el sujeto huye de la provocación eludiendo el
enfrentamiento. No está tan claro en mis suposiciones si forma parte
de una evaluación o de una enseñanza, quizás ambas a la vez.
Es muy posible que
haya muchos más, estos breves retazos son casi todo lo que he podido
rescatar.
Desconozco si sucede
así en todos los casos pero en el mío el sueño que pone fin a la
evaluación supone el reconocimiento de los examinadores. ¿Cuánto
mide un niño de 5 o 6 años, un metro? ¿quizás menos? Recuerdo la
imagen, pero no vista en primera persona si no desde un lateral. Un ser más bajito que yo, quizás el mismo que me provocaba para que
le golpeara sin poder alcanzarlo nunca, depositando su mano derecha
sobre mi hombro izquierdo, como señal de aprobación y respeto. Ésa
fue la sensación. Y ésa es la historia, no hay mucho más que contar a
fecha de hoy.
Bueno, quizás un
pequeño detalle. Siendo ya adolescente, unos diez años después,
recuerdo estar con una prima lejana en una discoteca en un pueblo de
la costa. Era aún muy joven, estaba allí plantado en un lateral
observando el panorama, sin interactuar. Mi prima iba y venía, yo
estaba de visita y ella conocía a algunas personas de por allí.
En un momento dado
se acercó un chaval, algo mayor que yo. Iba acompañado de otro y
parecían estar persiguiéndose entre los que ocupaban la pista de
baile, jugando, pasándolo bien. Se acercó hacia mí seguido del
otro y se paró delante, divertido, sonriendo, casi con algo de burla
y me situó solemnemente la mano derecha sobre el hombro izquierdo.
Volvió a reír y desapareció junto con el otro entre la gente,
entre risas. Mi prima, que lo vio, se sorprendió tanto o más que
yo, que quedé bastante estupefacto. No por el sueño, no, no
contemplé la posibilidad de relacionar ambos acontecimientos
aislados en las antípodas de la mente hasta muchos años después.
Ni siquiera tengo la certeza de que por entonces lo recordara. Por el hecho en sí, era extraño.
No desentonaba tanto, una broma en el ambiente festivo de una discoteca de la costa en
verano. Recuerdo que lo comentamos sorprendidos en el regreso en
coche junto a nuestros padres. -Sería gay. Fue la forma más
razonable de explicar el curioso gesto y quizás no haya ninguna otra.
Sin embargo algo en
mí no puede renunciar a contemplar otras posibilidades por
descabelladas que puedan parecer. Soy muy consciente de que ofrezco
más preguntas que respuestas porque en realidad es todo lo que tengo.
Un
17% de los niños experimentan la llamada borrachera del sueño,
según los datos. Con toda sinceridad, no creo que me moviera en toda
la noche de la cama. De eso estoy convencido, por los menos en el
caso de mi cuerpo. Pero ¿y la mente?
¿Es posible que una sexta
parte de los niños esté siendo abducida en la misma seguridad y
tranquilidad de sus hogares sin ni siquiera tener constancia nadie de
ello? ¿Tal vez más y no todos lo recuerdan, ni siquiera de forma
parcial y velada? ¿Con qué finalidad? ¿Realmente era una
evaluación, algún tipo de enseñanza o sólo unos cuantos recuerdos
sesgados e inconexos que con los años la mente ha articulado con el
pegamento de la imaginación?
Entonces, ¿por qué eran pequeños
hombrecillos verdes antes de saber que debían ser pequeños
hombrecillo verdes? ¿Una incorporación posterior construida por la
mente consciente? Tal vez sólo un sueño. Al fin y al cabo eso es lo
que nos dicen nuestros padres cuando despertamos por las noches tras
sufrir tremendos terrores nocturnos: no te preocupes hijo, sólo ha
sido un sueño. Sólo era un sueño. ¿Sólo era un sueño?