viernes, 5 de agosto de 2016

Litos: La historia antes de la historia


El tiempo lo devora todo, es fácil darse cuenta de ello partiendo de la conciencia de nuestra propia finitud como seres vivos individuales. Polvo eres y en polvo te convertirás, reza el libro, y desde luego la certeza es inequívoca. El tiempo convierte en polvo a los hombres y también a sus obras. deshace la carne y el hueso así como la madera y las hojas reduciéndolos al polvo que forma las piedras.
Incluso el polvo reduce a polvo al polvo, aunque la batalla se alargue más por ser más igualada. Es la piedra lo que más perdura.

La memoria de los pueblos es frágil ante la adversidad y la erosión del tiempo, un poco se pierde de cada historia cada vez que es contada y de de cada recuerdo al ser evocado. Lo que se quiere hacer perdurar se escribe y si se quiere hacer perdurar más aún se escribe en piedra. Algunas piedras, a pesar de mudas, hablan por sí solas, aunque pocas veces se entienda la historia que cuentan.

Lo que sabemos es lo que nos cuentan nuestros antepasados, lo que dejaron escrito. A esa amalgama de contribuciones de los diferentes pueblos del globo se le ha venido a llamar historia. Aunque con frecuencia consideremos que las explicaciones que nos brindan nuestros predecesores no pueden encajar con la realidad. Así, ciertas narraciones se catalogan como mitos, leyendas o fantasías, más a menudo cuanto más retrocedemos en el tiempo en busca del origen inescrutable.

Hay por lo tanto un precario puente de terreno fangoso entre la historia y el lapso anterior a esta, antes de cualquier registro escrito, lo que se viene llamando prehistoria. Sin duda nos parece que la imaginación de los anteriores volaba al hablar de dioses, dragones y otros seres que hoy llamamos sobrenaturales, aunque el término no deje de ser paradójico. Antes aún de eso, nada. Ni siquiera imaginaciones desbordadas. Algunas pinturas en cuevas, los esqueletos del caprichoso registro fósil y el silencio de algunas piedras que aún se mantienen en pie.

De tales hechos se deriva la noción de que las civilizaciones han ido progresando desde un oscuro pasado con sus auges y caídas pero siempre manteniendo intactas sus memorias, razón de que hoy contemos con su testimonio escrito. Sucede que de esos testimonios, incluso en diversos puntos de una misma fuente, concedemos credibilidad a unas afirmaciones y a otras no. Y es muy posible que esas narraciones de desvíen en algunos momentos de la realidad de los hechos del mismo modo que es posible que nosotros no acertemos a identificar con precisión cuando eso sucede. Sin embargo, esta última observación resulta mucho menos cómoda.

En otras ocasiones, al no comprender, nos agarramos a los pocos datos que consideramos correctos como a un clavo ardiendo, aunque multitud de indicios que señalen lo contrario flanqueen el recto camino que queremos trazar para la evolución de nuestra especie. Pero en nuestro camino, las piedras nos contemplan con sus gritos mudos.

A veces las personas pierden la memoria, tal vez debido a algún trauma, shock o fallo orgánico. Se llama amnesia. Por otro lado, son conocidas diversas extinciones masivas de diferentes formas de vida en el planeta. Que nuestra especie no se ha extinguido se demuestra por el hecho de que aquí seguimos. Aunque quizás sólo sea una cuestión de tiempo. La cuestión es si nuestra especie, en el transcurso de su progreso, pudiera haber sufrido un revés no tan duro como para borrarla de la faz de la tierra pero si lo suficiente para borrar buena parte de su memoria y con ella, de sus avances.

Al fin y al cabo sabemos que pasará. ṡO podría haber pasado ya? El planteamiento no es caprichoso, cuando uno ve algunos restos de lo que se supone fueron incipientes pero aún precarias civilizaciones no es difícil hallar elementos que no encajan. O todo lo contrario, tal vez piedras que encajan demasiado bien. O absolutamente desproporcionadas. O que denotan unos conocimientos matemáticos y astronómicos que en ningún modo se les conceden a los pueblos a los que sin embargo se les atribuyen tales obras. Piedras que hablan para aquel que quiera escuchar. Siempre piedras.

Dicen de las pirámides que el tiempo las teme. Deberían temerlas, además, los historiadores. Pero lo cierto es que el tiempo apenas deja piedra sobre piedra: volcanes, terremotos, deshielos, glaciaciones, meteoritos...
Ya ha pasado antes y volverá a pasar. Por todo el mundo se pueden encontrar pirámides. Por todo el mundo se encuentran construcciones megalíticas concebidas para perdurar más allá de lo imaginable. Por todo el mundo se hallan dispersos relatos de un ancestral diluvio acaecido en los límites de la memoria de los pueblos.

Vivimos en un globo azul con dos tercios anegados y aún seguimos llamando tierra al planeta agua. Tal vez nos falle la memoria. O tal vez suceda como con los primeros recuerdos, que se funden con fabulaciones y ya es imposible discernir lo que hay de cierto en ellos. A fin de cuentas ya no hay mares plagados de dragones, si es que alguna vez los hubo, ni dioses que bajen del cielo para regir el destino de los hombres. La memoria es traicionera, dicen.

Pero, ¿qué haríamos nosotros, ahora? ¿Qué podríamos hacer, ante un cataclismo de magnitud tal que sacudiera toda la superficie del planeta, de confín a confín? Tal vez no mucho, aún pudiéndolo anticipar. Aún menos después del evento. Tal vez tratáramos de apuntalar nuestros conocimientos como civilización, más conscientes que nunca de la fragilidad de la memoria. Tratar de hacerlos lo más perdurables posibles para que lo logrado con tanto esfuerzo y sacrificio no desapareciera de un plumazo en la noche de los tiempos. Escribirlo en piedra. Pero, ṡen que lengua? Si las edades pasan y los imperios caen y las palabras se las lleva el viento a donde ya nadie las recuerda. Escribirlo en piedra, sí, pero sin palabras, Dejar que las piedras por sí solas hablen. Que señalen los solsticios, que apunten a las estrellas, que hablen en el idioma universal de la matemática. Que recuerden las piedras lo que los hombres ya no serán capaces de recordar para que les puedan contar su historia. Y que el hombre prevalezca ante la eternidad.

Supongo que algo así intentaríamos. Incluso con un poco de suerte, al cabo de varios milenios, después de que nuestra cultura se hubiera esfumado sin apenas dejar rastro, podríamos haber conseguido que alguno de nuestros lejanos y desmemoriados descendientes mirara algunas pocas piedras derruidas con extrañeza, musitando: ¿cómo demonios puede ser eso tan antiguo? y ¿cómo diablos se supone que lo hicieron?
Como saben todos los médicos, la cura de cualquier enfermedad empieza por un correcto diagnóstico. ¿Encontrarán los pueblos del mundo la cura para su amnesia?