domingo, 17 de febrero de 2019

Un inteligente experimento

Lo encontraron en un container de basura. El operario pidió al conductor del camión que detuviera el motor y entonces lo puedo oír con nitidez: el llanto de un niño entre los desperdicios.

Por aquellos años un alto directivo de una gran compañía farmacéutica y además investigador en química y neurología andaba buscando la forma de llevar a cabo un ensayo clínico que jamás sería aprobado por las autoridades. Hubiera probado el fármaco de su invención en su mismo cuerpo de no estar convencido que, dada su edad, la plasticidad de su cerebro no era ya la requerida para mostrar signo alguno de los efectos buscados: el desarrollo de la inteligencia.

El ensayo clínico en ratones se suspendió debido a severos efectos secundarios que ni siquiera se hicieron públicos y el expediente quedó un cajón que la compañía nunca volvería a abrir oficialmente. No obstante se dieron observaciones prometedoras y él sostenía con vehemencia, en contra del resto de la junta directiva, que los efectos nocivos no se darían en humanos por las notables diferencia y que, aún en el caso de producirse, la relevancia de los efectos deseados superaba con mucho a los indeseados.

Y fue entre los indeseados, en un orfanato, donde halló la manera de llevar a cabo ese ensayo clínico mínimo, con una muestra de una sola persona, tratando de que su sueño de elevar el desarrollo del intelecto humano a otro nivel no cayera en el negro olvido del cajón de un archivador que nunca se volvería a abrir.

Las piezas encajaban como un puzzle, una joven pareja que trabajaba para el laboratorio adoptaron a aquel niño que salió de la placenta para buscar acomodo entre bolsas de basura bajo la mediación del investigador. Se les suministró poco a poco el stock restante del fármaco con una posología definida con el ardid de que se trataba de un carísimo cóctel vitamínico al alcance de muy pocos muy recomendado para la etapa de crecimiento. La dosis pertinente fue inoculada y el pequeño experimento fue poco a poco creciendo con el paso de los años.

Al principio pareció arrojar incipientes resultados pero fueron demostrándose inconsistentes. Fue un joven rebelde, con poco o ningún interés por el estudio de las ciencias, más enfocada a las artes pero aún así con una constancia irregular aún con algunos momentos brillantes.

El investigador, que invertía buenas sumas en obtener informes del desarrollo del sujeto de estudio, al principio se ilusionaba con cada detalle prometedor más incluso que los propios padres adoptivos, pero poco a poco se fue convenciendo de que su diseño no estaba dando los frutos deseados. Al final de sus días, donde él había intentado crear una píldora de la genialidad, sólo encontró una notable mediocridad. Tal vez algo excéntrica pero nada que no se pudiera achacar a la limitada extensión de la muestra. Fue su última decepción.

Donde él hubiera esperado encontrar tal vez un Leonardo, un Mozart, tal vez un Einstein, halló solamente un muchacho rebelde y hedonista que ni siquiera fue capaz de completar la secundaria, con tendencia al abuso de tóxicos y cierto gusto por la música punk y el graffitti. Nada sublime, desde luego. Fue a su juicio su último fracaso.

Lo que no pudo saber antes de marcharse es que el experimento fue en realidad un rotundo éxito. El chico a medida que crecía y dada su diferenciada capacidad para analizar el entorno fue adquiriendo una visión crítica hacia un mundo que comprendía cada vez mejor y evaluó que ni siquiera merecía la pena el esfuerzo de terminar sus estudios. Mucho antes de la mayoría de edad.

El profundo desprecio que sentía ante la interminable lista de injusticias que atestiguaba día a día, aunada a la imposibilidad de introducir cambios significativos, le condujo paulatinamente a un aislamiento cada vez más cerrado en sí mismo. Con un casi total desinterés incluso por el más elemental bienestar material y económico. Nada parecido a lo que se suele interpretar como inteligencia. Algo en lo que tal vez no reparó el investigador es que aquel muchacho sería condenado a vivir en un mundo de imbéciles más que de iguales.

Sucedió que el éxito fue tan abrumador que no se manifestó en ningún modo esperado. Se escapó de las predicciones. Tanto que el creador no estaba siquiera en posición de interpretar correctamente su obra, porque claro, al mundo le encantan los genios. Pero nadie se pregunta que opinan los genios del mundo. Por eso es un mundo de imbéciles.

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