-Es genial, lo tienes que probar. Esas fueron las palabras que me
convencieron. Sin largas esperas para embarcar ni el resto de
incomodidades de cualquier vuelo de larga distancia. La última
tecnología en movilidad.
-¿Y te sientes... no sé, normal? Charlie arqueó una ceja.
-¿Normal? Normal no, ¡como nuevo, incluso mejor que antes! Reía
mientras iba pasando fotos de sus recientes vacaciones en Tokyo en la
tablet que sostenía.
Así que ese mismo día llamé para pedir cita a Quantum Teleport,
ellos fueron los primeros. Habían salido más recientemente un par
de alternativas que empezaban a hacerles competencia pero por la
diferencia de precio, como se suele decir, si puedes tener el
original nadie escoge la copia.
Tenían la agenda bastante apretada pero logré que me encontraran
un hueco en los días que tenía disponibles programados para
vacaciones, una semana de relax lejos de casa para cargar las pilas y
volver al trabajo "como nuevo", en palabras de Charlie.
Al principio, cuando salió hace un año o así me preocupó que
la nueva tecnología pudiera acarrear alguna clase de efectos
secundarios a largo plazo. Por supuesto la publicidad garantizaba la
seguridad al cien por cien, pero tampoco se había presentado ningún
caso con problemas de ningún tipo. Todos hablaban estupendamente,
así que, ¿por qué no probarlo?
Llegado el día de la cita me presenté con mi pequeña maleta en
sus instalaciones, apenas con unos minutos de antelación de la hora
acordada por teléfono. Un lujo comparado con las tediosas esperas de
los aeropuertos. Y mucho más seguro, además.
En la recepción me recibió una joven sonrisa femenina envuelta
en un uniforme del tono azul corporativo, presente en todas partes
junto al blanco en sus amplias dependencias.
-Hola, tenía programado un viaje a las once- dije mientras miraba
a mi alrededor, a los altos techos, buscando una fuente de
iluminación que provenía de algún lugar inconcreto.
-Por supuesto- sonrió la joven -¿me permite su documentación?
Gracias, tiene que rellenar este formulario, puede tomar asiento,
enseguida le atenderá el doctor.
Le agradecí su atención pensando en que tipo de doctorado habría
cursado el especialista que se encargaría del proceso mientras
ojeaba el papeleo.
Unas breves líneas acerca de dolencias conocidas y la clásica
exención de responsabilidad que se firma en la consulta del
dentista. De hecho parecía la consulta de un dentista. De uno
forrado de pasta, quizás.
En seguida apareció un tipo con una bata blanca, pelo escaso y
fris peinado hacia atrás con unas gafas sin montura, pasados los
cincuenta pero muy jovial: -Usted debe de ser ¿Samuel? -Sam. Le
corregí mientras estrechábamos las manos.
-Bien, bien. Yo soy el doctor Elliot Sullivan. Le felicito por su
decisión de viajar con nosotros, acompáñame le enseñaré un poco
todo esto.
Avanzamos a través de una puerta doble de cristal translucido que
se abrió a nuestro paso.
-Llevamos operativos en este centro casi 18 meses, desde que
Quantum Teleport puso a disposición del público su tecnología
hemos completado cerca de doscientos mil viajes, todos con éxito,
¿qué le parece? Actualmente estamos en 48 ciudades en cinco
continentes y seguimos creciendo. Dígame, ¿cómo nos conoció?
-Pues lo cierto es que me lo recomendó un amigo.
-Ajá. Esa es la mejor publicidad. Sonrió mostrando una hilera de
perfectos dientes blancos y relucientes dignos de un dentista
adinerado.
-Y también la publicidad, claro. Sus anuncios en los últimos
meses estaban por todas partes.
-Estamos creciendo muy rápido Sam, esta tecnología es una
auténtica revolución. Sin aglomeraciones, sin esperas, de punto a
punto, al instante. Los que lo prueban repiten, en seguida podrá
comprobarlo.
Andábamos por un largo y ancho pasillo con puertas a ambos lados,
nos cruzamos con una mujer de uniforme con aspecto de enfermera y una
carpeta en la mano que saludó con una sonrisa. Todo era amplio y
limpio.
-Y dígame, doctor, ¿como funciona exactamente? Algo he leído
pero...
-Los detalles son algo complicados pero se resume en información.
Somos información y lo que hacemos es trasladar esa información, le
vamos a hacer pasar por un cable, amigo, directo a... Revisó los
documentos de su portapapeles. -Directo a... Las Vegas, wow, Un poco
de emoción, ¿eh Sam?
-Eso espero. Concedí sonriendo.
-Comprenderá que los detalles exactos son un secreto industrial
que se custodio con no poco celo... Usted sólo de ha de preocupar de
disfrutar... de su estancia, no del viaje que es prácticamente
instantáneo.
Le miré un poco incrédulo.
-No se preocupe, le prometo que no duele. Suelen preguntar eso.
Llegamos a una puerta numerada, el doctor comprobó el número en
sus papeles ya abrió la puerta: -Adelante por favor.
Era una pequeña sala con un asiento metálico en el centro que
quedaba envuelto por una especie de mampara.
-Y doctor, ¿qué sucedería si hubiera algún problema? En el
viaje, digo.
-¿Problema? Bueno, lo cierto es que no hemos tenido ninguno
todavía. Piense que su información se conserva en un sistema de
alta redundancia, incluso en caso de fallo eléctrico o... aunque
cayera una bomba, para entendernos, su integridad está completamente
a salvo y volvería ser materializado. Nos tomamos la seguridad muy
en serio. Ningún incidente en casi doscientos mil desplazamientos.
Espero Sam que no sea usted el primero.
-Yo también lo espero. Su aplomo me arrancó una sonrisa.
-Bien, puede irse sentando, ponga el equipaje junto a la silla.
Señaló el asiento metálico. Estaba conectado por tuberías de
cable a un equipo con una pantalla de visualización del tamaño de
un armario, similar a una computadora.
-Voy a ir ajustando el módulo de transporte. Primero se hace un
escaneo, en un par de minutos. Otro par de minutos mientras el
sistema comprueba su integridad. Y luego es darle a un botón... y en
unos segundos se materializa en nuestras instalaciones de Las vegas.
-Increíble. Afirmé fascinado. -Sí, Sam, de veras lo parece,
pero es sólo ciencia. Ni más ni menos. ¿Empezamos?
Asentí con la cabeza y el doctor cerró la mampara y dio algunas
órdenes en la pantalla del sistema. Al poco un haz de luz azulada
recorrió lentamente el habitáculo. Al cabo del rato se detuvo y se
apagó.
-Bien vamos a validar el escaneo. La voz entraba por unos
altavoces en algún lugar de la cápsula.
-Después procederemos a llenar el habitáculo con un gas inerte
para la transferencia y luego es sólo darle a un botón.
Me sentí un poco inquieto pero me obligué a confiar en que
estaba en buenas manos. Al rato volví a escuchar la voz procedente
del exterior de la cabina: -Todo correcto. Sam, cuando usted quiera.
El doctor me miraba expectante con una sonrisa plácida y las manos
en las rodillas. Asentí con la cabeza.
-Vamos allá. Ah, por cierto, el gas aunque inocuo puede ser algo
molesto para algunos en los ojos, tal vez se sentirá más cómodo si
los cierra.
-De acuerdo. Vi como hacía un floritura algo teatral con la mano
y pulsaba en la pantalla. Un gas inodoro y similar al vapor de agua
fue llenando poco a poco el espacio dentro de la mampara con un siseo
desde una rejilla en el suelo, cerré los ojos cuando el gas me
cubría por los hombros.
Al rato escuché de nuevo el crujido de la voz del doctor por los
invisibles altavoces: -¡Todo listo Sam! ¿por ahí todo bien?
-Todo bien. Confirmé, aún con los ojos cerrados y saber hacia
donde proyectar la voz. -¡Buen viaje, Sam!
Se hizo una breve oscuridad. Volví a abrir los ojos y vi que
estaba rodeado de una densa bruma. Al poco se activó un ruidoso
aspirador que fue vaciando lentamente la cabina de humo. Al otro lado
de la mampara translucida apareció la sonrisa de una mujer de
mediana edad enfundada en una bata blanca. El humo realmente
molestaba en los ojos. Oí su voz en el interior de la cápsula:
-¿Qué tal, Samuel? ¿Ha tenido un buen viaje? ¡Bienvenido a Las
Vegas!
Miré a mi lado y allí estaba también mi pequeña maleta, en el
mismo lugar en el que la deposité. O en uno equivalente. Suspiré
aliviado y respondí con una sonrisa. -Enseguida terminamos, un breve
chequeo rutinario y muy pronto podrá disfrutar de la ciudad.
Al poco una linterna revisaba la contracción de mi pupilas.
-¿Algún mareo, náusea?
-No, nada de eso, me encuentro bien.
-Perfecto. Veo que también tiene programada la vuelta con
nosotros. Nos vemos entonces en una semana. Le acompañaré al
vestíbulo. Nos despedimos y al cruzar la puerta entorné los ojos
bajo el sol de Las vegas.
-Vaya. Algo no ha ido bien.
-¿Qué? ¿cómo? Un ruidoso aspirador empezó a despejar el
habitáculo de humo. Abrí los ojos. Si que molestaba un poco el gas.
-¿Qué ha pasado?
-Sam, me temo que sigue aquí. Por algún motivo no ha funcionado
la transferencia. Pero no se preocupe, vamos a revisarlo. Lamento las
molestias, a veces sucede. Seguro que es alguna tontería.
La cabina se abrió mientras el aspirador aún seguía
funcionando, exhalando una pequeña bocanada de humo que se deshizo
despacio.
El doctor se deshacía en disculpas: -No comprendo que ha podido
pasar, pero le garantizo que antes de la hora de comer estará en su
destino. Apretó algunos botones en la pantalla y habló al
micrófono: -Rachel, ¿puedes venir al módulo 52? Ha fallado la
transferencia, sí, envía también a un equipo técnico.
Al poco entró una chica ataviada con la misma indumentaria que la
que nos cruzamos por el pasillo mientras el doctor estaba enfrascado
consultando algunos datos en la pantalla. -Oh, Rachel, si eres tan
amable, acompaña a Sam a la sala de espera. Sam, no se me vaya muy
lejos. En seguida lo solucionamos. El doctor mostró su sonrisa
perfecta.
Rachel me condujo a una sala muy amplia con cómodas butacas.
Disculpe por el retraso, seguro que se resuelve en breve. ¿Puedo
ofrecer algo? ¿Agua, café, un zumo... ? -Café está bien. Solo,
gracias. Lamento ser el primero. Añadí con ironía. -¿Disculpe?
Rachel no pareció entender mi pequeño sarcasmo. -No se crea, entre
usted y yo, nunca lo he visto funcionar a la primera. Pero seguro que
le hacen viajar en otro módulo para no hacerle esperar. -Ah...
Asentí pensando en los doscientos mil viajes "sin un solo
incidente" de los que el doctor me había informado.
Al cabo de unos minutos Rachel apareció con el café y una
sonrisa y desapareció por la misma puerta por la que entramos.
Cogí un folleto de la mesa de al lado y lo ojeé mientras sorbía
el café.
Caras sonrientes, paisajes, fotos de las instalaciones, lo típico.
El logotipo de Quantum Teleport con las letras azules y ese tipo de
difuminado que les confiere cierta sensación de movimiento. Un mapa
con puntos azules donde la empresa tenía habilitadas sucursales y
breves textos que ensalzaban la tecnología de teleportación
cuántica. La espera estaba siendo tediosa, más después de la
expectativas frustradas, di un buen sorbo al café saboreándolo en
la boza mientras continuaba buceando entre las líneas de letra
pequeña del folleto:
...la revolucionaria tecnología de teleportación cuántica ha
completado en su primer año de actividad cien mil desplazamientos
sin incidente alguno...
No pude evitar una carcajada refleja que, con el café aún en la
boca, resultó en que el oscuro líquido tomara el camino que no le
corresponde y sentí esa urgencia irrefrenable de toser con la boca
llena mientras buscaba un lugar donde depositar el café que ya no me
iba a poder beber antes de que saliera por la nariz. Vacié el café
como pude en la planta que tenía al lado, mi risa resonó en la sala
vacía, tanto por el texto como por mi elemental torpeza.
¿Que debía ser entonces un incidente? ¿Lleva a destino a un
tipo y olvidarse de transferir el equipaje? ¿Tal vez la cabeza? Tosí
un poco para acabar de aclarar la garganta y apuré el par de sorbos
escasos que restaban del café dándole la vuelta al folleto. Miré
el reloj, empezaba a sentirme cansado. Volví al folleto de pronto
las líneas se entrecruzaban, me mareé y en un instante la sala se
oscureció.
Cuando desperté me costó enfocar la mirada, estaba muy débil,
como si pesara trescientos kilos, apenas podía mover la cabeza que
tenía caída sobre un hombro. Había un hombre con bata blanca de
espaldas, estaba haciendo algo sobre una mesa, yo estaba sentado pero
la silla era más incómoda que la butaca, más rígida, era una
silla de ruedas como la de los hospitales.
La luz me dolía en los ojos y me costó identificar lo que veía,
a pesar de que la habitación estaba pobremente iluminada. Maletas,
de todos los tamaños y colores, apiladas de forma algo desordenada.
Decenas, varias decenas.
Un foco iluminaba de la mesa, Oí el sonido inconfundible de una
cremallera cerrándose. Una cremallera larga. Larga como de dos
metros.
Levanté un poco más la vista hacia la oscuridad del fondo y vi
varias de esas bolsas para cadáveres de color gris oscuro sobre una
doble hilera de camillas que se extendía hasta el fondo de la sala.
Veinte, treinta, quizás más. Debí hacer algún ruido, tal vez una
exclamación que ni si quiera puedo ser articulada debido a mi estado
letárgico, porque el hombre de la bata blanca se giró sobre
saltado.
Era un tipo calvo de mediana edad, me miró mudo con los ojos muy
abiertos y sobresaltado. De repente empezó a moverse agitado mirando
a un lado y al otro como quien busca con qué apagar un fuego y no se
acaba de decidir. Al final agarró un bote de color caramelo del
estante, desenroscó con las manos temblorosas el tapón que
rodó por el suelo.
Dio unos paso para coger un largo trozo de un rollo de papel
industrial que empapó con el contenido del frasco de vidrio. Volvió
a mirarme, clavo sus ojos en los míos con una expresión rígida en
la mandíbula.
-No se preocupe señor, en seguida llegará a su destino.
Su tono caricaturizaba el de una azafata o algo similar. Me cubrió
la nariz y la boca con el papel empapado y noté un fuerte olor
químico. Presionaba firme con sus manos y empezó a contar
susurrando para sí: -Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete,
ocho, nueve, diez...
Intenté zafarme moviendo el cuello, ni siquiera podía levantar
los brazos.
-...once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete,
dieciocho, diecinueve, veinte...
-¡Veintiuno, blackjack! Gana el caballero. El crupier pagó las
fichas con sobriedad y volvía a repartir cartas, estaba en racha.
Después de todo había sido una buena idea venir a Las Vegas. Todo
iba como la seda, después tendría que mandar un mensaje de
agradecimiento a Charlie, comer algo, y si las cartas iban bien, tal
vez buscar algo de compañía para la noche. Al fin y al cabo, lo que
pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.